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abril
2004
Nº 112

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"La libertad también
es peligrosa" Imre Kertész
Conversación con MIHÁLY DÉS
El pasado diez de marzo, el escritor
húngaro Imre Kertész desembarcó en Barcelona para
presentar su último libro, Liquidación (Alfaguara/Círculo
de Lectores/Edicions 62, 2004). En su intervención pública,
y tras haber despertado una gran espectación, el Nobel se reunió
en el auditorio de Círculo de Lectores para conversar con Mihály
Dés.
El pasado diez de marzo, el escritor húngaro Imre
Kertész desembarcó en Barcelona para presentar su último
libro, Liquidación (Alfaguara/Círculo de Lectores/Edicions
62, 2004). En su intervención pública, y tras haber despertado
una gran espectación, el Nobel se reunió en el auditorio
de Círculo de Lectores para conversar con Mihály Dés.
Un escritor marginal obsesionado durante décadas
con el Holocausto -un tema marginal, pero también durante mucho
tiempo marginado-, de repente se hace famoso gracias al Nobel, que coincide
con cierto boom de ese macabro tema. Ahora se habla, se escribe y hasta
se filma mucho sobre este asunto. ¿En qué grado se puede
o se debe promocionar el Holocausto?
Poder, se puede, pero no tiene sentido porque se destruye el mismo concepto,
se vuelve banal. Además, la verdad es que no hace falta promocionar
el Holocausto, porque fue un acontecimiento suficientemente importante
como para que se siga hablando de él. En la próxima generación
también se hablará de ello, y probablemente también
en las otras generaciones venideras.
¿Cómo explica que, en una época caracterizada
por la desmemoria y la amnesia histórica, un tema tan extremo,
que, además, ocurrió hace sesenta años y muy lejos
de aquí, cada vez interese más?
Porque lo que ocurrió no afectó sólo a un círculo
reducido. Auschwitz y el Holocausto no son asunto interno de los alemanes
y los judíos, fueron un golpe mortal a los valores europeos. Es
un trauma que hirió unos principios que parecían los más
sagrados. Se ha desmoronado el sistema de ideales europeos que en realidad
ya no estaba en vigor, pero que al menos lo aparentaba. Todos esos valores
humanistas, los valores de la Ilustración, que emanciparon también
a los judíos, fueron destruidos.
Sin duda. Sin embargo, el Gulag, que en el número
de cadáveres hasta superó el Holocausto, no causó
semejante trauma, no se ha vuelto tan universal como el Holocausto.
Probablemente, el Gulag no ha afectado tan profundamente la conciencia
de Europa porque el Holocausto es una estructura descubierta, explorada,
conocida y documentada. Es decir, puede ser analizada y su estructura
sigue estando en vigencia. El Gulag, sin embargo, sigue sin haber sido
explorado suficientemente. Y, aunque haya segado tantas o incluso más
vidas que el Holocausto, esas personas no fueron víctimas de un
genocidio programado. En el Gulag se desconocía el exterminio masivo
de carácter industrial. El Gulag aniquiló a millones de
personas mediante el trabajo forzado, la tortura o el fusilamiento, pero
en los campos de concentración soviéticos no hubo una fábrica
de la muerte, un campo de exterminio como Treblinka, que fue toda una
novedad en la Historia.
Usted es de los pocos intelectuales que han aportado una
visión nueva, digamos una tesis nueva, sobre el Holocausto. Uno
de los pilares de esta tesis es que se puede sacar alguna conclusión
positiva de la negatividad absoluta. En su opinión, el Holocausto
ha creado una cultura, una nueva sensibilidad. Quisiera preguntarle si
no le parece una tesis, un tanto optimista.
Ésta no es mi tesis. Mi tesis es que el Holocausto ha creado cierto
tipo de cultura. Ha inspirado ensayos, novelas, películas, memorias,
obras de artes plásticas y piezas musicales. Por lo tanto, cierto
tipo de influencia cultural sí que ha tenido. Pero, además,
ha tenido una influencia decisiva sobre artistas que no hacen alusión
directa al Holocausto, pero cuya larga sombra alcanza sus obras. Porque,
si no, ¿cómo explicamos la fragmentariedad del arte de Becket,
por ejemplo? ¿Cómo explicamos ese estado degradado de la
intelectualidad en su obra? ¿Cómo explicamos las figuras
rotas y frágiles de Giacometti? ¿Cómo el hecho de
que ya no exista la filosofía, los grandes sistemas filosóficos?
Los intelectuales de hoy sienten estar viviendo después de algo.
Tenemos testimonios y reflexiones excepcionales sobre
la naturaleza del nazismo y la vida en los campos de la muerte, pero usted
es tal vez el único que, tanto en sus ensayos como en su novela
Sin destino, ha sido capaz de establecer la relación directa entre
Auschwitz y la pacífica vida burguesa de la época de entreguerras.
