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septiembre 2002
Nº 93

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¿Existe la memoria colectiva?
Toni Gomila

La identidad nacional de un pueblo, como el relato histórico de cualquier colectividad, es un constructo basado en la memoria. Pero, ¿en qué medida se conjugan el elemento individual con el colectivo? El autor de este artículo ofrece algunas vías para la reflexión partiendo del libro Memoria colectiva e identidad nacional, editado por Biblioteca Nueva.

Recuerda el lector las circunstancias en que tuvo noticia de la muerte de Franco? ¿O del golpe del 23-F? Si el lector es español, mayor de 30 años, es probable que sí. Que recuerde con quién se encontraba en esos momentos, dónde, cuál fue su reacción, etc. A este tipo de recuerdo los psicólogos lo llaman "memoria de flash".

Falta de fiabilidad

Por sus características: es como si cierto momento de nuestra vida se nos hubiera quedado grabado como una instantánea, como si ese momento se iluminara puntualmente en el recuerdo. Por supuesto, los acontecimientos sobre los que uno tiene "memoria de flash" varían con las circunstancias personales, pero lo distintivo de estos recuerdos es que son colectivos: no se refieren a un episodio de la vida singular de un individuo particular, sino a un acontecimiento especialmente significativo de la vida colectiva que deja, por así decir, su impronta en cada uno de los miembros de ese colectivo. Presenta, eso sí, la carga emocional de la memoria autobiográfica ­aquellos recuerdos que desempeñan un papel clave en nuestra identidad personal­, en la medida en que son sólo los sucesos de mayor impacto o significación colectiva los que se recuerdan. Y presenta, también, la falta de fiabilidad, el carácter elaborativo, de la memoria episódica, del recuerdo de sucesos concretos que ha vivido uno mismo: en ningún caso es la memoria un mero archivo del que recuperar lo que ocurrió, sino un proceso de elaboración narrativa que maximiza la coherencia del episodio. Pero lo específico de la "memoria de flash" es esta dimensión social, colectiva, del recuerdo: lo que recordamos, cómo lo recordamos, qué circunstancias elicitan ese recuerdo, dependen de nuestra pertenencia al colectivo y nos vinculan, por tanto, con los demás miembros.

Ahora bien, la alternativa no consiste en personificar el grupo social, en ver al colectivo como entidad psicológica, y atribuirle las mismas facultades que las del individuo. Esta opción cuenta ciertamente con antecedentes notables en los orígenes de la psicología científica, como la Psicología de los Pueblos, de Wundt, una psicología cultural de inspiración romántica, que contempla a los pueblos como las unidades básicas de análisis, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, pero con una constitución psicológica análoga a la individual: se les atribuye carácter, personalidad, lenguaje, voluntad, decisión, pensamiento y también memoria. Pero esta reificación de las entidades colectivas, a pesar de reflejarse en múltiples atribuciones populares y de sentido común, por la tendencia a atribuir las diferencias a una esencia diferente, no resulta explicativa en la medida en que fenómenos como el de la "memoria de flash" ocurren en mentes individuales, en individuos concretos.

Entre lo individual y lo social

Por ello, lo más notable de Memoria colectiva e identidad nacional es asignarse el objetivo de formular, desde el punto de vista teórico y desde la investigación empírica, esta imbricación entre las capacidades mentales del individuo, en particular su capacidad de recuerdo, con su dimensión social; en ofrecer un marco para pensar la constitución psicológica del individuo como resultado de su socialización. Se trata, por tanto, de centrar en la memoria la gran cuestión de la interrelación entre lo individual y lo social. El intento de este libro se sitúa así en la estela del programa de Vygotski, quien en los años veinte esbozó un modo concreto de entender la constitución social del individuo, en relación a las capacidades de lenguaje y pensamiento, a través del concepto de interiorización. Se refiere al proceso por el cual signos públicos pasan a convertirse en signos mentales, de manera que el espacio de la subjetividad resulta de esta interiorización de los contenidos y significados socialmente establecidos. En el caso de la memoria, los procesos propuestos para dar cuenta de la dimensión social del recuerdo individual se refieren a la manera en que se interioriza el relato público de los hechos socialmente significativos.

