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septiembre 2002
Nº 93

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César Aira y la comedia de los procedimientos
Leonardo Valencia

Cumpleaños (2001) y El mago (2002), ambos en Mondadori; Varamo (Anagrama, 2002) y La liebre (Emecé, 2002), son los títulos del escritor argentino César Aira, publicados últimamente en España. El siguiente artículo traza el perfil de un autor inasible y prolífico que ha sorprendido por su imaginación, su humor y un particular procedimiento de escritura.

Dicen que Glenn Gould, al interpretar piezas de Haydn (¿o era Händel?), solía quitarse el jersey y lanzarlo con otros objetos sólidos al interior de la caja de resonancia para que, oprimiendo las cuerdas, se distorsionara la música y en un instante se retrocediera siglos hasta la aspereza del clavecín. Aspereza que daba un nuevo sentido a la interpretación. Invitaba así al oyente a entender que el músico depende de la técnica de su época. También sugería que un músico contemporáneo y talentoso sabe cuándo y cómo recurrir a los instrumentos del pasado.

César Aira (Coronel Pringles, 1949) también echa de todo en sus novelitas para lograr improvisaciones inesperadas. En Cumpleaños, el narrador ­un escritor argentino al que se quiere que supongamos como el mismo Aira­ al cumplir cincuenta años, y mientras observa en el cielo una media Luna, descubre que estaba errado lo que había aprendido en la escuela, la peregrina explicación de que el lado oscuro de la Luna se debe a la sombra que proyecta la Tierra sobre ella. Había pasado media vida sin saber que estaba en un error. Lo que lo lleva a preguntarse qué hizo mientras tanto. Al mismo tiempo, en cuanto escritor, constata que son precisamente los rasgos circunstanciales que exige la novela lo que la vuelve difícil de escribir. En la vida esos rasgos son gratuitos y prescindimos de ellos, como el fallo respecto a la Luna. En la novela son una impostura. El cumpleaños en cuestión es un hito temporal en el que se levanta un punto de observación de su vida y de su escritura. El narrador se explica así : &laqno;Yo me hice escritor y mi bloc maravilloso, mi notación, son, tematizadas, mis novelitas.» Esta acumulación a modo de diario o registro evitaría la tarea de crear los rasgos circunstanciales exigidos por la novela en el formato habitual, es decir, las historias con resonancias y digresiones controladas en las que se resuelve una intriga o se demuestra una tesis, y que redondearían en una pacífica simetría.

Aira, por el contrario, está más próximo a las vanguardias: simula la creación de la obra en una poderosa deriva donde lo inesperado es norma, y reflexiona sobre el proceso. Su pregunta insistente y formulada con claridad tendría dos extremos: qué es la literatura, y qué mínima posibilidad de coherencia posee frente a la dispersión de una realidad inasible. En Los fantasmas (1990), en medio de una historia de fantasmas en un edificio a medio construir, el narrador se pregunta si la arquitectura de lo no-construido es la literatura. En La liebre, uno de los personajes advierte que el cuento vuela sobre territorios discontinuos. Entendida así, una narración tendría que ser una escrupulosa criba de tiempo.

Pero lo que importa en Aira no es la construcción de un argumento, ni la demostración de una idea, sino el ejercicio de una voz que juega con lo que tiene entre cuerdas vocales. Esta ejecución, para ganar en autenticidad, siempre es breve porque no fuerza la extensión de su continuum narrativo. El sentido de las notaciones y las digresiones en sus novelitas no sería exterior a éstas, ni anterior ni escondido, sino que nacería de ellas. La narración no se dirige a un final elidido que la sustenta sino que éste se crea en la marcha, en la secuencia. &laqno;Hay una acumulación de tiempo que es inherente a la novela ­dice en Cumpleaños­, una sucesión de días distintos, sin la cual no es novela. De lo que se escribió un día hay que reivindicarse al siguiente, no volviendo atrás a corregir (es inútil) sino avanzando, dándole sentido a lo que no lo tenía a fuerza de avanzar. Parece magia, pero en realidad todo funciona así; vivir, sin ir más lejos.»

