Lo que queda de Cannes
Óscar Peyrou
Si Cannes continúa siendo la Meca del cine europeo,
cada vez parecen quedar menos motivos que justifiquen la peregrinación.
Un documental que investiga el uso de armas de fuego en Estados Unidos
y una película rusa de marcado carácter formalista han sido
las dos únicas perlas de la pasada edición, a pesar de que
los medios apenas hayan hablado de ellas.
De la veintena de filmes de la competición oficial
del último Festival de Cannes quedan dos películas en la
memoria: Russian Ark, del ruso Alexandre Sokurov, y Bowling for Columbine,
del estadounidense Michael Moore. El resto se disipa con velocidad variable,
como el humo que origina la quema de un montón de hojas secas.
Rusia en un plano-secuencia
Si para analizar un hecho existe la posibilidad de estudiar
de forma diferenciada el contenido y la forma, podemos asegurar que la
cinta de Sokurov es un prodigio técnico desde este último
punto de vista. Su fondo, en cambio, o forma parte de su forma, o es mediocre,
o no existe.
La película, de 96 minutos, es un único
plano-secuencia que lo convierte en el primer largometraje hecho sobre
un soporte en una sola toma. Es, en consecuencia, el primer largometraje
rodado y finalizado en unas pocas horas, sin contar, claro está,
los ensayos. También es la más larga secuencia de SteadyCam
jamás filmada y el primer largo en alta definición no comprimido
(para cuya grabación el director tuvo que utilizar un disco duro
portátil).
A todo esto hay que sumar tres orquestas en vivo y 867
actores que cuentan una historia ambientada en el Museo del Ermitage,
una historia que ocurre durante trescientos años a lo largo y ancho
de toda Rusia.
A pesar de ello, la cinta es de un realizador al que no
le interesan los "récords" ni le fascina particularmente
la novedad o la invención. La filmografía de Sokurov muestra
y él lo confiesa abiertamente que lo único que
le interesa realmente son los elementos más simples del cine: la
imagen, el sonido y el tiempo.
Según el realizador ruso, la idea de relatar la
historia de Rusia a través de un recorrido por el famoso museo
de San Petersburgo surgió de la pereza hace unos cuatro años:
un día comprendió que el montaje era la parte de la confección
de un filme que más le cansaba.
Entonces apareció la solución: un filme
digital, hecho en una sola toma que se desarrolla en tiempo real. La cámara
debería recorrer 1.300 metros sin interrupción alguna, dentro
de las salas de la pinacoteca. El director no contaba más que con
cuatro horas de luz natural. Miles de personas delante y detrás
de la cámara debían trabajar de un modo armónico
conjuntamente.
Desde el punto de vista técnico, las cámaras
HD no pueden grabar más de 46 minutos sin cambiar de casette. Consultada
una empresa alemana, ésta sugirió un equipo portátil
experimental con un disco duro. De esta manera se podían grabar
hasta 100 minutos de imágenes no comprimidas.
Lo que se ve en la pantalla es tan bello auténticos
cuadros de cuadros que la anécdota virtualmente desaparece:
ningún espectador pierde el tiempo en escuchar las tonterías
que recita un actor saltando de un lado a otro de la escena. Del objetivo
como si fuese un pincel surgen las obras maestras que se exhiben
en el Ermitage y el terso aspecto de las salas en las que éstas
se muestran.
Paradojas de la vida: ningún crítico fue
capaz de decir en Cannes si la película era buena o mala. Ante
un alarde semejante, todo pasa a un segundo plano.
Mantener la paz a tiros
Bowling for Columbine es un extraordinario documental
que investiga las razones de la violencia cotidiana en Estados Unidos.
La cinta analiza la sociedad estadounidense y la compara con la de Canadá.
Mientras en la primera hay centenares de muertos por arma de fuego mensuales,
en Canadá esos hechos apenas se registran.
La tesis de Moore apunta a la responsabilidad histórica
de los políticos y de los medios de comunicación estadounidenses,
que permanentemente alimentan la paranoia de la población. Según
los representantes de los ciudadanos y la televisión, el enemigo
está siempre cerca. Puede ser un vecino, un extraño. Y nadie
nos va a defender como lo podemos hacer nosotros mismos. Cuando uno abre
una cuenta bancaria en varios estados de Estados Unidos, la institución
ofrece de regalo no una batería de cocina, como en España,
sino un fusil y el cliente ¡oh las ventajas del libre mercado!
puede optar entre varios modelos de esas armas.
El origen del miedo en Estados Unidos se remonta, según
Moore, a la época en la que en sólo 86 años entre
la Revolución de 1775 y la guerra de Secesión de 1861
la población de esclavos negros pasó de 700.000 a cuatro
millones. En algunas regiones del sur, los negros eran tres veces más
que los blancos. Por eso los blancos se armaron con los nuevos Colt de
seis tiros a los que llamaban peacekeeper.
Cuando el Sur perdió la guerra, los blancos se
aterrorizaron. Fue por eso que apareció el Ku Klux Klan, en 1865.
En 1871, esta organización fue declarada formalmente ilegal, aunque
siguió sus actividades hasta hace pocas décadas. Unos meses
después de ese año de 1871 se constituyó la National
Rifle Association (NRA): su misión era lograr que sólo los
blancos pudieran adquirir y portar armas de fuego.
En el documental hay múltiples entrevistas interesantes,
pero la más ilustrativa es la antológica que el propio Moore
hace a Charlton Heston, actual líder de la NRA.
Poco tiempo antes, Heston, que está a favor de
la proliferación de armas entre los ciudadanos, había participado
en un acto en un pueblo cercano donde se registró la matanza de
trece adolescentes a manos de otros dos chicos.
El corrosivo Moore, del que por algo el portavoz
de la Casa Blanca Mike McCurry dijo recientemente que es "un personaje
peligroso", interroga sin piedad al famoso y pésimo actor
hasta dejarlo sin palabras. Finalmente, el veterano astro de Hollywood
abandona precipitadamente el salón de su propia casa, donde tiene
lugar la entrevista, sin responder a las últimas preguntas que
Moore continúa lanzando, como lanza un indio sioux sus flechas
contra el coronel del Quinto de Caballería que huye.
Óscar Peyrou,
escritor argentino afincado en Madrid, ha publicado varios libros de cuentos,
entre ellos Máscara de polvo (Verbum, 1992).
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