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enero 2004
Nº 109

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La fe de los idiotas
Pepe Rojo

El imperio de la imagen ha transformado el mundo sociocultural de los últimos años. La imagen como religión, como política, casi como credo. ¿Qué implicaciones ha tenido este cambio? ¿Qué peligros? Pepe Rojo, más cercano a los apocalípticos de Eco que a los integrados, se enfrenta con este interrogante, y se fija en el uso de lo visual como una forma de lo real.

Occidente hizo una apuesta hace más de diez siglos. A partir del segundo concilio de Nicea, la Iglesia confió en la capacidad de las imágenes para mediar entre lo divino y lo humano. Si bien la imagen no era divina, permitía el acceso a lo que estaba más allá. Con el fin de la guerra de los iconoclastas, las religiones monoteístas occidentales y orientales quedan separadas por la prohibición o aceptación de los iconos. La apuesta de Occidente es por las imágenes. El problema de la Iglesia católica se convirtió en propagar y cuidar la fe en las Escrituras transformándolas en imágenes. En 1463, el obispo de Brixen, Nicolás von Kues, envía a un monasterio una pintura que sigue con la mirada a todos los que están ante ella. Según Von Kues, la pintura acercaría el reino de lo divino a los "idiotas", aquellos que no saben leer. Según esta lógica, la imagen está hecha para los idiotas. Los iconos, según Aaron Betsky, "ponen en una forma una fuerza abstracta que no podemos ver" y por eso son "imanes de significados". Prendemos la computadora y hacemos clic sobre los iconos que representan secuencias de programación preescritas. Ante la imagen, dice Stefan Heidenreich, "el idiota dispensa de todo conocimiento" y "no tiene mayor opción que creer y no conocer". En los últimos quince años, hemos sido testigos de la digitalización de la imagen, de su codificación como información binaria, un paso más allá de la conversión de la imagen en electricidad, signo inequívoco del siglo pasado. La imagen perdió sustancia. La desaparición del "aura" debido a la reproducción mecánica, esa existencia "única e irrepetible" de la obra de arte que planteaba Walter Benjamin ha dado otro paso, pues la reproducción mecánica producía "átomos", mientras que ahora la imagen es sólo "bits", en términos de Negroponte. La única estética posible es la de la desaparición, según Paolo Rosa.

El ojo promiscuo
La transubstanciación de las imágenes inaugura el reino de la modificación digital del mundo al que accede el ojo, nuestro principal órgano sexual. Al mismo tiempo que la imagen desaparece, se vuelve omnipresente, pues su densidad de información semiótica y su eficacia de transmisión provoca que el mundo occidental se vea inundado de imágenes que sirven como un mapa de nuestra realidad. "Los iconos", asegura Betsky, "son quizá verdaderamente operativos para aquellos que están tan divorciados del trabajo material y un sentido de continuidad en el tiempo y el espacio que necesitan un punto de referencia alternativo". Y esto no sólo sucede cuando prendo la televisión o la computadora y encuentro direcciones con flechitas y símbolos. Mi casa queda a dos cuadras de Burger King. Mis cheques son de Bancomer. Mi mundo aparece en el periódico y los noticieros.
Mi identidad está más cómoda con ciertas marcas. Mi idea de la felicidad se parece mucho a los comerciales. Creo en casi todo lo que veo.
Hemos sido testigos, primero con la televisión, de la proliferación de imágenes generadas aleatoriamente. Cada vez que me siento a ver televisión con mi control remoto, el producto final de lo que veo al saltar de canal en canal es una experiencia única. Las imágenes son promiscuas, dicen Mark Taylor y Esa Sarinen. Nuestros medios hablan en lenguas. La digitalización de la imagen permite cierto control sobre este caos, pues se puede regular la mezcla de las imágenes, hacerlas armónicas, como es el caso de las animaciones sin fin a partir de algoritmos y fractales que podemos ver proyectadas en una fiesta techno o los efectos visuales que acompañan a la música que guardo en mi computadora. El control de la imagen digital es evidente en los videojuegos, el medio de entretenimiento más lucrativo e importante de nuestros tiempos. Es lo que permite la realidad virtual, poder accesar a un universo "fluido y continuo" (características de la imagen digital según Lev Manovich) donde puedo elegir la perspectiva desde la cual veo todo, puesto que incluye en su programación todas las perspectivas. Esto se desborda hacia los reality shows, como Big Brother, donde se presumen más de cuarenta cámaras grabando constantemente. La máquina ya está hablando por sí sola. Las imágenes adquieren independencia y una vida emotiva que rebasa a los seres humanos. La programación para "vida artificial" les otorga vida a las imágenes. Es el efecto Tamagotchi.

