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febrero 2005
Nº 122

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Estantería
Narrativa Hispánica
La caja de marfil
El viajero sedentario
Rafael Chirbes
Anagrama,
Barcelona, 2004
376 págs., 17,5 €
Ser explorador en nuestro tiempo suena anacrónico y ridículamente
pretencioso. ¿Acaso es posible serlo en una geografía en la que casi no
queda un palmo de tierra que no esté medido y diseccionado en alguna guía
de viajes o cuando incluso en el paraje más inhóspito puede encontrarse
una bienintencionada señal que indique a cuánto dista el próximo pueblo?
Así pues, cuando los exploradores cruzaron el último linde con lo desconocido
(el último non plus ultra) llegaron los viajeros, cuyo aliciente no era
el descubrimiento, sino ver lo que les habían contado.
El escritor valenciano Rafael Chirbes
se suma con su última obra El viajero sedentario a la tradición de la
literatura de viajes. Si en sus anteriores novelas (Mimoun, La buena letra
o La larga marcha) destacaba la presencia balzaquiana de la huella de
la historia en cuanto generadora de sentido de los personajes y de sus
acciones, El viajero… transita por la herencia de Stendhal o Goethe. Como
en el caso del grupo de los hijos consentidos de la alta burguesía del
s. xix, su viaje alrededor de distintas ciudades supone una suerte de
educación sentimental. Los paseos turísticos alternan con reflexiones
y experiencias, y Chirbes muestra, en el reverso de cada postal, su propio
aprendizaje. El tono de la obra no es, sin embargo, el de un viajero hedonista.
En el recuerdo de sus numerosos viajes como colaborador de la revista
Sobremesa, debió de quedarle prendido algún resto del deber periodístico
que impone una ajustada descripción de los paisajes con pocas concesiones
al lirismo costumbrista romántico. Aunque, quizás como forma de contrarrestar
el tono documental de ciertos pasajes, Chirbes superpone a la lente de
su cámara fotográfica vidrios esmerilados hasta lograr que ciertos lugares
se muestren sugestivamente deformados. En esos momentos sobre El viajero…planea
la sombra de Italo Calvino y de las Ciudades invisibles. Desde Pekín hasta
la estampa mediterránea que cierra la obra, se entreven ciudades sutiles
como Shanghai o Hong Kong (en frágil equilibrio entre la tradición y la
demoledora modernidad); o ciudades hechas con el barro del deseo como
Zobeida y su trasunto florentino en la obra de Chirbes. El sujeto de la
narración es nombrado como en el libro de Calvino, "el viajero", y esta
hábil abstracción aporta una gracia misteriosa y legendaria. En la contraportada
de El viajero… se dice que "escribir es salvar la distancia entre la imaginación
y la realidad". Pero el lector se da cuenta que acaso esa distancia sea
inexistente y que la única rea- lidad sea la de la escritura. En todo
caso, narrar ciudades es una forma de restaurar el mito que se llevaron
por delante las rutas y los vuelos chárter.
ADRIANA CASTELLARNAU
Cuentos Reunidos
2
Roberto Fontanarrosa
Alfaguara,
Barcelona, 2004
234 p·gs., 28,5 €
Para ser humorista se puede optar por la torta en
la cara o elegir el camino difícil: apuntarse a la sutileza y al desencanto
y entender que el humor puede ser un medio que te permite explicar el
mundo. Éste es el camino que sigue Roberto Fontanarrosa (Rosario, Argentina,
1944), humorista gráfico, dibujante y colaborador vitalicio de Les Luthiers.
Un escritor luminoso y atrapante, que plantea una literatura de lo inmediato,
del fracaso de lo masculino como condición de la existencia, de la charla
de café como motor de la invención delirante. Este segundo volumen de
sus Cuentos Reunidos reúne relatos habitados por personajes en franca
batalla perdida contra el Destino: ex convictos que padecen la nostalgia
del presidio, artistas entrañablemente mediocres, seductores de barrio
que intentan ocultar las pruebas de su decadencia, futbolistas veteranos
que descubren en el triunfo de su equipo la prueba de su fracaso definitivo.
El fracaso como estética, lo ineludible como justificación del individuo:
"Uno presume de haber encontrado una nueva manera de contar y expresarse.