Es la tesis de los "pequeños pasos", de las pequeñas
concesiones, que finalmente condujerona a Auswitchz. En su opinión,
¿desde esta sala también podría haber un camino hipotético
que lleve a Auschwitz?
Auschwitz realmente se creó gracias a pasos muy sencillos. Se creó
la realidad de Auschwitz, es decir, lo produjo nuestra forma de vida normal,
aquella que la gente normal vivía en los años treinta.
¿Esto lo comprendió mucho después
o ya lo supo entonces?
¡No, por favor! Uno vive en ciertas circunstancias, y creo que nuestra
educación fue tal que nos hizo aceptar lo inaceptable. A mí,
por ejemplo, como judío que vivía en Budapest, me enseñaron
a adaptarme al poder, cuyo objetivo final era exterminarnos. Es decir,
a los niños los educaron en una disciplina que rompía su
resistencia. Todo en lo que vivíamos era falso; toda la sociedad,
el contenido esencial de la sociedad, se basaba en la mentira. Y la gente
aceptaba dar esos pequeños pasos. ¿Qué fueron esos
pequeños pasos? Fueron fechas históricas concretas. Por
ejemplo, en 1920 el parlamento húngaro promulgó una ley
sobre el numerus clausus, que significaba que todas las minorías
podían acceder a los estudios superiores sólo en la proporción
que representaban numéricamente. En realidad, esto fue una ley
contra los judíos, que suponían el 6% de la población,
pero que en las carreras universitarias estaban representados en un porcentaje
muy superior. A partir de entonces, sólo podían acceder
a la universidad en un 6%. Y la sociedad judía de Hungría
acepó esto.
Más tarde, Hungría entró en la Segunda Guerra Mundial.
Y, en el colegio, hasta yo mismo llevaba la típica gorra de la
nobleza húngara. Llevábamos un uniforme que evocaba el traje
de gala de los aristócratas húngaros, participé en
las fiestas nacionales y acepté dar todos los pasos que me pidieron
y que al final me condujeron a Auswitchz. Me subí al vagón
de transporte de ganado con tanta naturalidad como si se hubiera tratado
de unas vacaciones pagadas por mis padres, y no tenía ni la más
mínima idea de lo que podía esperarme. Ni podía tenerla,
eso era inimaginable. Auswitchz fue inimaginable. Las cámaras de
gas, el Holocausto... Con los que hice el viaje y con los que estuve en
el campo, todos ve-nían de una pacífica vida civil como
yo, y ninguno tenía la menor idea de adónde iban a llevarle.
Hasta los guardias tenían una visión falsa, errónea,
de lo que estaban haciendo, de su obligación y su deber. Ellos
también venían de la vida civil, había entre ellos
padres de familia. El comandante de Auschwitz, por ejemplo, era un excelente
padre de familia, ha dado mucho por sus hijos y en su casa se portaba
como un ejemplar padre de familia. Esta esquizofrenia no le causó
ningún problema; es más, se sentía humanista, porque
con el gas cyclon-B abreviaba la agonía y los suplicios de los
seres humanos.
Usted me preguntó si Auschwitz tiene que ver con nuestra vida cotidiana:
Auschwitz se hizo porque nosotros éramos capaces de hacerlo. Los
que estábamos en Auswitchz queríamos sobrevivir, por lo
tanto, aceptamos la lógica del campo, y esa lógica fue la
que nos ayudó a sobrevivir. Luego, al volver del campo de concentración,
encontramos que la sociedad ya había cerrado nuestro caso. Lo resolvió
encontrando un lenguaje completamente sin sentido para estos acontecimientos
sin sentido. Hablaron de las "víctimas" y "los perseguidos",
palabras que no explicaban nada pero ayudaban a apartar el asunto. Tampoco
el protagonista de Sin destino entiende esas palabras, pues ¿cómo
puede ser inocente quien ha sobrevivido en el campo de concentración?
¿Por qué quieren liberarle de la carga de su vida? Era una
ilusión pensar que se podía darle un carpetazo a los campos
de concentración con tanta facilidad y rapidez. Eso tan sólo
creó una apariencia, una conciencia falsa, porque el problema se
mantenía vivo y seguía trabajando en el subconsciente.
En la actualidad, también puede existir esa conciencia
falsa, una invisible presión social que nos empuja a dar los pequeños
pasos del turno...
Por supuesto. Europa del Este acaba de liberarse de una dictadura que
duró cuatro décadas. La dictadura funcionó y la gente
vivía en esa dictadura, y la aceptó porque quería
vivir. Es decir, esto no era nada absurdo, parecía normal. Parece
absurdo una vez que ha desaparecido ese régimen. Hasta entonces
parecía normal y aceptable.
