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marzo 2004
Nº 111

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Populismo cambalache
Ibsen Martínez
Ilustración de Javier Pérez

Tomás Abraham afirma que anda suelta una campaña de notables para desacreditar el populismo. Sólo espero que sea verdad lo que denuncia, porque tras leer su artículo ("El populismo o la barbarie ilustrada", Lateral nº 110) decidí unirme a la cruzada que Abraham delata.

Así que si alguien del directorio de notables de la proterva Internacional Antipopulista (IA) leyese estas notas, por favor, pónganme en la lista de correos, junto con Enrique Krauze y todos esos caballeros muy de tejas arriba que Abraham despacha con tanto desdén.
Ciertamente no soy un "notable" en el sentido deprecatorio que imprime Abraham a la palabra, pero me basta con ser venezolano "de a pie" y padecer, todos los días desde hace seis años, al Teniente Coronel Hugo Chávez para tener querella con el proteico populismo latinoamericano.
La verdad, hacía tiempo que no leía a un intelectual tan pero tan argentino, en la acepción Gardel y Lepera del vocablo; en la lección tanguística que para un caribeño de Caracas como yo puede tener la voz "argentino".
El artículo de Abraham logra parodiar al mismo tiempo "El Aleph" de Jorge Luis Borges y el tango Cambalache de E. Santos Discepolo: uno lee el texto y es como ver pasar la carroza alegórica de todos los pobres, todas las infamias, todas las injusticias, todas las madres solteras abandonadas, todas las inequidades; cada indio asesinado por el general Roca, cada cabecita negra, cada tano, cada ruso, cada época humillada y cada etapa histórica ofendida se ofrecen al lector con su correspondiente máxima moral escrita en un arco sobredorado.
Abraham no argumenta; vitupera nomás. Le basta con reputar de "patricio" y de cómplice intelectual de la explotación a todo aquél que, como Marcos Aguinis, encuentre que el populismo es una calamidad estatista y empobrecedora. Yo añadiría que es una forma neoclásica de la tiranía política, de raigambre mucho más antigua que los totalitarismos del siglo xx, y por ello quizá hoy día más insidiosa y difícil de combatir.
Entre tanta paradoja como hay en nuestro contingente, una de las más significativas quizá sea la de que Abraham no esté solo en esto de simpatizar con el populismo: a cada país de América en el que aparece una advocación populista, le correponde un contingente de articulistas de Le Monde Diplomatique y The Guardian que celebran como paladines de la justicia social a "carismáticos" como Chávez, cuya arbitrariedad y autoritarismo les resultan "originales" cuando ocurren en Venezuela, pero que no tolerarían en sus países de origen.
Ésa es la única y verdaderamente sistemática campaña que han suscitado nuestros populismos más extravagantes: la de los roussonianos del Primer Mundo: si ven de lejos un militar golpista, inepto y corrupto que se diga nacionalista y antiyanqui, terminan por escribir que han visto al Buen Salvaje multiplicando el pan, los peces y el vino.
Me ocurre pensar que al no existir ya socialismo real alguno con que simpatizar desde una terraza del Quartier Latin, nos toca a los latinoamericanos ser ilustrados, cada cierto tiempo, por M. Bernard Cassen, por ejemplo, acerca de las bendiciones que sin su ayuda no atinaríamos a ver en el populismo.
Puesto así, la tarea de vindicar intelectualmente a Gutiérrez o a Chávez resulta muchísimo más sencilla (e igual de fraudulenta) que vindicar los consabidos logros educacionales y deportivos de la Cuba de Castro: puesto que el populismo, hablando en plata, no puede nunca mostrar logros -el populismo es esperanza pura y dura-, basta con elaborar un memorial de agravios y enrostrárselo a Marcos Aguinis para ganarse el día.
Sólo que, en esto de los memoriales de agravios, Julio Cortázar lo hacía sin duda mejor que Tomás Abraham y cuando lo digo pienso en su poema "Patria": "Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga, tercera posición, enegía nuclear, justicialismo, vacas, tango, coraje, puños, viveza y elegancia".
Denuncio a todos los populismos como lo que son: corruptas tiranías políticas y económicas.

El populismo y el petroestado
Imagino a un catalán o a un súbdito de Andorra leyendo a Aguinis y a Abraham: es seguro que pensarán que el populismo es una singularidad argentina, como el asado de tiras o la "barra brava".
Mi modesto aporte a la campaña de descrédito será explicar cómo en Venezuela el proteico populismo latinoamericano ha adoptado la forma de un riquísimo petroestado (paradójicamente empobrecedor de toda la sociedad venezolana), y ha hecho suya una ideología (un discurso, un lenguaje: unos modos) que justifica el desmantelamiento de las instituciones con un moralismo perverso, característicamente descalificador de la pluralidad propia de la vida política y de los oficiantes naturales de la democracia representativa: los partidos, los políticos, los medios, la vida cultural y la academia.
Luis Castro-Leiva, uno de nuestros más incisivos pensadores (el tipo era un patricio anglófilo, que introdujo la práctica del rugby en este país de mestizos jugadores de béisbol; también tradujo a Bernard Williams), definió el culto a Bolívar como "una escatología ambigua; un moralismo perverso" que hizo de la biografía del Libertador la única filosofía de la historia que los venezolanos hemos podido producir en 200 años de vida independiente.
Pues bien, Bolívar, fundador del militarismo en la porción andina y caribeña de América del Sur, fue quien nos legó la idea del tutelaje militar de toda la sociedad. Esa noción tiránica había hasta ahora formado parte del venero ideológico de la derecha ultramontana: con el teniente coronel Chávez, cuya logia golpista se juramentó bajo el mismo legendario árbol en que acampó Bolívar alguna vez, los desmanes antidemocráticos del populismo han encontrado un valedor indiscutido, nada menos que Simón Bolívar, el Padre de la Patria.
¿Y qué estado ha venido desmantelando la práctica hegemonizante del chavismo so pretexto de "sanear" de corrup- ción partidista las instituciones? Se lo diré: Nada menos que un petroestado.
En obsequio de quienes llegan tarde al estadium, diré que los expertos dan como característica específica de los petroestados, como Venezuela, Indonesia, Nigeria, Iraq o Irán, el que multiplican sus competencias en época de bonanza ("tenemos petrodólares: todo puede hacerse") y se endeudan en tiempos de vacas flacas ("todavía tenemos petróleo, daremos la factura petrolera en garantía: todo puede hacerse").
Esto, que ya era malo en tiempos del boom de precios que siguió al embargo petrolero de 1973 (la risible "Venezuela Saudita" de Carlos Andrés Pérez), es una pesadilla bajo el populismo delirante de Chávez: los venezolanos hemos vivido un lustro de precios elevados y estables del crudo, se ha triplicado el número de ministerios, quincuplicado los presupuestos deficitarios, despilfarrado cien mil millones de petrodólares, se ha deprimido en un 70% el sector privado, se ha alcanzado una rata de desempleo de casi el 20%, con el 80% de la población viviendo bajo la línea de pobreza y trece mil quinientos homicidios al año.
El Rey Midas, al revés.

Ibsen Martínez (Caracas, 1951) es escritor y periodista. Su último libro es El mono aullador de los manglares (2000).