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abril
2004
Nº 112

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El negocio de la biblioteca
RAMÓN SALABERRIA
No sólo bibliotecarios, también autores
y maestros se encuentran en pie de guerra: Una directiva de los países
europeos que estipula que autores y editores deberían cobrar derechos
por los préstamos de libros en bibliotecas públicas ha resucitado
una vieja polémica y ha sacudido el silencioso ambiente habitualmente
destinado sólo a la lectura.
A mediados de enero, una nota de la agencia Europa Press,
recogida en diversos diarios, consiguió remover los cimientos de
las bibliotecas españolas. Señalaba que en Bruselas se había
formado una corriente de opinión que reprochaba a España
no remunerar a los autores por el préstamo de sus obras en bibliotecas
públicas como sí se hace en otros países europeos.
La nota de prensa fue el detonante para una movilización sin precedentes:
artículos en la prensa, información a los usuarios de las
bibliotecas, organización de jornadas contra el préstamo
de pago en las bibliotecas y elaboración de manifiestos. A 2 de
marzo, cientos de profesores universitarios habían suscrito un
manifiesto, y más de 50 instituciones (asociaciones de bibliotecarios,
redes de bibliotecas universitarias y públicas) y cerca de 1.400
personas habían mostrado su adhesión al "Manifiesto
a favor del préstamo público" (www.cobdc.org) y 256
al "Manifiesto de autores en defensa del préstamo en bibliotecas",
que se presenta en recuadro adjunto.
Académicos, como Delibes y Mateo Díez, novelistas, como
Marsé y Trapiello, y poetas, como García Montero y Colinas,
firmaron respaldando a la biblioteca española. Y dado que, más
o menos, sólo la mitad de los títulos prestados por las
bibliotecas públicas corresponde al ámbito literario, también
hubo una amplia adhesión de autores de ámbitos como la antropología,
economía, sociología, biología, matemática,
ecología o historia y geografía. Y por supuesto, amplísimo,
del libro infantil y juvenil.
De dónde viene y adónde va
Todo parte de una directiva de cuando a la Unión Europea se la
designaba como Comunidad Económica Europea. Era 1992 y la directiva
se tituló: "Sobre derechos de alquiler y préstamo y
otros derechos afines a los derechos de autor en el ámbito de la
propiedad intelectual". Era el intento de hacer una amalgama a partir
de la legislación que sobre el derecho de préstamo público
había establecido, en diferentes épocas, una docena de países:
los nórdicos, Holanda, Alemania, Reino Unido, entre otros.
Este derecho, en muchos casos, había nacido para apoyar la creación
en lenguas de pocos millones de lectores y, en todos los casos, en países
con fuertes redes de bibliotecas y altos índices de préstamo.
En 1996, las bibliotecas públicas holandesas hacían 11,10
préstamos por habitante y por año; Reino Unido, 9,20; y
España, 0,62. Si el préstamo de las bibliotecas públicas
españolas creciera al ritmo que lo ha hecho en el período
1990-2000, alcanzaría la media
estimada para la Unión Europea en 1998 allá por el año
2030.
La directiva establece el principio de un derecho de préstamo exclusivo
de los derechohabientes, esto es, la posibilidad de prohibir o autorizar
el préstamo de sus obras a las instituciones públicas. No
obstante, permite a los Estados miembros optar por un derecho de remuneración
y -lo que es más importante para nuestra causa- establece excepciones
al derecho exclusivo de préstamo para determinadas categorías
de entidades públicas, como, ejemplo señero, las bibliotecas.
A esta excepción nos aferramos los bibliotecarios y muchos usuarios
de bibliotecas que en estas últimas semanas se han manifestado
contra la aplicación de la directiva de marras. No es capricho,
es por la misma situación de las bibliotecas españolas.
Si las bibliotecas públicas han crecido en número en los
años noventa, han triplicado el número de usuarios y han
aumentado (modestamente) sus colecciones, aún la distancia que
las separa de la media europea es considerable. Mientras que se adquiere
un libro para las bibliotecas públicas danesas por cada dos habitantes
y en Finlandia uno por cada tres, en España se adquiere un libro
por cada veinte. Las inversiones en bibliotecas públicas apenas
alcanza la tercera parte de la realizada como media en la Unión
Europea.
En tal situación mejor será destinar más y más
fondos públicos a la biblioteca, hasta algún lejano día
acercarnos a una media europea. Si se adquieren más documentos
para la red de bibliotecas todos ganarán: ganarán los ciudadanos
que son los que con sus impuestos financian el sistema, ganarán
los editores que venderán más, ganarán los autores
cuya obra se difundirá más y recibirán más
por derechos de autor al ser adquiridos cada vez más por las bibliotecas
y ganarán los libreros, pues, al contrario de lo que pregonan las
entidades de gestión de derechos de autor -sin ningún estudio
que lo sustente-, el préstamo no mata ventas, el préstamo
bibliotecario fomenta el libro, como ninguna otra institución lo
hace, y su venta entre los que también son prestatarios.
Los únicos que no saldrían ganadores serían las entidades
de gestión de derechos de autor, que son las únicas que
en España se han manifestado a favor del cobro de una tasa por
los préstamos en biblioteca. Es el caso de una asociación
civil, el Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO),
cuyo fundador, y actual vicepresidente, Juan Mollá, acudió
el pasado octubre a una reunión en Londres para impulsar el supuesto
cumplimiento (esto es, el cobro por préstamo, según su interpretación)
de la directiva. Ya de regreso publicó en el boletín de
su asociación el artículo "El derecho de préstamo
bibliotecario, asignatura pendiente". No por casualidad, a mediados
de enero la prensa española publicaba la nota de Europa Press antes
citada.
El Ministerio no sabe, no contesta.
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Ramón
Salaberria (Rentería, 1959) es bibliotecario, trabaja
hace quince años en la revista Educación y Biblioteca
y hace ocho reside en México. |
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