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febrero 2005
Nº 122

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cuento

Textos breves
ÓSCAR PEYROU


LO DEFINITIVO PERTURBA
Cuando falta poco para trasladarme al aeropuerto o a la estación ferroviaria para iniciar un viaje o regresar, me suelo quedar quieto, ligeramente adormecido o ausente. Pienso que toda la gente que pasa a mi lado o veo por una ventana no sabe que pronto estaré lejos. También pienso que podría perder el avión o el tren y no partir jamás o no volver nunca. Algo así como estar para siempre al margen de la vida. Todo lo que es definitivo, perturba. La intensidad de la sensación -y la de la extrañeza- aumentan considerablemente cuanto más lejos me encuentro.

CONVERSACIÓN
Estuvimos hablando un rato. Era inteligentísimo. Estaba de acuerdo conmigo en todo. Al despedirnos, le dije: --Fue una conversación muy interesante. Aprendí mucho escuchándome.

MI PADRE EN UN AVIÓN
Encontré a mi padre en un avión. Volaba de Chicago a París. Creo que él no me vio. Yo había terminado el desayuno y faltaba poco para llegar. Acababa de amanecer. Por las ventanillas de la izquierda entraba un resplandor frío y opaco, como el reflejo de un espejo sucio. Me encontraba sentado junto al pasillo derecho. Por el lado opuesto comenzó a pasar un hombre hacia la parte trasera del avión. Primero creí que vestía alguna prenda gris, aunque -pienso ahora-, tal vez sólo fuera el color del pelo. Inmediatamente después descubrí que era mi padre. Me sentí algo sorprendido de encontrarlo allí. Estaba un poco más viejo que cuando murió.

LA PENUMBRA
Estoy cerca de la esquina, del lado de la sombra, y miro la avenida tan nítida a la luz del sol. Al fondo se ve el cielo de un profundo color azul claro. Es cómodo estar en la penumbra, incluso si hace un poco de frío; uno se siente abrigado o como dentro de una habitación -aunque esté afuera- contemplando el paisaje. Si se mira desde un lugar más oscuro, la sombra protege. El sol no le da un color dorado al cielo.

ESTRATEGIA

Cerré los ojos para que nadie me viera.

NÁUFRAGO EN EL CIELO
Cuando estoy en el aire a 10.000 metros de altura pienso que desaparezco, que hasta que aterrice no existo. Estoy aislado y nadie puede ponerse en contacto conmigo. Pero en ese lapso también todo lo que me resulta cotidiano desaparece. La vida está suspendida durante un tiempo; algo parecido al sueño o a nadar bajo el agua. Tengo la sensación de estar un poco muerto. Me gusta volar.

UN PASO
A veces, pienso que puedo regresar al pasado. Veo la habitación a mi lado, la luz entrando por la ventana, los rumores de entonces, las voces de mis padres. Si diera un solo paso, podría estar adentro y ser nuevamente pequeño. Tengo la seguridad de que sólo bastaría un simple esfuerzo para hacerlo. En ocasiones, estoy a punto de traspasar el umbral. Tal vez por eso, después me queda siempre una especie de tristeza desolada y atónita. Poder y no hacer. Estar tan cerca y no entrar.

DENTRO DE MÍ
El otro día me pregunté dónde está ése que era yo hace 30 años. Me quedé un rato pensando con la mirada perdida en el vacío y descubrí que dentro de mí. Lo mismo con el resto de los años, desde que tengo recuerdos. Los niños y los hombres que fui no desaparecen aunque pierdan nitidez e intensidad, como esas estampas descoloridas por el sol. Soy una muchedumbre traslúcida.

EL BORDE DEL ABISMO
Recordar el día antes de la muerte sorpresiva de alguien, las horas previas a un accidente o al descubrimiento de una enfermedad importante, cuando nada hace presagiar el hecho. Pensar que alguien no sabe que eso le va a suceder. La esperanza rota, los planes destruidos. Rememorar los momentos anteriores a la sorpresa. El inaudito desconocimiento del futuro. El borde del abismo. La tranquilidad que se va a quebrar. La pena retrospectiva.

