lateral


noviembre 2002
Nº 95

home

 

Lezama Lima, antólogo
Roberto González Echevarría

Además de poeta y narrador, José Lezama Lima fue un ensayista literario de primer orden. A esa actividad se añade una menos conocida, la de antólogo. Recientemente, se acaba de reeditar en España su monumental Antología de la poesía cubana (Editorial Verbum, 2002), con añadidos valiosos. Roberto González Echevarría da cuenta de la nueva edición.

En 1965, José Lezama Lima publicaba, en tres tomos, una Antología de la poesía cubana, cuya segunda edición, corregida y aumentada, saca ahora la Editorial Verbum. Lo añadido por Ángel Esteban y Álvaro Salvador es un cuarto volumen que contiene la poesía cubana del siglo xx, ya que Lezama había concluido la suya con Martí, tal vez para evitar ser juez y parte, o para evitarse el engorroso dilema de si incluir o no a "poetas" que ya se habían incrustado en la burocracia cultural cubana. Los editores han corregido, además, erratas y desperfectos de emplanaje que cunden en los tres primeros tomos.

Puesta al día

Podría pensarse que añadirle cualquier cosa a una obra de Lezama sería un desacato empobrecedor, pero aquí ocurre todo lo contrario: el cuarto volumen es una valiosísima antología, entre otras razones porque contiene la obra de poetas que viven fuera y dentro de la isla, y que apoyan o rechazan el régimen de Fidel Castro. (Algunos que viven dentro no lo apoyan.) No podría exagerar lo suficiente lo generosos que han sido Esteban y Salvador, que incluyen a destacados burócratas del régimen, como Roberto Fernández Retamar (miembro ahora del Consejo de Estado), o sumisos y tímidos defensores del mismo, como Pablo Armando Fernández, sin afear las notas introductorias con comentarios como éste que hago. Aquí aparece prácticamente todo el mundo con sus mejores poemas, que Esteban y Salvador han considerado (a veces con excesiva laxitud a mi ver) dignos de ser incluidos por su valor literario. Da gusto ver juntos al propio Lezama y a Gastón Baquero, y poder disfrutar del trabajo de los más jóvenes, como Norge Espinosa y Antonio José Ponte. Este cuarto tomo es un curso sobre la poesía cubana contemporánea que tendrá un enorme impacto en la historia de la misma, en gran medida porque los poetas de todas las inclinaciones podrán conocerse y reconocerse en él, por encima de las barreras de la censura y el ninguneo oficial. En este sentido este cuarto tomo debe ser tan influyente como dos polémicas antologías de la poesía cubana del siglo xx: la prologada por Juan Ramón Jiménez en 1937 y la de Cintio Vitier de 1948.

Pero, desde luego, el plato fuerte es la antología de Lezama, los tres primeros tomos, preparados para figurar en el pabellón de Cuba en la Expo'66 de Montreal y hace tiempo agotadísima. Los que tenemos la suerte de poseer un juego de la antología original nos hemos visto en el aprieto de tener que prestarlo no una sino varias veces. Ahora los interesados podrán adquirir esta nueva edición enriquecida, que hasta los dueños de la anterior querremos tener por la pulcritud de ésta, la belleza de la factura de los cuatro libros, y la labor de enmienda.

Hay testimonios de los que vieron a Lezama en la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, su corpulenta humanidad arrimada a una mesa atiborrada de papeles y libros, preparando esta antología. Fue una de las tareas que el nuevo régimen le asignó en sus funciones como investigador y asesor del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, y como vicepresidente (uno de seis) de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. (Rimbombantes títulos que aplicados al poeta de Enemigo rumor revelan aún más su ridiculez.) Lezama tenía un conocimiento vastístimo de la poesía cubana, si bien filtrado por su compelente y abigarrado sistema poético más que organizado como historia literaria en el sentido convencional. Aquí, sin embargo, el poeta hizo un esfuerzo notable por ceñirse lo mejor que pudo a las normas editoriales al uso, con resultados previsiblemente desiguales, pero siempre interesantes por ser Lezama quien fue. La selección es más bien ortodoxa, pero el aparato erudito es cuestionable en el mejor de los casos. No sabemos a ciencia cierta de dónde sacó Lezama la información que incluye en las notas introductorias, aunque ofrece bibliografías escuetas que abarcan desde los manuales más conocidos (como los de Max Henríquez Ureña y Juan J. Remos) hasta libros raros (como El laúd del desterrado), y una bibliografía general en el tercer tomo. En todo caso, las introducciones más largas, como la dedicada a Heredia, son deliciosas noveletas en que Lezama sigue siendo Lezama, no un antólogo cualquiera. A mí siempre me ha conmovido la siguiente frase: "El temor al clima de Nueva York, que no le asentaba, le lleva a Heredia a cambiar de ciudad y se dirige a New Haven" (tomo II, p. 14, edición original, II, 19-20 de la actual). Como hace tres décadas que vivo en New Haven, que está más al norte que Nueva York, por cierto, y tiene un clima peor, me pregunto por la fuente que maneja Lezama, y si ésta no habrá sido su vivísima imaginación y dudoso conocimiento de la geografía. Por supuesto, todo esto hace de la antología un documento de inestimable valor para conocer al autor de Paradiso, para saber qué poetas cubanos admiraba y había incorporado a su cornucopia creativa.

