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enero
2004
Nº 121

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Debates
El caso Echevarría-'Babelia'
SOBRE LA INDEPENDENCIA DE LA CRÍTICA
La mayor parte
del mundo de la cultura ya conoce las cartas y los textos que vienen a
continuación. No obstante, creemos que se trata de un tema que
puede interesar también al lector alejado de estos cenáculos.
Todo empieza con una carta abierta que el crítico literario Ignacio
Echevarría dirige a Lluís Bassets, director adjunto de El
País. La secuencia de respuestas que ha generado dicha carta, a
parte de arrojar más o menos luz sobre este caso particular, supone
un buen pretexto para iniciar un debate serio sobre la crítica
literaria. Quede aquí como testimonio, e invitación al debate.
Ignacio Echevarría
[Extractos de "Una elegía pastoral. La necesidad de la ficción"
(Babelia, 04/09/2004), crítica sobre el último libro de
Bernardo Atxaga]
“Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura
de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así.”[…]
“La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace
inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca.
A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico
de la inopia y de la bobería –de la atrofia moral, en definitiva–
que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de
forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco,
reducido aquí a un conflicto de lobos y pastores, un problema de
ecología lingüística y sentimental, al margen de toda
consideración ideológica.”[…]
Ignacio Echevarría
Carta abierta a Lluís Bassets (09/12/2004)
“Estimado Luis,
como ésta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos
que te son bien conocidos. El pasado 4 de septiembre apareció en
Babelia una reseña mía sobre la novela El hijo del acordeonista,
de Bernardo Atxaga, por entonces recién publicada. La novela –interesa
puntualizarlo– ha sido editada en castellano por Alfaguara, que
pagó un importante adelanto para hacerse con ella, y que la lanzó
como uno de los “platos fuertes” de la rentrée otoñal.
Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención
especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento
y una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña,
que era inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que –importa
hacerlo constar– me había sido solicitada por la directora
del suplemento, María Luisa Blanco, quien antes me consultó
acerca de mi opinión sobre Atxaga, respondiéndole yo, sin
falsedad, que se trataba de un autor cuya trayectoria venía siguiendo
con curiosidad y con respeto.
La publicación de la reseña provocó en la dirección
del periódico una fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato
en un pautado despliegue de artículos, entrevistas y crónicas
que, en conjunto, apuntaban tanto a paliar y neutralizar los posibles
efectos de la reseña como a compensar a Bernardo Atxaga por los
perjuicios de todo tipo que ésta pudiera acarrearle. En cualquier
caso, la reacción fue tan desproporcionada, que llamó la
atención de numerosos medios de prensa españoles, que se
hicieron eco de ella de la más variada forma, en general con sorna,
pero también con escándalo y con sorpresa.
Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las
dudas de siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene
sentido ejercer la crítica en un medio dispuesto a desactivar los
efectos de la misma y a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene
sentido tratar de hacer una crítica más o menos exigente
e independiente en un medio que parece privilegiar y defender a ultranza,
sin el mínimo decoro, los intereses de una editorial que pertenece
a su mismo grupo empresarial? Haciendo caso a quienes me recomendaban
no abandonar ni ceder terreno precisamente en momentos como éste,
me resolví al final a escribir una nueva reseña, apalabrada
ya desde meses atrás, y que mandé a la redacción
de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta ocasión
de un comentario a El bosque sagrado, un ya clásico libro de ensayos
críticos de T. S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial,
ha publicado este mismo año.
Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue “retenida”
por ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación
se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte,
con fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi extrañeza
y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi
carta que me resistía a aceptar las explicaciones que a mí
mismo se me ocurrían, y te recordaba que llevaba catorce años
colaborando con el periódico.
En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29
de octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones
de que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión
aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las posibilidades
de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del tono en tu opinión
demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí a la hora
de valorar la novela de Atxaga.
“Se ha dicho”, me escribías, “y supongo que te
habrá llegado, que tu crítica era como un arma de destrucción
masiva y que el periódico hace mucho tiempo que ha renunciado a
utilizar este tipo de armas contra nadie”.
Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente
a varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País,
el lunes siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso
que, dentro de todo, no deja de resultar halagador, para mí y para
el oficio de crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple
reseña, escrita en el tono que sea, pueda tener los efectos de
una arma de destrucción masiva. No deja de resultar cómica,
por otra parte, la ocurrencia de emplear la metáfora “arma
de destrucción masiva” en estos tiempos que corren. Parece
que estamos todos condenados –unos más que otros– a
presumir su existencia allí donde no las hay.
En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las explicaciones
que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me resistía a
aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre esas explicaciones
se cuentan dos particularmente graves. A una ya he hecho referencia al
aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de hacer una crítica
independiente en un medio que parece privilegiar, con descaro creciente,
los intereses de una editorial en particular y, más en general,
de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece casual que sea un
libro de Alfaguara el que haya alentado tus escrúpulos sobre el
tono que eventualmente empleo a la hora de hablar sobre un libro que considero
francamente malo. Llevo muchos años empleando un tono muy parecido,
y el hacerlo no ha sido hasta ahora motivo de estupor ni de reprobación,
más bien lo contrario. Te invito, para comprobarlo, a releer mis
reseñas de las últimas novelas de autores como Jorge Volpi
(Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta), Jaime Bayly (Espasa)
o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la dedicada a Bernardo
Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un año a esta parte,
o poco más.
Escritores, críticos y editores
[Cartas al director (El País, 18/12/2004)]
“Por la presente, algunos críticos, redactores, lectores
y colaboradores de El País queremos expresar nuestra preocupación
por el daño que ha sufrido la credibilidad del periódico
a raíz de la carta abierta que, el crítico de Babelia y
colaborador de la sección de cultura del diario, Ignacio Echevarría
dirigió, el pasado nueve de diciembre, a Lluís Bassets,
director adjunto de El País, en la que se denunciaba la represalia
y la censura de las que ha sido objeto por ejercer la crítica literaria
tal y como venía haciéndolo desde hace catorce años
en esas mismas páginas.
Igualmente, queremos manifestar nuestra preocupación por la posibilidad
del futuro ejercicio libre de la crítica en las páginas
de El País.”
Rafael Conte
Mario Vargas Llosa
Rafael Sánchez Ferlosio
Juan Marsé
Eduardo Mendoza
Félix de Azúa
Javier Marías
Fernando Savater
Javier Cercas
¡lvaro Pombo
Vicente Todolí
Francisco Rico
Victoria Camps
Ana María Moix
Ray Loriga
Rodolfo Fogwill
Agustín Díaz Yanes
Jordi Llovet
Jorge Herralde
Manuel Borja Villel
Manuel de Lope
Juan Bonilla
Hans Meinke
Chantal Maillard
Belén Gopegui
Juan Villoro
Marcos Giralt Torrente
Claudio López de Lamadrid
Esther Tusquets
Rafael Gumucio
Nora Catelli
Luis Magrinyá
Luis Antonio de Villena
Jordi Virallonga
Antonio Ortega
Enrique Lynch
Angel Luis Prieto de Paula
Luis Fernando Moreno Claros
Toni Berini
Constantino Bértolo
Amador Fernández-Savater
Edgardo Dobry
¡ngela Molina
Rodrigo Fresán
Javier Rodríguez Marcos
Anatxu Zabalbeascoa
Jordi Ibáñez Fanés
Antoni García Porta
Ernesto Hernández
Adán Méndez Rozas
Silvia Alexandrowithch
Horacio Castellanos
Jorge Fernández Guerra
Félix Romeo
Leonardo Valencia
Guillem Martínez
Arcadi Espada
Isaac Rosa
Elsa Fernández-Santos
Carlos Boyero
Julián Rodríguez
José Manuel de Prada
Germán Sierra
María S. Martín Barranco
Gonzalo Hidalgo Bayal
Abel H. Pozuelo
Eloy Fernández Porta
Jordi Doce
Peio Hernández Riano
José Luis García Martín
Marcos Ordóñez
Francisco Solano
Cecilia Dreymüller
Mercedes Cebrián
Joan Fontcuberta
VicenÁ Altaió
Juli Capella
Mercedes Casanovas
Efraim Medina Reyes