Nuevas fronteras
La digitalización y programación de las imágenes le ha dado la posibilidad al espectador de aparecer y desaparecer de la imagen a la que antes sólo accedía como observador pasivo. Habitamos como avatares en las comunidades virtuales, como personajes en los videojuegos, como elementos estéticos en el video-arte y el arte digital y como nosotros mismos en los reality shows y los noticieros. Al hacernos parte de aquello que observamos, nos convertimos en espectáculo de nosotros mismos, y ése es el peligro de la interactividad.
Así que entre cámaras digitales y el software necesario para manipularlas, el estatus de realidad de una imagen parece, hoy en día, cada vez más incierto. Pero al mismo tiempo, el proceso inverso es también signo de nuestra cultura. Ahora los objetos sólo existen si tienen una imagen que los sostenga, y por eso los mercadólogos se preocupan tanto por posicionar sus productos en la mente del consumidor.
Si no aparece en televisión o en los periódicos, entonces no es real, ni siquiera entra en mi mundo posible. "Las imágenes son fascistas", dice Camille Paglia. No sólo ordenan y jerarquizan, sino que además imponen su realidad. La tendencia empresarial de los últimos años es clara. Phill Knight, el legendario CEO de Nike, lo dice claramente: "Ya no vale la pena hacer cosas, lo que añade valor es la investigación cuidadosa, la innovación y el marketing." La tendencia global es evitar la producción, y aumentar la publicidad y el famoso branding, establecer la marca. "Las compañías no compran espacio en la TV", decía McLuhan, "compran espacio en la cabeza de los espectadores". Por eso la máquina despiadada, y las zonas de libre comercio, porque las empresas trasnacionales han decidido deshacerse de sus incómodos cuerpos para dedicarse a la creación de la idea del producto, el capital más valioso que pueden tener, puesto que vive en nuestros corazones, en nuestra mente y nuestros sueños. "El alma de la mercancía es la más empática de las almas", decía Benjamin, "ve en todas las personas el comprador en cuyas manos y hogar quiere anidar". La imagen y su elección interactiva marcan el declive de la democracia. Las elecciones democráticas se convierten en otro reality show. La globalización, fenómeno posible gracias a la imagen electrónica transmitida en tiempo real, ha puesto el poder en manos de las empresas trasnacionales. La diferencia entre propaganda y publicidad se vuelve inútil. Los poderes que son le dan a las "masas" la capacidad de elegir, y esta elección se vuelve en el modo de entretenimiento principal, puesto que lo que se elige es cosmético. Es el efecto Disneylandia al que alude Jean Baudrillard. El hecho de que existe "la tierra de la fantasía y la ilusión" sirve para ocultar que el resto del mundo se ha convertido en Disneylandia. Así, los gobiernos gastan cada vez más para ocupar espacio en los medios, pero siempre tienen las peores campañas, puesto que todavía están atados a la imagen de la verdad. Ya no pueden competir, si no es aliándose al modus operandi actual, convirtiendo así a los candidatos a la presidencia en productos mercadeables.

