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septiembre 2002
Nº 93

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Lo que queda de Cannes
Óscar Peyrou

Si Cannes continúa siendo la Meca del cine europeo, cada vez parecen quedar menos motivos que justifiquen la peregrinación. Un documental que investiga el uso de armas de fuego en Estados Unidos y una película rusa de marcado carácter formalista han sido las dos únicas perlas de la pasada edición, a pesar de que los medios apenas hayan hablado de ellas.

De la veintena de filmes de la competición oficial del último Festival de Cannes quedan dos películas en la memoria: Russian Ark, del ruso Alexandre Sokurov, y Bowling for Columbine, del estadounidense Michael Moore. El resto se disipa con velocidad variable, como el humo que origina la quema de un montón de hojas secas.

Rusia en un plano-secuencia

Si para analizar un hecho existe la posibilidad de estudiar de forma diferenciada el contenido y la forma, podemos asegurar que la cinta de Sokurov es un prodigio técnico desde este último punto de vista. Su fondo, en cambio, o forma parte de su forma, o es mediocre, o no existe.

La película, de 96 minutos, es un único plano-secuencia que lo convierte en el primer largometraje hecho sobre un soporte en una sola toma. Es, en consecuencia, el primer largometraje rodado y finalizado en unas pocas horas, sin contar, claro está, los ensayos. También es la más larga secuencia de SteadyCam jamás filmada y el primer largo en alta definición no comprimido (para cuya grabación el director tuvo que utilizar un disco duro portátil).

A todo esto hay que sumar tres orquestas en vivo y 867 actores que cuentan una historia ambientada en el Museo del Ermitage, una historia que ocurre durante trescientos años a lo largo y ancho de toda Rusia.

A pesar de ello, la cinta es de un realizador al que no le interesan los "récords" ni le fascina particularmente la novedad o la invención. La filmografía de Sokurov muestra ­y él lo confiesa abiertamente­ que lo único que le interesa realmente son los elementos más simples del cine: la imagen, el sonido y el tiempo.

Según el realizador ruso, la idea de relatar la historia de Rusia a través de un recorrido por el famoso museo de San Petersburgo surgió de la pereza hace unos cuatro años: un día comprendió que el montaje era la parte de la confección de un filme que más le cansaba.

Entonces apareció la solución: un filme digital, hecho en una sola toma que se desarrolla en tiempo real. La cámara debería recorrer 1.300 metros sin interrupción alguna, dentro de las salas de la pinacoteca. El director no contaba más que con cuatro horas de luz natural. Miles de personas delante y detrás de la cámara debían trabajar de un modo armónico conjuntamente.

Desde el punto de vista técnico, las cámaras HD no pueden grabar más de 46 minutos sin cambiar de casette. Consultada una empresa alemana, ésta sugirió un equipo portátil experimental con un disco duro. De esta manera se podían grabar hasta 100 minutos de imágenes no comprimidas.

Lo que se ve en la pantalla es tan bello ­auténticos cuadros de cuadros­ que la anécdota virtualmente desaparece: ningún espectador pierde el tiempo en escuchar las tonterías que recita un actor saltando de un lado a otro de la escena. Del objetivo ­como si fuese un pincel­ surgen las obras maestras que se exhiben en el Ermitage y el terso aspecto de las salas en las que éstas se muestran.

Paradojas de la vida: ningún crítico fue capaz de decir en Cannes si la película era buena o mala. Ante un alarde semejante, todo pasa a un segundo plano.

Mantener la paz a tiros

Bowling for Columbine es un extraordinario documental que investiga las razones de la violencia cotidiana en Estados Unidos. La cinta analiza la sociedad estadounidense y la compara con la de Canadá. Mientras en la primera hay centenares de muertos por arma de fuego mensuales, en Canadá esos hechos apenas se registran.

La tesis de Moore apunta a la responsabilidad histórica de los políticos y de los medios de comunicación estadounidenses, que permanentemente alimentan la paranoia de la población. Según los representantes de los ciudadanos y la televisión, el enemigo está siempre cerca. Puede ser un vecino, un extraño. Y nadie nos va a defender como lo podemos hacer nosotros mismos. Cuando uno abre una cuenta bancaria en varios estados de Estados Unidos, la institución ofrece de regalo no una batería de cocina, como en España, sino un fusil y el cliente ­¡oh las ventajas del libre mercado!­ puede optar entre varios modelos de esas armas.

El origen del miedo en Estados Unidos se remonta, según Moore, a la época en la que en sólo 86 años ­entre la Revolución de 1775 y la guerra de Secesión de 1861­ la población de esclavos negros pasó de 700.000 a cuatro millones. En algunas regiones del sur, los negros eran tres veces más que los blancos. Por eso los blancos se armaron con los nuevos Colt de seis tiros a los que llamaban peacekeeper.

Cuando el Sur perdió la guerra, los blancos se aterrorizaron. Fue por eso que apareció el Ku Klux Klan, en 1865. En 1871, esta organización fue declarada formalmente ilegal, aunque siguió sus actividades hasta hace pocas décadas. Unos meses después de ese año de 1871 se constituyó la National Rifle Association (NRA): su misión era lograr que sólo los blancos pudieran adquirir y portar armas de fuego.

En el documental hay múltiples entrevistas interesantes, pero la más ilustrativa es la antológica que el propio Moore hace a Charlton Heston, actual líder de la NRA.

Poco tiempo antes, Heston, que está a favor de la proliferación de armas entre los ciudadanos, había participado en un acto en un pueblo cercano donde se registró la matanza de trece adolescentes a manos de otros dos chicos.

El corrosivo Moore, del que por algo el portavoz de la Casa Blanca Mike McCurry dijo recientemente que es "un personaje peligroso", interroga sin piedad al famoso y pésimo actor hasta dejarlo sin palabras. Finalmente, el veterano astro de Hollywood abandona precipitadamente el salón de su propia casa, donde tiene lugar la entrevista, sin responder a las últimas preguntas que Moore continúa lanzando, como lanza un indio sioux sus flechas contra el coronel del Quinto de Caballería que huye.

Óscar Peyrou, escritor argentino afincado en Madrid, ha publicado varios libros de cuentos, entre ellos Máscara de polvo (Verbum, 1992).