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marzo 2004
Nº 111

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Tres poemas de Gonzalo Sánchez-Terán

Llorad al vencedor bajo la lluvia.
Pues al final de la contienda, mientras
las yeguas pacen almas y los viejos
rapiñan los retratos de las novias
de los soldados muertos,
los vencidos
conocen que no habrá ya más batallas,
sino el reposo de la esclavitud
en lueñes tierras o la calma dulce
de ser ejecutados con el alba.
Llorad al vencedor porque en la noche
extiende nuevos mapas en su tienda,
recibe mensajeros que le anuncian
la marcha de mesnadas en su contra,
limpia de sangre y légamo su espada
pensando en que millares de guerreros
limpian, pensando en él, millares de armas
y recela del vino y de los frutos
que sirven hombres sin alzar la vista,
llorad al vencedor que aguarda el día
sabiendo que la luz traerá a sus ojos
nueva sed, nuevas guerras, nuevas noches.


Refutación de la verdad

Paso el día en la parte de la nada
donde gotea el todo, en las hectáreas
del tiempo en que la eternidad reposta.
Pernocto con el alba, se arrodilla
el firmamento frente a mi pobreza
para lavar mis pies con sus cabellos.
Cuál será mi grandeza si los únicos
infinitos, la muerte y el olvido,
se ocuparán de mí personalmente,
cuánta mi majestad entre las bestias
si es necesario que no exista Dios
para que yo carezca de sentido.
Como un ángel que se ha cogido el ala
al salir de las puertas del infierno
inicio mi andadura en los presidios
donde lo ilimitado abre sus mapas.
La sima de mi voz es la cesura
del universo. Grito en el desierto,
veo a los yunques agitar sus alas
sobre mí mas prosigo con mi canto.
Desde el principio de la Creación
Caronte ha recogido las monedas
guardadas en la boca de los muertos
para poder comprar estos poemas.


Apología de la mentira

Mentir que no hay bandadas de gusanos
señoreando el légamo del cielo,
que el corzo no obedece a la alambrada.
Mentir que hay luz y que hay más luz detrás
donde apaga el cielo sus rescoldos,
que el universo es infinitamente
finito como una mujer dormida.
Mentiras para construir verdad.
Mentir que la armonía rige el fuego,
que los que sufren morarán los tronos
y los caídos ganarán las cumbres.
Negar lo cierto si lo cierto niega.
Soñar palacios entre los escombros,
sonsacarle a la sombra sus naranjas,
sabiendo todo imaginarlo todo
y contemplar la lluvia desde arriba.
Mentir que bajo el fondo están pintadas
la pinturas rupestres más hermosas
y que hay justicia en el obrar del tiempo.
Mentir más cuando más seguro entiendes
que los mundos y todas las criaturas
son una errata en una fe de erratas
sin lector.
Mentir para no engañar.