Pero las dictaduras ofrecen muy poca opción. Usted
-y también sus personajes principales- eligieron una que resulta
inviable para la inmensa mayoría de la gente: no aceptar las reglas
del juego. Lo que pasa es que quedar fuera del juego debe ser terriblemente
difícil. Al protagonista de Liquidación lo lleva al suicidio.
Mis novelas no son un modelo para vivir, sino el reflejo de una situación.
No le propondría a nadie esa vida que describo. Aunque se trate
de una vida libre.
Eso de estar fuera del juego parece que fue casi su ars poetica.
Quedar fuera del juego fue la condición para poder escribir. Yo
vivía en una dictadura donde había una fábrica literaria
que se componía de una nomenclatura. Pertenecer a esa nomenclatura
implicaba un reconocimiento social, con su compensación económica,
pero para nada era una situación normal, ya que creaba valores
completamente falsos. El que entraba en ese mundo se veía en un
peligro sumamente grave, en el sentido de que perdía su distanciamiento
respecto a la situación en la que vivía. Consideré
que yo tenía que crear independientemente, y que sólo debía
presentarme cuando ya hubiese alcanzado esa independencia. La novela es
un órgano vivo que resulta mucho más difícil de eliminar
que una persona que quisiera ser escritor. Es decir, lo primero que tenía
que hacer era crear algo, y para eso necesitaba una independencia auténtica,
una autonomía total: leer libros, muchos de los cuales fueron censurados,
tuve que comprender lo que ocurría en mi entorno y lo que me ocurría
a mí. Fue muy duro y necesitaba digerir mis propias experiencias.
Lo que puedo decirle es que la dictadura comunista fue para mí
lo que fueron para Marcel Proust las magdalenas que metía en su
té para hacer aflorar el sabor del pasado. Fue en la segunda, la
blanda fase de la dictadura, cuando entendí la primera, cuando
entendí mi propio comportamiento de antes de la revolución
de 1956. Entonces comprendí cuán indefensa queda la gente
cuando se mete en la maquinaria del poder, y cuán fácil
es sobornarles con un automóvil, una dacha o con esas cosas que
se podían conseguir en el socialismo goulash del régimen
de Kádár. En la dictadura posterior al 56, estas experiencias
me fueron educando, y son ésas las experiencias sobre las que quería
escribir.
No sé si es el precio de esa independencia, pero
en su obra hay una gran amargura y poco amor. Me acuerdo de un texto autobiográfico
-Expediente- donde el protagonista, es decir, usted mismo, repite sin
cesar: "No hay amor en mí…".
Pues yo no sé si no hay amor…
Noto una dialéctica entre la falta de amor de sus
personajes y su satisfacción en el rechazo al mundo. Como si para
sentirse bien, necesitaran estar mal con el mundo. En alguno de sus ensayos
llega a decir que la marginación y la depresión eran su
estado normal.
Mire, Mihály, usted habla de depresión y de falta de amor...
No entiendo ni una palabra pero estoy de acuerdo.
Lo que quiero decir es que, tanto en sus obras de ficción
como en sus ensayos, la marginación y la depresión aparecen
como estados normales.
Sí, pero también hablo de lo fructífero que esto
era, y de que a esta marginalidad debo mi creatividad. Y esa marginalidad
la he elegido yo mismo. Yo hablo de la falta de amor porque realmente
falta amor, y, cuando digo que no hay amor en mí, me estoy criticando
a mí mismo, ya que ese texto, Expediente, justamente habla de la
falta de amor. Muchos me echan en cara que soy amargo, y eso me recuerda
un chiste que dice: "¿Cuál es la diferencia entre un
pesimista y un optimista? El pesimista está mejor informado".
Es decir, que uno haga hablar al mundo y vea claramente al mundo no quiere
decir que está de acuerdo con el mundo. Y mucho menos quiere decir
que en mi obra falte amor, ya que la fuente del arte es el amor.
Si su autonomía fue conquistada a costa de la marginación,
¿ahora su repentina fama podría hacer peligrar su independencia
y libertad?
No, simplemente es un nuevo desafío que requiere otras maneras
de conquistar la libertad y la independencia. Por supuesto que la excesiva
libertad también podría ser un problema, pero tanta libertad
tampoco tengo, y la que tengo todavía es agradable y se soporta
bastante bien.
Liquidación parece ser su libro más
legible. ¿Esto ha salido así o era una estrategia?
Sí, tal vez se trata de mi libro más divertido, mi obra
más juguetona, con una estructura lúdica de múltiples
niveles y componentes. Esto no debe ser casual, puesto que en toda obra
influye la situación en la que el autor se encuentra al escribirla.