LLUEVE SOBRE NUEVA YORK
Llueve sobre Nueva York. Los domingos, el agua que cae hace mas ruido que el resto de los días de la semana. Sobre la desconsolada Orchard Street se habrá formado una frágil alfombra inmunda. En la habitación hay una radio encendida. Detrás de la ventana, flota mi cara. La mancha pálida se balancea apenas tras el cristal. Nadie sabe lo que piensa mientras las gotas se deslizan con pereza sobre la superficie brillante y polvorienta. Adentro, la voz despreocupada de Leon Redbone podría estar cantando Champagne Charlie.

FIN DE FIESTA
Botellas vacías y restos de comida entre muebles desordenados. Los perfumes de las mujeres y el humo del tabaco se van desvaneciendo. En el aire se adivinan fragmentos de palabras, susurros de la seda, intenciones equívocas, la inflexión de una voz, resplandores de ojos, caricias que no llegaron a ser, ambigüedades. Aún no entra la luz de afuera. La memoria de los que duermen está quieta;todavía no hay versiones. La excitación y el aburrimiento han desaparecido en la atmósfera azulada. Las servilletas de papel arrugadas dan una sensación mayor de desamparo. Ahora ya no queda ni la sombra de la música. Sólo el pálido resplandor olvidado de un tocadiscos -un zumbido leve en el amanecer- le da vida a esta ruina.

NAVIDAD EN PARíS
Debajo de esta ventana pasa el Sena, tan húmedo y vano como el cielo helado. Agua sucia, indiferente a los turistas, que la miran e imaginan cosas.

HOMENAJE
En el momento exacto en que muera, las malezas que crecen a ambos lados del estrecho camino que va en dirección a Lomo del Cuchillo, en el prado de Tenagua, Isla de La Palma, continuarán balanceándose, mecidas por la brisa.

VERMEER
Ayer estuve en una exposición de Vermeer en el Museo del Prado. Había varios cuadros pequeños y todos mostraban el interior de una casa. La luz surge siempre de un costado como si el resplandor estuviese fuera del cuadro. Antes de entrar, sobre una pared, figuraban las impresiones que había causado el arte del pintor holandés en críticos, escritores y artistas en general. Entre las frases, había una de Proust. Pensé que él -y otros millones de personas- habían ya visto esos cuadros. Me pregunté si esa multitud de miradas podría haberse incorporado a las pinturas, modificándolas de alguna manera. Es posible que, a lo largo de los siglos, tantos deseos y emociones hayan podido aclarar u obscurecer, gastar, una capa de óleo de un milímetro de espesor de color azul cobalto, por ejemplo.

AMIENS
La pálida catedral de Amiens. Un cadáver de arena entre las casas.

ILUSIÓN
Cuando uno va, siempre va acompañado; cuando vuelve, generalmente lo hace solo.

ANGUSTIA
No se va el frío. Las cosas no ocurren ni dejan de ocurrir.

EL SUEÑO DE MI VIDA
En México me caí vestido a una piscina. Iba caminando al borde del agua. Al lado había mesas y sillas ocupadas por ruidosos grupos. Alguien me llamó. Era de noche, pero no muy tarde. Un reflector iluminaba a la gente que hablaba y reía. Giré. La luz me deslumbró. Di unos pasos y caí de espaldas al agua. Después de ver la escena en tantas películas, creo que era el sueño de mi vida. Cuando estaba totalmente hundido, sentí sorpresa y tranquilidad. Recuerdo que estaba en posición horizontal bajo el agua y que movía las piernas. No sabía si había caído en la parte más profunda. Supongo que la tranquilidad estaba relacionada con el brusco silencio submarino.

TÉCNICA
Me puse la gorra roja para pasar desapercibido.

BIOGRAFÍA
Dejé la copa de vino sobre la mesa. Recordé una canción de la época en que tenía 25 años. La canté suavemente. Me quedé mirando unas lámparas que estaban lejos y que parecían dirigirse hacia algún lado. Alrededor de mí, el rumor de las conversaciones era como pasos sobre una alfombra gruesa.

Óscar Peyrou. Es escritor argentino afincado en Madrid. Ha publicado varios libros de cuentos, entre ellos Máscara de polvo (Verbum, 1992)