La finalidad de la escritura

JORDI ARDANUY

Gonzalo Sánchez-Terán es un poeta de versos sonoros e imágenes vivificantes. Pero la finalidad de su escritura es aquello que más lo distingue entre los poetas de las últimas décadas. Su obra se rebela contra esa connivencia entre lírica y pensamiento débil merced a la cual tantos autores se conforman con ser voces discontinuas de sujetos rotos y sin fondo, y como tales -opina él- "se han sentado en el banquillo a ver cómo pierde la poesía frente a la historia".
La obra de Sánchez-Terán posee una calidez semejante a la de aquellos clásicos cuya belleza consiste en ser capaces de dar forma a nuestra esencia. La clave está en la responsabilidad que asume el poeta y en la que nos transmite cuando lo leemos, ambas formuladas de manera totalmente pasada de las modas, es decir, con eficacia y veracidad que se muestran ser eternas y, por tanto, perfectamente a la altura de los tiempos, si no muy por delante de los que nos toca vivir. Es así como el autor de Desvivirse sobrevuela el desencuentro entre crípticos y coloquiales y elude la prevención que las arideces del realismo social aún suscita frente a toda poesía que se declare partidaria de lo humano. Clasificar su obra exige revisar qué significa "compromiso", pues "comprometida" es un adjetivo que le cuadra, pero en un sentido que sobrepasa perspectivas políticas y enfrenta directamente la deriva del planeta. El compromiso, entonces, se traduce en trabajar desde la palabra por construir, de modo necesariamente precario, lo que la poesía contemporánea -la cultura toda- tiene a gala el coartar: una visión antropológica honda, implacable con el hombre en acto y valiente en afirmar la infinitud de su potencia. Sánchez-Terán logra imponer como medida propia la llamada al hombre auténtico: su compromiso va necesariamente más allá de la experiencia corriente y resulta irrelevante bajo qué inspiración alinear su despliegue figurativo y su empuje retórico; la belleza de sus versos parece inmediata concreción del propósito ético que alienta en ellos.
La responsabilidad a que nos referíamos hace aflorar en los textos, de manera muy llamativa, el yo del poeta y un vosotros a quien no por azar llama "hermanos". En la relación que se establece entre ambos no hay nada anecdótico y sí, en cambio, una pujanza profética que desafía a la cortedad de miras posmoderna. Su principal intención se resume en el verso "ataco a la derrota de mi especie"; para cumplir este propósito, la valentía del poeta consiste en "acaudillar ejércitos de miedos" y hacerse "prófugo de (la) huida" hacia adelante en que vivimos los demás. Atalayado en su condición de guía, llama a "los que vagáis sin rumbo", sin olvidar nunca que su unción divina consiste en haber extremado la conciencia humana: "El poeta -declara- es el hombre que no está distraído de su humanidad, el que sabe", y en sus versos se define simultáneamente como "el valido de Dios" y "uno cualquiera / al frente de los ceros a la izquierda". Ésta es la clave de una imaginación, aunque vertiginosa, escasamente irracionalista, y de una voz que prefiere, antes que el oráculo hermético, la sentencia. No se conforma con que el lector se vaya satisfecho de la complicidad intelectual, quiere que el hombre que ha ido a sus versos regrese a la vida con las manos llenas. La crítica, tan respetuosa con la cansina melancolía y tan proclive a aplaudir por "irónica" no poca ingeniosidad vacía, "deconstructiva", no ha sabido, sin embargo, cómo reaccionar frente a un poeta que establece deslindes claros ("No ve aquél que ve, ve quien mira"), definiciones concluyentes ("el verso que me anega no es el agua, / pero es la sed potable") y llega a la osadía de acuñar máximas ("No gimas donde nacen los senderos / como los cojos hacen y no grites / solamente al soñar como los mudos"). Semejante asertividad da en el blanco del vacío moral contemporáneo, y no para agrandarlo con más desazón, sino para allegarle al lector palabras con que decirse su propia dignidad: "Cómo puedo / mendigar en el atrio de los templos, / yo que guardo la llave del sagrario".
Quien ponga en duda la virtud de la poesía como aguja de marear almas y mundo (reales) necesita saber que Gonzalo Sánchez-Terán no reparte su tiempo entre presentaciones, mesas redondas y lecturas -por ello su obra es aún poco conocida-. Los dos últimos años vive a caballo entre Guinea, Liberia y Costa de Marfil, en campos de refugiados donde trabaja para levantar lo que una y otra vez destruye una guerra que se eterniza porque Occidente la ignora. Así lo atestiguan sus crónicas para El Semanal, entre la tersura del poema en prosa y la más combativa denuncia: "La existencia de un solo refugiado -termina una de sus últimas entregas- prescribe la necesidad de revocar la historia y degradar a los líderes del mundo. No puede haber empeño más honrado". Su obra poética es el escenario interior de esta conciencia.

Gonzalo Sánchez-Terán (Ciudad Rodrigo, 1971) es poeta y administrador para África Occidental de la Jesuit Refugiee Service. Ha publicado Así en la tierra como en tu cuerpo (Fundación Kutxa, 2000), premio Ciudad de Irún, 2000, y Desvivirse (Visor, 2001), premio Arte Joven de Madrid, 2000, libro al que pertenecen los poemas que presentamos.

Jordi Ardanuy es doctor en Literatura Comparada y profesor de literatura.