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septiembre
2002
Nº 93

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Azar... ruta... destino...
Javier Palacio
Replay, con dibujos de David Sala, y Caravana, con
dibujos de Bernard Olivié, son los dos últimos álbumes
de cómics publicados en España por el guionista Jorge Zentner.
Ambos títulos aparecen bajo el sello de la editorial Astiberri.
Dos obras formal y argumentalmente diferentes, nutridas sin embargo por
el viaje como búsqueda del propio destino.
El viaje sin rumbo fijo, el abandono de toda seguridad,
la salida al encuentro de la aventura y del destino, el ponerse en camino
para convertirse en lo que uno todavía no ha llegado a ser; tal
es el resorte que se percibe en el origen tanto de Replay como de Caravana.
Se trata de dos libros de cómic que cuentan con brillantes guiones
de Jorge Zentner (Basavilbaso, Argentina, 1953); el primero ha sido dibujado
por David Sala (Lyon, 1973) y el segundo por Bernard Olivié (París,
1961). Y sin embargo, muchas cosas separan ambas obras. Replay va cobrando
densidad e intensidad gracias a una estrategia basada en el salto temporal
y en la exploración del pasado, configurando así página
a página una arquitectura barroca caracterizada por un arsenal
de recursos gráficos y narrativos; Caravana, por el contrario,
apela al despojamiento y parece situarse al margen del tiempo, como esos
poemas místicos cuyo sentido varía eternamente, al igual
que la cambiante orografía del desierto que sirve aquí de
inextinguible fuente de metáforas.
En busca de la suerte
En Replay, el espacio de partida es un pueblo perdido
en algún lugar de Estados Unidos, a comienzos de la década
de los setenta. "Nunca se debe volver sobre los propios pasos; trae
mala suerte" será la divisa que guiará la trayectoria
de Don Walden, protagonista de la obra. Una idea fija convertida en combustible
vital, creencia o constatación revelada antes de llevar a cabo
cierto asalto nocturno al colegio con el fin de robar las preguntas de
un examen. Claro que servirá también de excusa para huir
de ese ambiente asfixiante y provinciano, pues Don comete un asesinato
por encargo por el cual se obliga a no regresar allí ya nunca.
A partir de ese momento se verá impelido al movimiento constante,
a una inacabable peregrinación a la manera de los caballeros artúricos,
sustituyéndose ahora los torneos y combates por las apuestas y
el juego, y el Grial por una obsesiva búsqueda de la suerte.
Y es que en las cartas este amante del riesgo se demostrará
invencible, siempre y cuando respete con la mayor fidelidad su divisa
de no volver jamás sobre los propios pasos, de no retroceder: tras
llegar a una ciudad, una vez que su buena fortuna da las primeras señales
de agotamiento deberá dejarla y no regresar a riesgo de perder,
quizá con carácter definitivo, su suerte: "Eres un
esclavo de la suerte. Cuando juegas estás permanentemente en tensión.
No puedes olvidar que estás apostando y... que sólo deseas
ganar", le espeta el hermano de otro jugador a quien le resulta indiferente
perder. Sólo el amor le obligará a olvidar su regla de hierro
y retornar a un sitio ya descargado de energías benefactoras, todo
con tal de recuperar a la mujer que quiere. Las mecánicas del azar
se mostrarán no obstante inflexibles: su suerte se desvanece, quizá
para siempre esquiva.
Don Walden es un personaje de inequívoca estirpe
dostoyevskiana (la referencia es doble, por un lado está El jugador,
y por otro Crimen y castigo, cuyo título se nos permite ver de
refilón entre las pertenencias de Don en la primera viñeta
y en la última), un nihilista abocado a la errancia, a la vital
inestabilidad, al nomadismo según su precisa metodología
del azar. Una postura simétricamente opuesta a la de su obeso amigo
Chuby, para quien la existencia sólo resulta aceptable si ofrece
seguridad y abrigo ante la adversidad y si la aventura queda relegada
al espacio de la imaginación. Chuby, que no se atrevió a
abandonar el pueblo, es la necesaria imagen invertida de Don, buscando
el uno en el otro el propio reflejo. A lo largo de dos décadas
Don irá enviándole cartas en las que cuenta a Chuby todo
lo que se ha perdido. Hay exageración en esas misivas, intentos
de transformar una vida a salto de mata en la más hermosa de las
ficciones. Quizá sea uno de los mayores aciertos del libro la creación
de ese indisoluble y, a la postre, letal nexo que une y también
separa cada vez más a estos dos personajes antagónicos.