Imágenes que nos inventan
Las imágenes se han convertido en nuestro sistema operativo. Con ellas me conduzco en este mundo y puedo manejar el espacio y el tiempo. Son el papel tapiz de nuestro universo. Y la gran variedad de posibilidades que nos ofrecen las imágenes nos aterroriza y volteamos hacia lo más conocido, lo más cercano. Por esta razón ahora golpeamos imágenes, y McDonald's y Kentucky Fried Chicken sufren el desprecio político de los manifestantes. Se crea entonces una clase social dedicada a la creación de imágenes, y si bien éstas han perdido sustancia para darle solidez a nuestra realidad, es en el cuerpo donde se sufren las consecuencias, pues nunca llega a ser tan fluido ni tan bello como el de las imágenes. Se queda ahí, como un objeto de desecho que se niega a aceptar la nueva realidad. Y los seres humanos hacemos todo lo posible por ponerlo al día: dietas, ejercicios, pastillas, cirugías plásticas. Las imágenes nos inventan una vida futura y la depresión generalizada en las sociedades postindustriales (la Organización Mundial de la Salud calcula que la depresión será, para el año 2020, la segunda enfermedad más debilitante del planeta) se debe a que todavía nos cuesta trabajo vivir en una fotografía o imagen televisiva. Sin embargo, lo intentamos. Y nos procuramos emociones corporales que se asemejen a la intensidad emotiva que producen las imágenes. Los deportes extremos, la velocidad y las drogas se vuelven el mecanismo mediante el cual me procuro emociones constantes y fluidas. Es el fenómeno Jackass: no es real si no duele. Las imágenes sólo tienen un tiempo de conjugación: el presente. Colosio está condenado a seguir siendo asesinado por toda la eternidad. Pero por otro lado, las imágenes nos seducen con el placer de la inmaterialización, de la pérdida de sustancia, de la promesa de poder cumplir todos nuestros sueños, aunque sea virtualmente: el "de las fantasías", dice Zizek. Este plus de goce, la parte sobrante de alegría o emoción que producen las imágenes al otorgarle sentido a nuestra vida, es lo que se convierte en capital. El asunto ni siquiera es conspiratorio, es la manera en que funciona el capitalismo, y por lo tanto nuestra sociedad. Quizá por estas razones la imagen emblemática de nuestros tiempos es la destrucción de las Torres Gemelas, pues su estatuto como realidad desafía las herramientas tradicionales. El atentado terrorista fue planeado como un acto mediático, y su estrategia parece estar llena de acertadas elecciones creativas. Para empezar, Nueva York parece el set de una grabación, y la variedad de ángulos mediante los cuales podemos observar el avionazo es digno de una gran preproducción. La paradoja está en que los mismos neoyorquinos podían observar mejor lo que había pasado desde su televisión que asomándose a la ventana, al igual que el resto del planeta. Si "en la cultura mediática el performance desplaza a la verdad" (Taylor & Sarinen), el famosísimo 11 de septiembre es el mejor performance de la historia, el acto simbólico más terriblemente bello que haya producido la humanidad. Como dice Baudrillard, lo más impresionante de esas imágenes es que, además de todo, son reales.

