
|

octubre
2000
Nº 70

Suplemento especial
Cuentos mexicanos
home
|
entrevista
Víctor Gómez Pin
'Mi obra hasta ahora está hecha de harapos cosidos'
(fragmento de la entrevista publicada en Lateral)
XIMO BROTONS
El Catedrático de Filosofía Víctor
Gómez Pin (uno de los pensadores más lúcidos y vigorosos
del panorama español) se doctoró en la Sorbona parisiense
con una tesis sobre el orden aristotélico. Ha ejercido en Francia,
en la Universidad del País Vasco y, actualmente, enseña
matemáticas y gnoseología en la Autónoma de Barcelona.
Los ojos del murciélago (Seix Barral) es su último libro.
Político, militante, crítico con la revolución digital
y la globalización: "Un panfleto", reconoce. En sus páginas,
la sociedad actual se define bajo la metáfora aristotélica
de los ojos del murciélago. Unos ojos, al fin y al cabo, ciegos.
Aristóteles nos dice que lo que los ojos del murciélago
son a la luz del día, lo falso a lo verdaderamente real, es aquello
a que se refieren nuestras facultades perceptivas. Nuestra capacidad perceptiva
no aprehende lo real como los ojos del murciélago no aprehenden
la luz del día. Es similar al mito de la caverna platónico."
Por ello, Gómez Pin prefiere la metáfora de la caverna global
a la de aldea global. "Ambas son metáforas, el problema es
saber cuál es más pertinente, cuál es la que se adecúa
más a lo que intenta metaforizar." Recuerda que la aldea es
un viejo motivo poético ("elogio de aldea y menosprecio de
corte", "campanitas de la aldea", "allá mi
aldea", etc.). La aldea nos hace pensar en campesinos que trabajan
la tierra, por la noche descansan, se sientan ante el fuego con un vaso
de vino y conversan... "Bien, para hablar de nuestro mundo, la aldea
me parece una metáfora poco lograda." Le comento que los situacionistas
sí admitirían la idea de aldea global, aunque justamente
para arremeter contra la aldeanización del mundo. "Sí,
bien", responde. "Pero una aldea ya es una polis, un territorio
marcado por una ley y por una presencia humana, es decir, por el lenguaje.
Aldea o ciudad, en principio, remiten ambas a un tipo de ordenación.
Yo soy más ciudadano que aldeano, sin ninguna duda, pero ése
es un problema secundario. A mí lo que me parece es que la metáfora
de aldea global es, desde luego, casi un escándalo, primero porque
ya no hay campesinos, y los que hay viven en auténticos arrabales
con unas condiciones de indigencia material que hacen muy difícil
que haya la menor armonía espiritual.
Globalización de la miseria
Lo único cierto es que esta miseria, una miseria
como no se había conocido nunca, ¡nunca!, se ha globalizado,
eso sí. En estas barriadas inmundas lo que se está construyendo
son auténticas parodias de la civilización occidental. Y
lo único que se añade es que están globalizadas,
es decir, que poseen los fetiches de la globalización, antenas
parabólicas, fútbol por televisión, Coca-Cola, y
otros significantes de esta parodia del progreso. En este sentido, estamos
globalizados. Por ello la parábola de la aldea me parece como mínimo
abusiva, cuando no engañosa, la encuentro mero edulcorante de lo
que intenta designar."
Los ojos del murciélago. Vidas en la caverna global
es un libro carente de celofán erudito. Sin embargo, ni siquiera
en este caso Gómez Pin renuncia a seguir pensando, y no ha dudado
en utilizar la dicotomía conceptual entre la bidimensionalidad
(como puede ser la de las pantallas) y la tridimensionalidad (una mesa,
el cuerpo humano, etc.) para denunciar el predominio arrogante de la primera
en nuestra sociedad. "Ahí sí que me inspiro en Platón.
La imagen de la caverna tiene una particular acuidad hoy en día.
Todas nuestras convicciones éticas están determinadas por
algo muy análogo a las opiniones que nos llegan desde una pantalla.
Igual sucede con nuestras convicciones estéticas, con nuestras
ilusiones". Además, lo bidimensional acaba imponiendo una
ideología jerarquizante, "como la que encontramos en una cárcel,
en un hospital, en un colegio interno, en cualquiera de esos lugares que
Foucault describía".
Gómez Pin sigue razonando: "La bidimensionalidad
olvida lo concreto, el cuerpo, lo real, lo tridimensional. Hay gente que
cree que la yuxtaposición de cosas abstractas puede dar una cosa
concreta. Es un viejo problema de la filosofía medieval, de Galileo,
en el que hay sensibilia communia y sensibilia propia. Para los partidarios
de los primeros, la percepción principal es la de lo concreto:
primero es el vino y después sus propiedades, y no al revés,
como sucede hoy en día".