Valeria Bergalli
Antonio José Domínguez
Manuel Fernández-Cuesta
Mario Iglesias González
Antonio Ezpeleta Pérez
Miguel Martínez-Lage
Marta Pesarrodona
Francesca Llopis
Pep Agut
Colita
José Luis Guerín
Roberto Brodsky
Dante Liano
Antonio Ansón
Chiara Arroyo
Ismael Grasa
José Luis Pardo
Félix Ovejero
Isidoro Reguera
Ana Becciu
Aurelio Major
Valerie Miles
La defensora del lector / “El 'caso Echevarría'”
(EL PAÍS, 19/12/2004)]
Malen Aznárez
Varios lectores se han dirigido a esta Defensora pidiendo
la aclaración de unos hechos que consideran sumamente graves. "¿Se
ha apartado al crítico Ignacio Echevarría del suplemento
Babelia? Si es así, ¿tiene esto algo que ver con el hecho
de que su crítica a la última novela de Bernardo Atxaga,
El hijo del acordeonista, se dirigiera contra uno de los lanzamientos
estrella para el otoño de una editorial, Alfaguara, que pertenece
al mismo grupo empresarial de este periódico?", pregunta desde
Vitoria Javier Berasaluce Bajo”. Me parece que los lectores de EL
PAÍS y de Ignacio Echevarría merecemos una explicación
de lo ocurrido”, dice E. L. de Cegama. “Creo que el asunto
es lo suficientemente grave y afecta a la credibilidad del periódico
para que la carta abierta de Echevarría al director adjunto se
despache con un “sin comentarios”, añade Segundo Saavedra.
Es el resumen de casi una veintena de quejas.
La redactora jefe de Babelia, María Luisa Blanco,
da su versión de lo sucedido: “El libro de Bernardo Atxaga
se programó a finales de julio para que protagonizara la primera
portada de Babelia de septiembre. La crítica del libro se le pidió
a Ignacio Echevarría .Rafael Conte yEchevarría se reparten
la crítica de los libros considerados más importantes, que
suelen coincidir con aquellos a los que se les dedica una portada. La
de Atxaga se decidió en el contexto de potenciar valores literarios
actuales que no habían tenido hasta el momento un excesivo subrayado
dentro de las páginas del suplemento. En esa línea se ha
dado portada a autores como Ray Loriga, Belén Gopegui o Mario Onaindía.
Desde un punto de vista informativo se consideró interesante hacer
una entrevista a Bernardo Atxaga por las expectativas generadas en torno
a una novela esperada desde hacía siete años, premio de
la Crítica cuando el libro se publicó en euskera. Atxaga
venía avalado, además, por su trayectoria literaria; fue,
por tanto, una apuesta explícita por el autor. Como es frecuente
en el periodismo, no siempre coincide la opinión de un crítico
o un columnista con un despliegue informativo concreto. En Babelia hay
otros precedentes: Sarah Waters , escritora británica, avalada
por un enorme éxito, salió en una doble página con
entrevista y una crítica negativa de José María Guelbenzu.
El respeto a la libertad e independencia de la crítica lleva a
este tipo de divergencias. Después de la publicación de
la crítica de Atxaga, el director, Jesús Ceberio, me pidió
públicamente que comunicara al crítico que este periódico
no utiliza ‘bombas atómicas’ contra nadie. Así
se lo comuniqué y le reclamé la reseña de dos libros
pendientes desde julio. A las dos semanas envió la crítica
de uno de ellos, El bosque sagrado , de T. S. Eliot, que el director adjunto,
Lluís Bassets, guardó hasta nueva orden. Dos meses y medio
después se recibió la carta abierta de Ignacio Echevarría
".
Esta Defensora ha planteado al director adjunto, Lluís
Bassets, responsable de Opinión y del suplemento Babelia , y destinatario
de la carta abierta de Echevarría (en la que le pedía explicaciones
por la crónica retenida, hablaba de censura y aseguraba que el
periódico había defendido a ultranza los intereses del grupo
empresarial), las siguientes preguntas:
1. ¿Por qué Echevarría no ha publicado
ninguna crítica en Babelia desde hace más de tres meses?
¿Tiene algo que ver con el hecho de que la última que publicara
fuera una crítica muy negativa del libro de Bernardo Atxaga editado
por Alfaguara? ¿Tiene razón el crítico cuando afirma
que ha sido objeto de una represalia por culpa de esa nota negativa?
