
|

abril
2004
Nº 112

home
|
Tres poemas
ILDEFONSO RODRÍGUEZ
Dos eneros
Hizo cuentas dijo
en voz alta los años de sus muertos
era la última noche: las doce uvas
pulió y lijó dos cucharas de madera
la grande y la pequeña
ni olor ni sabor
los guisos del tiempo ido
crece la melancolía de los dos eneros
sueños que se olvidan turrones caídos
y una canción de Atahualpa Yupanki
¿cómo son las culebras -imaginables-
las culebras blancas que anidan en la nieve?
Filtrado
Un rayo de luz
traspasó el vaso de agua
fue filtrado; mínima
derivación de la transparencia
un pensamiento negro
sucede ya
varias veces al día.
Como si fuera ley
Buscaba la llave una vez más siempre la última
quería abrir la puerta salir a un patio diminuto
soleado
allí esperaba quien más le quiso en el mundo
un soplo en los labios despejaba la pregunta
¿por qué desapareces?
era sólo un buscar sin más beneficio
aquí todo nada lo mismo
los rizos de la repetición
adornan la cabeza de otro tiempo
la casa la misma reunión cada noche
sin peso vuelve a una mesa de mármol
cada noche la misma alegría enreda con mano suave
aquellos rizos en un ciclo: todo o nada
vive en lo mismo: guitarra de la infancia sin secreto
mesa inmóvil y un privilegio (no hay día sin que vuelvan
los nombres de los primos, sin que alguien trepe a las ramas de ese árbol
que
está muerto y en las noches del verano parece revivir)
brota aquí un jardín repetido
un privilegio con ramas y raíces (los fondos de la casa guardan
un
olor a tubérculos carnales, sacos, membranas, frutos de tierra)
sólo en la lectura se renueva
lo leído.
El sonido de lo real
CONCHA GARCÍA
En la poesía de Ildefonso Rodríguez (León,
1952) afloran dos cuestiones que de una forma u otra siempre están
presentes en su escritura: la música, y una manera de nombrar el
mundo a base de palabras sacadas de aquí y allá cuya inspiración
seguramente viene dada por los golpes propios
de la existencia, dejándose llevar por ella, como si el
fraseo de sus versos quedase suspendido de los lugares
más imprevisibles.
Este saxofonista profesional de jazz e improvisación libre es autor
de varios libros, entre los que figuran los poemarios: Mantras de Lisboa
(1986), Libre volador (1988), La triste estación de las vendimias
(1988), Mis animales obligatorios (1995), Coplas del amo (1997) y el recién
publicado en la editorial Icaria Política de los encuentros.
He hablado de la presencia de la música en la poesía de
Ildefonso Rodríguez porque no se puede entrar en estos textos,
invadidos de materia onírica, sin dejarse llevar por un repiqueteo
de palabras al que no debes buscarle una lógica en el sentido ortodoxo
del término. Es, la de su poesía, una lógica que
barre el yo, capaz de descomponer la propia individualidad. Un yo fluido
en una realidad exterior difícil y mutable que sólo puede
mostrarse en el tejido del texto, en su propia narración, allí
donde ambos, el yo y su narración, encuentran una posibilidad de
engarce.
Como escribe Miguel Casado a propósito de su obra: "Sus imágenes
abiertamente irreductibles complican su lectura al sucederse vertiginosamente
y convierten cada texto en un conjunto de mínimos fragmentos encadenados".
Esta poesía, que algunos han intentado reducirla únicamente
al reino del surrealismo, se alimenta también de experiencias diurnas
y en ellas va saltando entre los espacios y los eslabones activados por
la memoria perdida y recobrada simultáneamente: "Yo creía
poder cruzar sobre unos zancos las corrientes de mis poemas /... / Dar
una señal emocionada y veloz de lo que entonces se estaba resquebrajando".
Inclasificable en el panorama actual de la poesía española,
vive alejado del ajetreo urbano a unos kilómetros de León,
en una población llamada Villabalter. Desde allí, con su
saxo y su grupo Quinteto Cova Villegas, viaja de cuando en cuando alternando
tiempos de música y tiempos de escritura bajo un similar fraseo
de notas musicales: "Mira: parece música; hay flores en el
agua / salpicaduras de alegría antigua / ya desaparecida".
En el mencionado Política de los encuentros, una marcada cuestión
ética recorre el poemario, alentado por una subjetividad que se
teje en el curso de los acontecimientos. Hablo de ética en el sentido
de la amistad correspondida y leal (el gran tema de este poemario), ética
en el respeto a la naturaleza, en el amor a la tierra donde uno vive (y
a toda la esfera terrestre en general), en el respeto profundo por la
palabra poética. Por último, cabe destacar la presencia
de una concepción en torno al lenguaje que puede explicarse muy
bien con una conocida cita de Mallarmé: "Nombrar un objeto
es suprimir las tres / cuartas partes del gozo del poema; que está
/ hecho de la dicha de adivinar poco a poco". Por eso, la ausencia
de puntuación, el salto a la forma poética que va del verso
corto al poema en prosa, son manifestaciones de un mismo credo: no creer
en el género poesía como algo reductible; es en el ritmo
de sus sentimientos donde hallamos la perplejidad de una lectura difícil,
sin duda, pero que nos invita a entrar en los intersticios de nuestra
conciencia. Lenguaje que no nombra sino que induce a la búsqueda
de un significante versátil, que no explica ni relata, pero seduce
con una extraña fuerza guiada, en muchas ocasiones, por la maravilla
de poseer una percepción escindida de la realidad en la fuerza
del recuerdo y la memoria, porque así somos, así sentimos;
las palabras después dirán algo así: un consuelo
/ un discurso eficaz sobre el desgaste / el uso de la repetición
en tu vida / lo que aún se puede seguir esperando / razonablemente
/ que otra vez suene aquello y la queja sea musical.
|
Ildefonso
Rodríguez (León, 1952) es poeta. Su obra lírica
comprende, entre otros, los títulos Mantras de Lisboa (Ediciones
Portuguesas, 1986), Mis animales obligatorios (Renacimiento, 1995)
y Coplas del amo (Icaria, 1997). Está incluido en varias
antologías. Es saxofonista profesional. Acaba de publicar
el poemario Política de los encuentros (Editorial Icaria,
2004).
Concha García
(Córdoba, 1956) es poeta y licenciada en Filología
Hispánica por la Universidad de Barcelona. Entre su obra
poética destacan los títulos Ayer y calles (Visor,
1995), Cuantas llaves (Icaria, 1998) y Lo de ella (Icaria, 2003). |
|
|
|