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noviembre
2002
Nº 95

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Tres poemas
Juan Malpartida
Ruego
Le pido que me dé la mano,
que ponga ojos a la piedra,
que diga lo que a nadie dice,
que no haga, en tantos momentos,
como si no me conociera,
le pido sol y pan y agua,
le pido que encienda la lámpara,
que al tiempo roce su presencia,
que me haga ver en este lado
el otro lado donde canta
la rima errante que nos sueña,
ante las palabras de vidrio,
rotas por la fría mirada,
otro saber que reconcilie,
en este cuarto de cemento,
el rumor lento de los pinos,
y frente al mar el mar le pido
para el desierto de mi frente.
No siendo fórmula ni cielo,
no siendo ley ni sustento,
a ti, tan próxima y lejana,
te pido siempre lo imposible,
este minuto que no pasa.
Identidad
Estos muros que marcan el espacio,
cerrados al aire de la ciudad
y al azar de los pasos extranjeros,
estos muros, vertidos hacia adentro,
son la casa.
Paréntesis de cal,
por sus ventanas cae resurrecta
la mañana.
Del otro lado
cabrillea un bosque de voces,
árboles que caminan, se detienen
junto a la roja luz de los semáforos,
avanzan por la página, gramaticales
surtidores de fábulas,
la soledad y el roce de los cuerpos
buscando el rostro marcado en el sueño,
la salida, por el doble arco de tus ojos,
a un paisaje de mar sin peso.
Apoyado en la ventana, las horas
se ablandan a mi espalda.
Levanto la mirada, alguien me contempla
desde el opuesto muro de la calle.
Nos miramos por un instante
y sorprendidos
esbozamos un saludo, de muro a muro,
mientras gira el vacío en la conciencia.
Él o yo, me digo al tiempo que vuelvo
hacia la sombra de la casa.
Método
Del pozo arriba, la sombra
y su desfondado rostro,
voz que en espiral asciende
hasta el brocal del ahora.
Caminé por un reflejo,
resuelto en piedra, ya polvo:
Resucitada presencia,
no por el hábil esguince
del agudo silogismo
y su trampilla de viento,
por un olor de acederas,
por un sabor de frontera
que se agita desde el fondo.
En esta orilla, en este tiempo
Gustavo Guerrero
Juan Malpartida se da a conocer
como poeta a fines de los años ochenta. Su primer libro, Gravitación
(1990), recoge textos escritos entre 1986 y 1989, en uno de los períodos
claves de nuestra historia reciente: el de la agonía del proyecto
moderno que, a lo largo del siglo pasado, nutrió los sueños
de las vanguardias artísticas y las pesadillas de las utopías
políticas. Como ya he dicho en otra parte, la poesía de
Malpartida lleva las marcas de ese momento decisivo. En ella conviven
las promesas incumplidas de una modernidad que afirmaba que la verdadera
vida estaba en otro lugar y el desencanto posterior ante muchos de los
productos del pathos moderno. De ahí que no encuentren ya asidero
en la palabra del malagueño ni las filosofías de la historia
ni las metafísicas del arte aunque ambas dejan un espacio vacío
que se señala como su fundamento y que pareciera fijarle a esta
poesía una orientación y un sentido: a saber, la búsqueda
de una poética capaz de reivindicar el poder de revelación
del lenguaje, sin ceder a la tentación trascendente ni ignorar
el diálogo entre poesía e historia.
En unos versos de Bajo un mismo sol (1991), Malpartida
dice: "Escribir, apurar el tiempo de esta copa,/ sostener la inclinación
irregular del cuerpo/ sobre un fragmento del mundo,/ es una forma de oír
ese reverso,/ lo que es y pudo no haber sido,/ lo que está del
otro lado/ haciendo con su ausencia el lado/ en que vivimos." Cinco
años después, en Canto rodado (1996), insiste: "Escribe
como esta tarde que al caer se tensa y se extiende la palabra
del otro lado, la que dibuja el vacío de la palabra, un poco de
sonido entre dos tiempos a la deriva." Podría citar otros
versos de Hora rasante (1997) que abundan en el mismo sentido, pero creo
que los que he trascrito bastan para hacerse una idea de la importancia
que adquiere aquí la cuestión de la alteridad: la poesía
denota una experiencia de los límites del lenguaje en el horizonte
de lo indecible, sí, pero y éste es el matiz determinante
ceñida a un realismo que ahora la asienta no en un más allá
sino en un más acá: la inmediatez de una existencia cotidiana.
Varios poemas de El pozo (2002) como, por ejemplo, "Identidad"
se cuentan entre las páginas más logradas del poeta dentro
de este intento por reinscribir lo sublime en la prosa de cada día.
Tal inquietud lo emparienta indudablemente con la poesía de la
experiencia, pero la gran diferencia reside en la actitud de Malpartida
ante la cuestión de la alteridad: así, en el poema "Ruego"
de su nuevo libro, pide que la poesía "haga ver en este lado/
el otro lado donde canta/ la rima errante que nos sueña".
Para él, el poema no es el lugar donde el mundo se agota en su
literalidad, sino esa orilla que revela la existencia de la otra orilla
como su condición de posibilidad. La poesía se cumple y
se consuma en esta referencia a lo otro que no apela ya a la garantía
trascendente de un idealismo sino a la frágil y tenaz realidad
humana.
El diálogo con la historia prolonga esta misma
línea de reflexión. No son pocos los poemas de El pozo donde
el poeta le cede la palabra a los pequeños seres que cargan la
cruz del lugar y la época en que han nacido. Como discípulo
de Paz, Malpartida sabe que la poesía moderna fue desde sus orígenes
una crítica de la historia y su libro parece retomar esta bandera
pero en otro tiempo que es este tiempo: el de un mundo pos-utópico
y entregado a una caótica y permanente efervescencia que nos va
volviendo cada vez más escépticos e indiferentes.
Creo que uno de los mayores elogios que se pueden hacer
de esta obra y de este libro es decir que son nuestros estrictos contemporáneos:
ambos nos hablan de nuestro presente en presente y, lejos de la música
de las esferas o los cantos del historicismo, vuelven a hacer del aquí
y el ahora dos insoslayables preguntas sobre nuestro destino.
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