2. ¿No queda en entredicho, como señalan
algunos lectores, la credibilidad de EL PAÍS, cuando entran en
colisión los intereses del grupo empresarial al que pertenece con
una crítica independiente?
3. ¿Por qué no se ha publicado la carta
abierta de Echevarría?
…stas son sus respuestas de Bassets :
1. “Resulta difícil sobreponerse al estupor
que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas,
se pueda escribir así’. Hago mías estas palabras con
las que empezaba Echevarría su crítica, pero aplicada a
lo que él escribe. No me parece razonable que en un diario de información
general, que pretende hacer un servicio al mayor número posible
de lectores, se ataque personalmente a un escritor y se haga utilizando
además una forma tan cruel. (La versión original ni siquiera
le ahorraba al autor una referencia despectiva a su competencia moral,
frase que aceptó suprimir a sugerencia de la Redacción de
Babelia). Creo que un diario como EL PAÍS es ecléctico y
plural por definición en cuestiones estéticas, lo cual no
significa que sus críticos no lleguen al fondo de las cosas ni
tengan libertad para expresar sus reservas o su enmienda a la totalidad
de una obra, independientemente de quién sea el editor. Su artículo
contra Atxaga llevó a interrogarnos sobre el papel de este crítico
y decidimos congelar por el momento su colaboración. Envió
semanas más tarde una crítica cuya publicación fue
aplazada. Entiendo que la dilación molestara a un crítico
tan reconocido y valorado, y no tengo inconveniente en reconocer que podía
y debía publicarse. Lamento de verdad que él mismo haya
decidido dar por terminada su relación con el periódico.
No ha habido censura. No ha habido despido ni rescisión por nuestra
parte de una relación. Ha sido Echevarría quien la ha roto
sin tantear ninguna otra posibilidad. ¿Ha habido limitación
al derecho a la información y a la libertad de expresión?
Creo sinceramente que no y que en este bloque de derechos y libertades
se incluye el de los lectores a elegir el diario que quieren leer y por
parte de las empresas periodísticas el de contratar los artículos
que desean ver publicados en sus páginas”.
2. “Un periódico tiene la credibilidad que
le dan sus lectores. Que la crítica está mediatizada por
los intereses editoriales del grupo empresarial es una opinión
que no comparto. Como mínimo expresada en estos términos”.
3. “No creo que una carta abierta dirigida a mí
sea la forma más adecuada de resolver el conflicto. Cuando la recibí
y pensé que sólo la había dirigido al periódico
-al director, a Babelia y a mí mismo-, expresé mi deseo
de verla publicada. Me convenció de lo contrario su divulgación
inmediata y masiva en Internet sin conceder siquiera 24 horas al diario
para su publicación. No creo que EL PAÍS deba prestarse
como plataforma para una acción contra el propio diario”.
Son explicaciones que el director de EL PAÍS, Jesús
Ceberio, “comparte y respalda de principio a fin”, al tiempo
que subraya que “en modo alguno puede hablarse de censura, puesto
que la crítica se publicó”. El pasado viernes, Ceberio
reconoció haber gestionado “muy mal” este “conflicto”.
Ante la inquietud del Comité de Redacción por la carta de
más de un centenar de críticos, colaboradores y redactores
de EL PAÍS -publicada ayer en Cartas al Director-, Ceberio lamentó
que “este conflicto, que ya reconocí haber gestionado muy
mal, dé pie a conclusiones que me parecen desmesuradas y que tratan
de extender una sospecha general sobre el periódico. EL PAÍS
lleva más de 28 años ejercitando la libertad de expresión
y de crítica, como bien saben los firmantes de la carta que frecuentan
sus páginas. Por encima de posibles errores, ése es un compromiso
permanente de la dirección con los profesionales que hacen el periódico
y con los lectores”.
Esta Defensora está de acuerdo en que el periódico
tiene derecho a escoger los artículos que quiere publicar en sus
páginas. El caso es que Echevarría había escrito,
este mismo año, otras críticas en idéntico tono implacable.
Y antes había fustigado con dureza a escritores de la talla de
Javier Marías, sin que -como el propio crítico dice en su
carta- hasta ahora eso hubiera sido “motivo de reprobación”.