En este punto el filósofo aborda el meollo de todo
el asunto: "Además de una ideología jerarquizante,
la preponderancia de lo bidimensional o virtual supone una mera especulación,
en la que no hay confrontación, no hay respuesta, no hay diálogo,
no hay krisis, es decir, juicio. En la caverna las opiniones sólo
remiten a otras opiniones, no hay confrontación con lo real, que
nos despierta de la ensoñación y de las satisfacciones imaginarias
y fantasmáticas. Para mí lo real es tridimensional, es denso
y está afectado por el tiempo. Y el tiempo sólo afecta a
lo tridimensional, no afecta a la superficie", como podrían
ser, por ejemplo, las de una pantalla de televisión.
Muerte de la imaginación
Sin embargo, distingue muy bien la primacía de
la imagen frente a la necesidad de la imaginación. Según
él, parece que las imágenes de la caverna global agotan
o taponan a la auténtica fantasía, impidiendo su función
liberadora. "No reniego de la imaginación, en absoluto. Por
ejemplo hago una gran defensa del viejo cine. ¡Es que lo cavernario
no consiste en jugar con la bidimensionalidad!, lo cavernario es pensar
que eso es un equivalente de lo real. El gran cine nunca ha creído
que lo bidimensional es una transcripción de lo real. Incluso el
cine más aparentemente realista como el del Visconti de La terra
trema juega con lo bidimensional creando sus propias leyes, sin pensar,
como sucede en la televisión, que está reproduciendo lo
real, la tragedia, el hambre en África o lo que sea. Una cosa es
crear leyes propias de la bidimensionalidad, que es lo que hace el espíritu
humano es en este sentido, naturalmente, que defiendo lo imaginario,
y otra creer que lo bidimensional es lo tridimensional", o que lo
virtual es lo real.
El entusiasmo intelectual de Gómez Pin es contagioso.
Pero ahora baja la voz y desliza con algo de tristeza una observación.
"El momento más brutal del libro es para mí el caso
de aquel embajador iraquí en Madrid que, cuando le perguntaron
si Estados Unidos había bombardeado Irak, respondió que
sí porque lo había visto en la CNN. No es que haya venido
un mensajero a caballo, un ¡ser humano!, no. Simplemente, la potencia
justiciera tiene el símbolo allí de la potencia justiciera.
Cierran los mercados públicos de Bagdad, pero no se cierran las
cámaras de la CNN. He comprobado que en Managua, donde estuve haciendo
mítines filosóficos, hay cinco cadenas de televisión,
gubernamentales y sandinistas, pero todas ellas muestran fidelidad a la
CNN". Se supone que eso ocurre para poder sobrevivir, dirán
algunos, pero Gómez Pin insiste en que no se trata sólo
de vivir, sino de vivir bien, de llevar una vida cabalmente humana.
A favor de esta vida buena y contra el sometimiento de
la mera supervivencia, la filosofía juega un papel beligerante.
Gómez Pin no se cansa de citar el inicio de la Metafísica
aristotélica: "Todos los humanos por naturaleza aspiran a
la lucidez". "Se trata de extraer las consecuencias de esta
definición", sigue diciendo, "de denunciar en todos los
marcos, en todos los terrenos, en todos los ámbitos, aquello que
hace que se nos desprecie en nuestra condición, pensando que la
única forma de mantenernos serenos es tenernos distraídos,
alienados. Nos inundan con falsos problemas, con falsas querellas, con
falsas satisfacciones: lo aleatorio de un resultado deportivo, el destino
de la patria en lugar del destino de la lucidez y de la condición
humana, la gratificación narcisista. Donde todo eso impera se está
poniendo en tela de juicio nuestra condición. Es una especie de
nihilismo." Según su opinión, el problema de esta alienación
es estructural, aunque no esté muy de moda la palabra estructura.
"El desorden es total, no se sabe qué hacer. Y el problema
es que cuando se habla, o se hablaba, de un nuevo orden mundial, eso nos
remitía al grupo fascista francés del Orden nuevo, que es
la matriz de Le Pen. Y hablar de orden en nuestro mundo es cuando menos
abusivo...".
Sin embargo, lejos de caer en el pesimismo conformista,
Gómez Pin continúa fustigando con inusitada jovialidad a
la imbecilidad reinante. Se levanta, coge un periódico de la mesa,
lee con algo de sorna los titulares de la primera página y dice:
"La información tiene significación, pero es una significación
que remite a un espejo, es una significación meramente especular.
No hay ningún criterio real porque no hay confrontación".
Esto recuerda la crítica situacionista a la sociedad del espectáculo,
o la insignificancia de nuestro mundo que ha denunciado, entre otros,
su amigo el científico francés René Thom. Y entonces
saco a colación la figura de Sócrates, condenado por la
ciudad de Atenas a beber la cicuta. "Sócrates no fue reo de
delito de opinión, sino de búsqueda de la verdad. ¡Y
claro que fue un corruptor de la juventud, porque si arranca a ésta
de convicciones ancladas, por miserables que sean, participadas por todo
el mundo, claro que se trata de un corruptor! Si por democracia se entiende
una opinión compartida por una inmensa mayoría, no hay cosa
más democrática en estos momentos que la pena de muerte
en Estados Unidos, o ser lepenista en Marsella."
(continúa en Lateral)
|
|