Más allá de los poemas

También es valiosa la antología por el poderoso prólogo de Lezama, su más amplio y ambicioso ensayo sobre la poesía cubana, que hay que contrastar con el libro de Cintio Vitier, Lo cubano en la poesía. El libro de Vitier, editado en 1958, es un recuento providencialista, pongámosle así, de la historia de la poesía cubana, en la que el reconocimiento de sí y del paisaje nacional son el motor que impulsa a ésta hacia su cúspide en la obra del propio Lezama. El libro se ha tomado como una especie de poética del grupo Orígenes, aunque ya (al fin) está siendo sometido al escrutinio crítico que merece. Lezama lo cita como referencia en no pocas de las introducciones a poetas individuales, pero no lo cita en su prólogo, que en cierta medida es lo opuesto del proyecto de Vitier. Lezama no se interesa, tautológicamente, por lo cubano en la poesía sino por la poesía en lo cubano. Es decir, a Lezama lo que le interesa es la expresión de lo cubano en textos de toda índole, no sólo en los poéticos. Así lo expresa en un párrafo fundamental para entender a todo Lezama:

"El estudioso de la literatura debe rebasar las fuentes de información que sean estrictamente literarias. Cuanto mayores y más diversas sean esas fuentes, más complejo y ahondado es el rendimiento literario, por eso nos ha parecido acertado el criterio de Paul Eluard, al incluir en su Antología de la poesía francesa, leyendas, cuentos infantiles, tradiciones populares, etc. Así puede apreciarse con más precisión la extensión de las motivaciones de toda índole que expresa un poema. Desde luego que no pueden establecerse en nuestra literatura esas fuentes extraliterarias, con la nitidez que en otras literaturas europeas, por no estar realizadas aún con precisión entre nosotros" (I, p. 20).

Es por ello que Lezama abre su prólogo aludiendo al Diario de Colón, que él declara la fundación poética de Cuba. Luego se refiere a documentos legales sacados de los archivos, a los escritos de Alejandro de Humboldt, a todo texto en que se manifieste la poesía de lo cubano, que él define en ese primer párrafo, al aludir a la metáfora que el Almirante usa para describir el cabello de las indígenas ("seda de caballo"), como "la carga de eticidad que entraña, como una resistencia sedosa y fina, que había de ser característica de todos los intentos nobles de lo cubano" (I, p. 3).

Martí como problema

Lezama hace que esa resistencia sedosa y fina culmine con la obra de Martí, el poeta que colma y cierra su antología. Tengo que confesar que a mí no me parece que la obra de Martí tenga la magnitud que Lezama y otros le asignan, y que su difusión en Cuba misma fue esporádica antes de su muerte, y lejos de ser inmediata con el advenimiento de la República. Martí no tuvo tiempo para su obra; dedicado como vivió a la causa de la independencia de Cuba, el caudal de su obra poética es exiguo.
Martí patriota-poeta-orador-prosista-mártir es una gran figura, Martí sólo poeta no, y su poesía fue poco conocida en Cuba hasta ya entrado el siglo xx. Los Versos libres de Martí, como libro, no se conocieron hasta los años veinte del siglo pasado. Pero Martí es interesantísimo a través del lente creador que es la mente de Lezama; nos convence con su fervor, con lo agudo y penetrador de su visión, que descubre primores en los Versos sencillos y el Diario de campaña que hace deslumbrantes esos textos. Sobre todo porque en Martí Lezama puede hacer coincidir y culminar la poesía de lo cubano con una moral, con una visión trascendental de la patria a la que es difícil ofrecer resistencia.