¿Parece magia? En El mago, el conflicto de Hans Chans es trabajar como mago entre magos, pero él sí que es un mago de verdad. A costa de disimular su poder por la conciencia de poseerlo, pasa por ser un mago de segunda línea. El miedo a que se descubra su estafa de autenticidad en un gremio de ilusionistas, lo hace vivir entre una contención consciente y la duda de saber si lo que le ocurre es una complicada casualidad, o bien es la realización de sus deseos reprimidos. Si esa frontera es imprecisa, sería absurdo buscar un sentido más allá de la acumulación de los hechos. Visto así, lo fantástico de la literatura de César Aira es una noción en extremo fáctica de la realidad, como si observara bajo una lupa la monstruosidad de una mosca que, además, platica sobre su vida breve. Ante el fracaso de no poder hacer un buen show, Hans Chans opta por escribir novelas ­que hace aparecer con un chasquido de dedos­ ya que nadie le pedirá cuentas por la trasgresión de ser un mago de verdad, ni tampoco se podrá rastrear el origen de tantas novelas escritas tan rápido.

 

Epílogos para volver a empezar

Es precisamente una labor de rastreo la que se produce en Varamo, donde su reflexión sobre la narrativa es más lograda. Varamo es un ficticio funcionario panameño que nunca tuvo pretensiones de escritor, ni contacto con la poesía, pero que en una noche de 1923 escribió la obra maestra de la moderna poesía panameña, El Canto del Niño Virgen. Narrada por un crítico literario que pretende hacer un recuento de la génesis del poema, en Varamo se detallan los rasgos circunstanciales de las horas previas a la escritura súbita e improvisada. Del poema en cuestión no llegamos a saber nada, ni siquiera un verso, pero lo sabemos todo sobre el recorrido previo de Varamo, desde el momento que cobra su sueldo ­con dos billetes falsificados­ hasta cuando se ensucia los dedos con un colorido dulce rojo. ¿Dónde está la causa del poema? ¿Dónde el talento?, parece preguntarse el narrador en su minucioso recuento, que, además, considera un trabajo de crítica literaria. Y mientras nos interrogamos con él y seguimos la insulsa deriva del funcionario en búsqueda de una idea preconcebida de la genialidad, Varamo llega a su casa y simplemente &laqno;se sentó, y escribió», utilizando todo lo que se había metido en el bolsillo desde que salió del Ministerio y realizó su recorrido. Explícito contraste entre el mago contenido que no usa su poder y el autor súbito que se deja arrebatar por una inspiración casual e inexplicable.

En su artículo "La nueva escritura", Aira señalaba que las vanguardias históricas reponían el proceso de la escritura allí donde se había entronizado la obra como resultado. Aquellas procuraban que &laqno;la obra sea el procedimiento para hacer obras, sin la obra. O con la obra como apéndice documental que sirva sólo para deducir el proceso del que salió». Aquí está el origen de Varamo, un libro que circunda a otro libro. Como en Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio Fernández, donde todo el libro son prólogos a una novela que nunca comienza. A diferencia de Museo de la novela de la Eterna, en Varamo ya existe la obra que se rodea, y está fechada históricamente en las vanguardias. No se trata de un prólogo, entonces, sino de un epílogo (que no de un epígono, o casi). No es por lo tanto creación de vanguardia, sino evocación. Aunque no sea vanguardia, este deseo, esta revisión nostálgica sirve de liberación. Aquí es donde reconocer fórmulas o instrumentos antiguos ­como el pseudoclavecín de Gould­ es un recurso novedoso. Para poner esta estrategia en contexto, conviene tener presente a otros dos autores que también apelan insistentemente a las vanguardias y a narraciones en forma de ensayo literario, como son Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño. Sugerente estrategia: con sus obras han reordenado y nivelado, en el sitio que les corresponde, la relación con las novelas totales, o los autores totales, de lengua española en la segunda mitad del siglo xx. Lo han hecho desde adentro de una tradición más vasta, señalando con distancia irónica las cimas remotas de las vanguardias, sin hacer tabla rasa, y menos aún actuando desde una huida de sus fuentes.

Esta comedia de los procedimientos de escritura incluye humor, reflexión literaria y una conciencia precisa de la tradición. Es la plataforma de César Aira para lanzarse al vacío y caer de pie, por lo que estas novelitas son piruetas revelantes, saltos mortales, y, además, juegos con la forma disfrazados de diminutivo, como para no elevar la voz ni épater le bourgeois, que demasiados dan bulliciosos saltitos con novelas y novelones.


Leonardo Valencia (Ecuador, 1969) ha publicado el libro de cuentos La luna nómada (1995) y la novela El desterrado (Debate, 2000).