Los tres volúmenes que componen Replay (El comienzo...
y el fin, Lo lleno... y lo vacío, El fin... y el comienzo) empiezan
y terminan de igual modo, con la misma partida de cartas que va a desarrollarse
en 1997, el presente del relato. Pero cada volumen supone una nueva incursión
en el pasado e ilumina lo que en verdad se dirime en ese juego de cartas,
como es probar la renovación del pacto de alianza de Don Walden
con las divinidades del azar y la fortuna. Y es que, ya perdida cualquier
otra posibilidad de salvación, no le queda nada que no sea continuar
jugando: "Don ha vivido este momento miles de veces. Y sin embargo
siente que esta es la primera vez, la auténtica primera vez."
El pasado y su obstinada proyección en el presente,
los diversos estratos de la memoria y las febriles relaciones que entablan
los recuerdos entre sí; este es el sinuoso y fascinante camino
recorrido por un guión que convierte el tiempo en materia de alta
maleabilidad, investigando el pretérito de un personaje como si
se pulsara esa tecla de replay de que dispone cualquier reproductor de
imágenes.
David Sala mezcla en Replay las líneas diáfanas
con los difuminados y las manchas de color, logrando una enorme plasticidad,
nunca efectista y sí, en cambio, hermosamente expresiva.
Una caravana de aforismos
La temporalidad, por otra parte, parece borrarse en una
obra como Caravana, situada más bien en el territorio de la ensoñación,
de la fábula que multiplica indefinidamente sus significados, de
la poesía, en definitiva. Está emparentada con esos cuentos
del budismo zen en que el discípulo destila la sabiduría
encerrada en las enigmáticas palabras de su maestro; aquí,
el maestro ha sido sustituido por los guías y camelleros de una
caravana que atraviesa un desierto de caminos imperceptibles ("la
ruta es ausencia de ruta") y siempre en proceso de transformación.
Claro que quien se adentra por este espacio de dunas ha de estar dispuesto
también a desertar de su yo habitual, a despojarse de los ropajes
con que se reviste el ego para dar apariencia de concreción a lo
que sólo es ilusión. Quien penetra en el desierto debe estar
preparado para efectuar en sí mismo un cambio, obrando en paralelo
con la realidad, mutable y sometida a alteración: "La caravana
es cosa frágil dice un camellero. Basta que tu animal
sacuda el rabo: la caravana se estremece y ya es otra caravana. No es
la que habrá de llegar dice la caravana que ha partido.
No es la de hoy dice la caravana de mañana. La memoria
es de arena dice, la caravana es de agua."
Jorge Zentner ha elaborado una serie de textos que, como
preciosos aforismos, ahondan en el misterio que late en el centro de la
existencia, de una vida repleta de espejismos, que es siempre tránsito
y ausencia de sentido. A su vez Bernard Olivié ha sido capaz de
darles magnífica réplica recurriendo a dibujos de engañosa
sencillez y a una extensa gama de recursos, que comprenden desde la página
en negro al uso de unos grises que ilustran perfectamente las metamorfosis
del desierto.
Jorge Zentner
(Basavilbaso, Argentina, 1953) es guionista, escritor y autor de cómics.
Ha publicado la novela Informes para Mertov (Anaya y Mario Muchnik, Madrid,
1991), el libro de relatos Mertov (Anaya y Mario Muchnik, Madrid, 1993)
y diez libros infantiles, entre los que destaca Comemiedos, Premio Apel·les
Mestres, (Destino, Barcelona, 2001). Algunos de sus libros de cómics
son: El silencio de Malka (Glénat, Barcelona), Premio Alpha Art
del Salón de Angulema al mejor libro extranjero publicado en Francia
en 1996, y Tabú (Glénat, Barcelona), Premio al mejor guión
en el Salón de Barcelona, 2001. Una parte de Caravana fue prepublicado
por Lateral a lo largo de varios números.
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