Además de este aspecto más académico, el libro resulta notable por su intento de elaborar una psicología culturalmente relevante: el auge de los nacionalismos, la valoración de lo diferente y específico de cada región, el eterno retorno del debate sobre las humanidades y la enseñanza de la historia, la necesidad del olvido para cerrar heridas profundas en el seno de una sociedad, etc. De ahí la segunda parte del título, identidad nacional, que trata de aportar al espacio público de la cultura una perspectiva reflexiva específicamente psicológica, que no caiga en lo que podría llamarse "la psicología del quiosko" ­esa especie de "bálsamo de Fierabrás", de "curalotodo", de la mente, como a veces se presenta.

La memoria como política

¿De qué modo el estudio psicológico de la memoria puede contribuir a la cuestión de la identidad nacional? Digamos de entrada que la conexión entre memoria e identidad personal se remonta por lo menos a Locke. Ajustar los términos de la relación no es sencillo, pero la idea básica es que soy el mismo que ayer porque recuerdo lo que me pasó ayer: es la continuidad psicológica la que garantiza la identidad personal. A nivel colectivo, la trasposición resulta fácil, sin necesidad de caer en la reificación de un ser colectivo: nuestra identidad social está configurada igualmente por un patrón más o menos compartido de recuerdos del pasado. Pero, al igual que en el plano individual, este planteamiento se enfrenta a un presentismo que sólo tiene en cuenta el ahora y a un esencialismo que presupone una identidad inmanente, ahistórica, que no cambia. Lo que, unido al reconocimiento de la dimensión constructiva, elaborativa, narrativa, de la memoria, sugiere una imagen de la identidad nacional como algo contingente, un fenómeno típicamente histórico, sin más base que la estructura psicológica y social humana. Y, por tanto, sometida a las fuerzas e intereses sociales.

Este simple planteamiento permite abrir múltiples perspectivas de análisis. Por ejemplo, notar las "políticas de la memoria colectiva", los esfuerzos, por parte del poder, de homogeneizar este pasado compartido, por asegurar una "historia oficial", y difundirla. Estado y nación no son dos términos contrapuestos, sino que el estado moderno, desprovisto de la legitimación divina, buscó en la nación, como entidad preexistente sujeto de derechos, una nueva legitimidad para su soberanía. Como dijo uno de los padres de la unificación italiana tras producirse ésta: "Ahora tenemos Italia. Sólo faltan los italianos." Ahora podría sentirse satisfecho.

La memoria y los 'mass media'

La historia no es el único modo de modelizar la memoria colectiva y así forjar identidades. También el espacio público urbano se convierte en escenario del recuerdo colectivo: nombres de calles y edificios, esculturas, fiestas oficiales, sirven al mismo objetivo. Y por supuesto, el papel de los medios de comunicación de masas ha pasado a ser clave en esta forja de identidades, sustituyendo a la literatura (sobre todo la oral). Ahora bien, ocasionalmente, esta identidad colectiva puede ser reelaborada o reinterpretada, o pueden darse versiones diferentes en función de pertenencias diferentes. En este sentido, el libro incluye un estudio sobre el uso electoral del recuerdo de la guerra civil en las elecciones generales del 96. Igualmente, este planteamiento permite derivar un sentido de identidad cosmopolita de la existencia de una "aldea global" mediática. "El recuerdo de flash" que compartiremos todos será la caída de las Torres Gemelas de Nueva York.

Si algo se le puede reprochar a este planteamiento, es que toma la memoria como punto de partida de sus análisis, sin entrar a considerar las propias funciones que ésta desempeña, lo que podría llamarse la necesidad de recordar el pasado colectivo, o los usos sociales de la memoria. Desde este ángulo se podría introducir otro aspecto clave en la cuestión de la identidad social o nacional: el del reconocimiento del otro, de lo diferente, y confrontarse con ello, para ser reconocido también como diferente. Esperemos que esta vía de reflexión continúe y pueda recorrer estos otros caminos.