Y Liquidación es la primera obra que realmente escribí en
un entorno de libertad, y creo que esto ha dejado su huella en esta obra.
Fuera de Alemania, Imre Kertész no era conocido
antes del Premio Nobel, lo cual fue una gran sorpresa en el mundo entero.
Aún mayor sorpresa resulta que, el Nobel, también causara
sorpresa en su propia patria. ¿Cómo explica esto?
Las sorpresas ignorantes fueron de la mejor voluntad. Muchos húngaros
no me conocían porque mi obra no encajaba dentro de la literatura
húngara oficial, no fue parte de la nomenclatura. Tenía
un círculo de lectores muy reducido, pero de mucha calidad. A mí
me gustaba ese estado. Naturalmente, después del Premio Nobel esto
ha cambiado, porque el Nobel es un gran desafío también
para la sociedad. No recuerdo a ningún Premio Nobel en sus últimos
años que no hubiera despertado celos en su propio país.
Al último, que es de Sudáfrica, le echaron en cara que su
obra era poco sudafricana. A mí también me echaron en cara
que era poco húngaro. Mi premio causó sorpresa porque nadie
esperaba que un desconocido autor húngaro fuese elegido. La verdad
es que yo también me sorprendí mucho al recibirlo.
Su relación algo conflictiva con la patria no parece
reducirse a la literatura.
No creo que tenga una relación conflictiva con mi país.
Existe una parte de la intelligentsia húngara con la que tengo
conflicto, porque son antisemitas, y les irrita que la literatura húngara
sea representada por un judío. Lo sienten como una ofensa contra
la cultura húngara, como ha dicho un señor de derechas.
Pero la mayoría de la gente se alegró por mi Nobel, y en
la plaza Vörösmarty, en el centro de Budapest, se proyectó
en una enorme pantalla el acto de entrega del galardón. La gente
estaba muy contenta, fue como cuando un húngaro gana una medalla
de oro en las Olimpiadas. Un amigo me comentó que "los húngaros
son tan nacionalistas que por el Nobel incluso te perdonarán que
seas judío".
Hablando de la condición judía, uno de los
leitmotivs de su obra es el problema de un judío que no tiene conciencia
judía ni le interesa el asunto, pero las circunstancias le imponen
un destino judío.
A mí me sellaron como judío, y con cierta vacilación
yo acepté esa definición. Tampoco pude hacer otra cosa,
ya que tuve que vivir el destino reservado para los judíos en el
siglo xx. Así que me considero judío sin serlo realmente.
Pienso y vivo igual que todo buen cristiano, lo que ocurre es que lo hago
con la conciencia de una persona a quien la sociedad la obligó
a vivir un destino judío. Es decir, un destino de segunda categoría,
que permite, sin embargo, hacer buena literatura tanto para los judíos
como para los no judíos. Además, hay muchos tipos de judíos.
Lo judío como tal únicamente es homogéneo para los
antisemitas. Yo me considero representante de un tipo de judío
europeo que probablemente desaparecerá, porque se diluirá
en la sociedad que le ha tocado vivir.
En uno de sus ensayos explica que lo que le salvó
del suicidio -destino de otros grandes intelectuales supervivientes, como
Borowski, Primo Levy o Paul Celan- fue volver a vivir en una dictadura
cuando se había liberado del campo. Es decir, que el peligro fue
la libertad. ¿Es por eso por lo que se suicidó el protagonista
de Liquidación justamente después de la caída del
comunismo?
Es obvio por qué me salvó la dictadura stalinista. Porque
no me permitió hacerme ilusiones sobre la posibilidad de un mundo
mejor. Los sobrevivientes en los países occidentales sí
tenían esas esperanzas e ilusiones. Para mí, el mundo del
campo continuó de manera normal en el sistema comunista. Seguía
siendo una especie de superviviente. En otro orden de cosas, algo parecido
ocurrió con los intelectuales habituados al régimen comunista
cuando se acabó el Imperio soviético. No sabían reinventarse
en condiciones libres, no sabían qué hacer con la libertad.
La transición del comunismo a la democracia significó un
verdadero trauma para muchos intelectuales del Este. Porque no fueron
ellos los que conquistaron esta libertad, sino que se les cayó
encima como un regalo de la historia, de forma inesperada y en un momento
inesperado. Lo que ocurrió sorprendió a estos intelectuales,
de los cuales algunos pasaron a la política profesional o al mundo
de los negocios, donde tenían que adaptarse a condiciones completamente
nuevas: pasaron a ser diputados, alcaldes o directores de grandes empresas,
y esto no fue una continuación lógica y orgánica
de su propia vida o la realización de sus auténticos anhelos.
Así que es verdad, la libertad también es peligrosa, tremendamente
peligrosa, pero nunca como la represión.
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