La televisión, el medio ideal
Y ahí estamos, tratando de encontrar la realidad en una pantalla. Es el fenómeno del cine snuff. Buscamos la salsa catsup y el cierre en el disfraz del monstruo para tranquilizar nuestras conciencias. Guy Debord y los situacionistas sostenían que el mundo es un espectáculo y que el papel del artista es producir situaciones para provocar lo real. La estrategia, la creación de situaciones, es ahora el elemento de mercadeo más importante de la industria televisiva. Por eso vemos tantos reality shows. Los personajes de Big Brother tienen una vida en vez de nosotros. Los mártires de Jackass lastiman su cuerpo para evitar que a nosotros nos duela. Seguimos confiando en la pantalla y en las imágenes como reales. Y, además, queremos verlo todo, queremos, como dice Baudrillard, la "hipervisibilidad", la transparencia total del mundo, entender y tocar todo con los ojos, y por eso el caparazón de las iMacs es transparente. En un mundo donde todo es visible, las cosas que antes eran secretas "se convierten en ocultas, clandestinas, maléficas". Queremos ver todo, y lo queremos ver ahora. Las imágenes, y su capacidad de transmisión se convierten en nuestra política de identidad más preciada. Lo demuestran las carreras de David Bowie, Madonna y Marilyn Manson. Lo utiliza Orlan al someterse a cirugías plásticas para hacerse bella como las pinturas clásicas, y Cindy Sherman, donde se convierte en todas las posibilidades de los estereotipos femeninos con sus autorretratos. Estas imágenes trascienden nuestra existencia puntualizada por la muerte. Incluso el diagnóstico médico ha sido cambiado radicalmente por las técnicas que permiten visualizar el interior del cuerpo. Entre el ultrasonido y la resonancia magnética, el contacto físico con el cuerpo se vuelve superfluo y los médicos ya no necesitan del "tacto", puesto que ya no diagnostican el cuerpo, sino su imagen. Si el mundo tal y como lo concebimos está determinado por el flujo continuo y la repetición de las imágenes, una estrategia artística consiste en la interrupción de su flujo, lo que conforma una extraña alianza entre arte y terrorismo. "Encuentra una fisura, planta una bomba y desaparece", asegura Harold Jaffe cuando habla de las nuevas estrategias narrativas de principio de siglo. Es parecido al movimiento de resistencia que se hace llamar "underground realista" en la película Existenz de Cronenberg (1999). Ellos le quieren devolver la realidad al mundo y por lo tanto sus blancos son los medios de entretenimiento, en el caso especial de la película, los juegos de realidad virtual. Sin embargo, esta postura contracultural es integrada rápidamente al sistema de producción de imágenes. La contracultura y la crítica a las políticas de representación en nuestra época son parte del espectáculo. El plus de real de las Torres Gemelas es lo que provoca miedo. El solo mencionar la palabra realidad nos provoca escalofríos de placer, nos evoca la capacidad de sentir.
Al fin y al cabo, la realidad es el Santo Grial de nuestros días. Esa realidad perdida que añoramos como lo más preciado, puesto que suponemos que en algún momento, en algún lugar, esa realidad existió. "La primera realidad virtual son las cuevas de Altamira", dice William Gibson. Antes, la imagen era el portal mediante el cual nos acercábamos a Dios. Hoy, la imagen se ha convertido en el portal mediante el cual nos acercamos a lo real. Pero como este registro es ya inaccesible, adquiere un carácter sagrado, divino y trascendente. Se calcula que en Londres, la imagen de un individuo es capturada más de trescientas veces en un día. La paranoia de la televigilancia se transforma en el placer del exhibicionista. El hecho de que tu imagen aparezca en los medios es garantía de tu existencia.
Es en ese portal donde nos encontramos con los guardianes de nuestro paraíso perdido: la pornografía y el gore. El cuerpo sintiendo placer o sufriendo mutilaciones. Si toda nuestra realidad es virtual, entonces la única esperanza de la objetividad es la nota roja, los cuerpos cayendo eternamente de las Torres Gemelas.
Hay otro sentido en el que se puede usar la palabra imagen. Una imagen es la costura que se realiza entre un significado y un significante. Es lo que intentan hacer los profesionales cuando manejan la "imagen" de un individuo, un producto o una institución: controlar y regular el sentido que se le otorga dicho producto. La imagen funciona como significado, y al igual que en la psicosis, las palabras, los signos, adquieren sustancia y se vuelven tan pesados como piedras. La apuesta de Occidente ha dado resultados, y los "idiotas" somos súbditos entusiastas de la escritura, no sólo técnica sino política, a la que sólo accesamos mediante imágenes.
Lo visual como costura
La industria cultural que denunciaba la escuela de Frankfurt a principios de siglo ha cambiado radicalmente. Se ha convertido en una industria de realidad, ya no sólo de cultura. La colonización del mundo ya no se da en términos geográficos y temporales. Se despliega de una manera más sutil y por lo tanto más agresiva, se coloniza la historia, se coloniza el inconsciente, que de por sí hablaba el lenguaje de las imágenes. Hace mucho tiempo que nuestro sistema político-económico, esa nueva escritura a la que los idiotas no tenemos acceso, esa programación no sólo técnica sino política que sólo los iniciados comprenden, esa Matriz contra la que Neo pelea en la película, dejó de representar la realidad. Su función, hoy en día, es producirla.


Pepe Rojo
(Chilpancingo, México, 1968) es escritor. Entre otros, ha publicado la novela Punto Cero (2000) y los cuentos Yonke (1998) y obtuvo el Premio Nacional Kalpa de Cuento de Ciencia Ficción en México en 1996.