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junio
1999
Nº 54

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Sin Ficción
¿Enseñanza de la religión?
ENRIQUE MIRET MAGDALENA
En el número de noviembre Lateral dedicó
su dossier central a la Educación Secundaria Obligatoria (ESO).
Ahora, Enrique Miret Magdalena reabre el debate y analiza la polémica
suscitada por la enseñanza de la religión. El teólogo
subraya en este artículo la importancia del conocimiento de las
distintas religiones.
En estos años hay un debate constante en el mundo
de la enseñanza. Se discute si debe impartirse o no la asignatura
de religión; o bien si puede elegirse entre ésta o la enseñanza
de ética. Y cada uno se inclina hacia su grupo sin llevar a cabo
una reflexión lo suficientemente imparcial ni una consideración
profunda que evite los particularismos.
Pero el tema es importante y resulta necesario superar esta situación,
en absoluto propicia para trabajar en beneficio del educando. Si hemos
de formar al niño y al joven de mañana, tenemos que favorecer
el buen desarrollo de éstos. Precisamos la formación de
personalidades completas, y que no se olvide en su educación ninguna
faceta de su constitución humana.
Además debemos pensar también en el cometido propio de la
escuela, el colegio o el instituto con el fin de que contribuyan a crear
ciudadanos conscientes en el día de mañana. El gran educador
de este siglo, Alain, sostenía que educar es desarrollar en el
educando la capacidad de autogobernarse para no creer sin pruebas. No
hacer de ellos máquinas, ni robots.
Caminos de la religión y la moral
Se debe ir a las raíces de este problema y observar cómo,
desde el principio de la humanidad, se desarrollaron ambos factores -el
religioso y el ético- en el ser humano en ciernes. Y lo que parece
más probable es que ni la religión derivó de la moral
ni la moral de la religión. Antes hubo un factor humano del que
brotaron los dos.Dos importantes investigadores del siglo pasado: Benjamin
Constant y Augusto Sabatier coincidieron, desde distintos puntos de vista,
en aclarar que el ser humano se abrió primero al "sentimiento
de nuestra limitación en el seno del universo infinito", como
observó después Tolstoi. Ese sentimiento está en
el origen del posterior desarrollo de la religión, por un lado,
y de la moral, por otro. Ninguna de las dos es una rama que haya derivado
de la otra. No ha lugar la preeminencia de una de ellas. Las dos brotaron
al unísono y es necesaria esa experiencia inicial de nuestra indigencia
individual para que se den ambas: la dependencia de arriba y la dependencia
del otro; la religión y la moral. De este modo, la religión
será algo inherente al desarrollo de la cultura humana, al igual
que lo será la moral. Pero con una importante distinción:
la diferencia entre religiosidad y religión. Un famoso agnóstico,
el profesor Lombardo-Radice, definía así la religiosidad:
"la identificación positiva y gozosa con una realidad que
me eleva y perfecciona", llamemos como llamemos a esa religiosidad,
que puede ser la entrega a un ideal que me supera, y al que nos damos
enteramente, sea el arte, la ciencia o la justicia, como señala
Micklem.
Y su derivado es la religión como servicio a esa religiosidad,
no como dominio de la misma. Aunque en la historia humana no pocas veces
la religión haya dominado indebidamente, con sus ritos, exigencias
y autoridad clerical, a lo que debía haber sido su norte, la religiosidad
de base.
Además, la religión puede enfocarse de dos modos: como cultura
o como fe. Y se plantea entonces qué es lo que debe hacer la enseñanza
en sus diferentes niveles, si transmitir una fe concreta o ilustrarnos
sobre la impronta cultural que la religión ha tenido en la historia.
Una historia que debe evidenciarnos la importancia de este factor cultural
entre nosotros. Basta una pregunta para aclararlo: ¿Cómo
vamos a entender el impacto en las diversas culturas de nuestro país
si desconocemos las religiones que han convivido en nuestra historia?
¿Cómo entenderemos nuestra pintura, nuestra escultura, nuestra
literatura y nuestro pensamiento sin saber lo que postula la religión
cristiana, la islámica y la judía?, porque las tres han
sido autoras de nuestra realidad histórica.En una nación
que como base tiene en su Constitución el reconocimiento de la
pluralidad de creencias religiosas, no podemos hacer de su enseñanza
una catequesis. La catequesis intenta transmitir una fe, y resulta impropia
en un lugar de enseñanza donde existen distintas ideologías;
su misión cultural no es transmitir una fe, tarea propia de otros
ambientes (familia, Iglesia, grupos religiosos). Por haber olvidado esto
hemos padecido una inflación religiosa que lleva a engaño
en tiempo de la dictadura franquista nacional-católica. En ella,
la enseñanza catequética de la religión católica
era de obligado cumplimiento en todos los centros. Y el resultado no ha
podido ser más nefasto. Lo vemos hoy en el resentimiento anticlerical
y el abandono de la fe cristiana, y en su ignorancia a todos los niveles
sociales: juvenil, obrero, intelectual... El agnosticismo y la indiferencia
se han desarrollado en estos últimos treinta años: la mayoría
de los católicos no son practicantes y las zonas tradicionalmente
más católicas son ahora las que menos practican. Y además,
los practicantes no están en su mayoría de acuerdo con las
instrucciones morales o doctrinales dictadas por Roma, que les parecen
anticuadas. Es lo que han demostrado dos sociólogos de la religión,
los profesores González Anleo y González Blasco, ambos católicos.
Ése es el dato que deberían conocer quienes son católicos,
para ver el mal resultado de no haber ceñido la enseñanza
de la religión a aspectos culturales; y además hacerlo con
una apertura pluralista, si es que queremos conocer las tradiciones culturales
y religiosas de nuestro país, plasmadas en el arte y la literatura.
La religión como cultura
Cuando se empezó a debatir esta cuestión publiqué
un libro, Hacia una nueva educacion religioso-moral, en el que desarrollé
estas ideas de forma práctica. La religión en un centro
de enseñanza debe impartirse como una parte de nuestra cultura,
sin intentar ningún proselitismo.
Y esto es lo que se quiso hacer unos años atrás, cuando
surgió el problema de la reforma de la enseñanza. Dos profesores
de religión, nombrados por el episcopado, fueron los autores de
un acertado proyecto de "área religiosa", que fuera historia
de las religiones, nada de catequesis católica. En principio, al
Ministerio le complacía crear un área de esa historia de
las religiones como algo cultural, necesaria para conocer las manifestaciones
tan ricas de nuestra propia cultura, abriéndonos también
a la convivencia con otras fuera de nuestro ámbito. Pero todo se
fue al traste debido a la intervención de monseñor Estepa,
el obispo especialista en catequesis de la Comisión episcopal,
que echó por tierra el proyecto y pidió una catequesis católica,
por lo que el Ministerio se desentendió de una reforma que no respetaba
la no confesionalidad del Estado.
Y ahora nos encontramos faltos de lo que debería haber sido la
enseñanza de una cultura religiosa independiente, abierta no sólo
al cristianismo, sino a las siete principales religiones que existen en
el mundo. Por ello debería servir como modelo el pequeño
manual escolar recién editado en Francia por una editorial católica,
Las grandes religiones del mundo, publicado en España por Edelvives.
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