Echevarría también había criticado distintos libros
de Alfaguara. Cuatro en este mismo año, entre ellos Delirio, de
Laura Restrepo, último premio Alfaguara de Novela. Nunca hubo quejas
de censura por parte del crítico, quien siempre escribió
con absoluta libertad lo que creyó conveniente y así se
publicó.
No se puede hablar, por tanto, de censura. Pero esta Defensora
cree que más que una “muy mala gestión” de lo
que la dirección asume como un “conflicto”, el desarrollo
del mismo ha sido un auténtico disparate. No sólo debían
haberse extremado todo tipo de precauciones para evitar el conflicto y
las sospechas, sino que antes que nada debió de hablarse con Echevarría
en vez de mantener silencio durante tres meses. Si, como ha asegurado
Jesús Ceberio, la decisión no fue prescindir del mismo,
“sino congelar la relación durante un tiempo”, parece
de locos haber llegado a una situación que ha desembocado en la
pérdida de un crítico de prestigio, y dado pie a graves
repercusiones para la credibilidad del periódico.
La discusión que se podría plantear, a juicio
de esta Defensora, es si ha existido conflicto de intereses, porque es
cierto que dentro de los grandes conglomerados periodísticos existe
siempre esa sospecha. Y consecuencias derivadas de ese conflicto.
El Libro de estilo señala que la mejor forma de
evitar el conflicto de intereses “es la transparencia interna que
este periódico se compromete a mantener”. Asimismo dice que,
por encima de cualquier otro, prevalecerá el interés del
lector; y añade que “en las informaciones relevantes de contenido
económico o financiero referidas a cualquier empresa integrada
o participada por el Grupo Prisa se hará constar que se trata del
grupo editor de EL PAÍS”. En este caso, el Libro de estilo
no ayuda a aclarar el problema planteado, porque publicar que la editorial
pertenece al Grupo Prisa -que no se hizo- no hubiera resuelto nada. Esta
Defensora cree que, de alguna forma, habría que establecer unos
principios rotundos que, en casos de sospecha de conflicto de intereses
por productos relacionados con el grupo empresarial, dejaran bien a resguardo
la independencia de las informaciones, especialmente las críticas.
Nada dudoso que pueda impedir, en palabras de Bassets, que los críticos
de EL PAÍS no puedan llegar “al fondo de las cosas ni tengan
libertad para expresar sus reservas o su enmienda a la totalidad de una
obra, independientemente de quién sea el editor”.
Porque si los lectores están por encima de todo,
es precisamente en casos como éste cuando el cuidado ha de ser
exquisito. La credibilidad es difícil de alcanzar, pero se pierde
con facilidad. Y ya se sabe que la mujer del César no sólo
tiene que ser honrada, sino también parecerlo.
Ignacio Echevarría
[Cartas al director (El País, 20/12/2004)]
“Quiero expresar, en primer lugar, mi sorpresa por
el hecho de que se pueda tratar por extenso el caso Echevarría,
como lo llama la Defensora del Lector, sin darme voz alguna ni haber reproducido
de ningún modo la carta abierta mandada por mí a Lluís
Bassets con fecha del pasado día 9.
En sus declaraciones, el señor Bassets da a entender que soy yo
quien ha roto unilateralmente las relaciones con el diario ‘sin
tantear ninguna otra posibilidad’. ¿Le parece poco haberle
escrito pidiéndole explicaciones, primero, y dejando pasar a continuación
más de un mes a la espera de una respuesta que él prometió
darme en el plazo de unos días? Usted mismo admite haber decidido
unilateralmente ‘congelar’ su relación con un colaborador
de modo indefinido, sin informarle en absoluto de ello. ¿No autoriza
esto a hablar de ‘represalias’ contra ese colaborador, a quien
se priva de un medio de sustento, aparte de callar su voz?
El señor Bassets (que, increíblemente, no duda en hacer
suyas las palabras dichas por mí y que a él le parecen tan
ofensivas) alude a una frase que yo acepté suprimir de mi reseña.
Y dado que él mismo enjuicia esa frase creo que los lectores tienen
derecho a conocerla. Decía así: ‘Ocasiones hay en
que la indigencia narrativa admite ser tomada por indicio de incompetencia
moral. …sta parece ser una de ellas’.
Me pregunto si no hay también ocasiones en que la indigencia periodística
admite ser tomada, asimismo, por indicio de incompetencia moral”.
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