Pero siempre hay alguien que lo hizo antes. Soy, por tanto, un escritor
fatalista", dice Fontanarrosa. Como el Jacques de Diderot, se remite siempre
a una autoridad superior; escribe sobre lo que ya se ha escrito o dicho
y su trabajo consiste, acaso, en imprimirle a sus historias una visión
particular y paródica de la realidad. Quizá sea por eso que leyendo a
Fontanarrosa uno se sienta siempre de visita en un territorio conocido
y a la vez novedoso, como una casa que conocemos bien pero cuyos muebles
han sido cambiados de lugar. Fontanarrosa escribe con una prosa efectiva,
sencilla, heredera de escritores norteamericanos como Cheever, Salinger,
Capote. Una prosa despojada de afectación y artificios, excepto, claro,
cuando pretende exponer y dejar en evidencia precisamente la afectación
y el artificio de ciertos géneros literarios (los aforismos, el discurso
científico, la poesía de provincias, el policial, los relatos de ciencia
ficción). Fontanarrosa entiende tan a fondo los géneros populares que
prefiere abordarlos como parodia, deformando su lenguaje, abusando de
los tópicos y reconvirtiéndolos en discursos nuevos y propios; por eso
a veces sus cuentos recuerdan un poco a los cuentos de Woody Allen, con
sus juegos textuales y sus referencias culturales exageradas hasta la
carcajada. Los lectores argentinos tienen la suerte de leer a Roberto
Fontanarrosa cada día en el diario Clarín. En esta parte del mundo el
encuentro es más novedoso, más esporádico, pero no menos feliz.
FACUNDO PIPERNO
Disfraces
terribles
Elia
Barceló
Lengua
de Trapo,
Madrid, 2004
443
págs., 22,90 €
Prometedor encuentro el del seductor impenitente
de Mozart y la gélida heroína de Puccini que augura el título de esta
novela de Dimas Mas. Quizá sorprenda al lector que tan sugerente idilio
se encarne en nuestros días en un adolescente, pésimo estudiante de secundaria
y seductor precoz, y la bella y fría Angélica, la más inteligente e inaccesible
de sus compañeras de clase. Y, sin embargo, nada más propio de la trayectoria
de un autor que ha demostrado
moverse bien en los registros juveniles del lenguaje. El lector, no obstante,
haría bien en no encasillar esta nueva entrega en la categoría de “lectura
juvenil”. Aun sin un protagonista
burgués –el artista adolescente–, aun sin la clásica apología del sujeto, estamos ante una educación
sentimental. El protagonista pertenece a ese sector de la juventud sobre
el que el sistema educativo ha rebotado. Sin apenas competencia para vivir
experiencias literarias, reducidas en cualquier caso en la enseñanza a
una caricatura, Onésimo Recio Bobadilla –hay nombres que equivalen a una
declaración de intenciones– es
una muestra de cómo a ese estrechamiento de la competencia cultural corresponde,
inevitablemente, un estrechamiento de la capacidad lingüística. Wittgenstein
dejó dicho aquello de que “los límites de mi lenguaje son los límites
de mi mundo”. De acuerdo con la sentencia, estamos aquí ante un mundo
muy reducido, apenas sin espacio para la comprensión compleja del otro,
casi perdida la capacidad socializadora. El pensamiento del protagonista
se articula en una jerga adolescente, seña de identidad y de libertad
a un tiempo, imaginativa pero repleta de expresiones comodín, que
relativiza la responsabilidad
del individuo en el decir y evita la voz personal.
Una cierta inteligencia natural del protagonista
le lleva con frecuencia a preguntarse por ese lenguaje prestado,
pero el tropel de palabras que fluyen en su incesante monólogo interior
le arrastra por un laberinto que no parece tener salida. Sólo al final
este incipiente y tosco don Giovanni, tirando del hilo de Ariadna del
amor, vislumbrará una vida más allá de sí mismo, una reconciliación con
el mundo que le hará más humano. Dimas Mas maneja con habilidad ese monólogo
interior que da forma a la trama y que se hace más complejo a medida que
avanza la novela. El ritmo narrativo atrapa al lector hasta el final y
las peripecias lingüísticas del joven y desorientado seductor le arrancan
con frecuencia una sonrisa: razones añadidas –y nada despreciables– a
la hora de estimular el apetito literario.
CHARO GONZÁLEZ
Narrativa Extranjera
Oryx
y Crake
Margaret
Atwood
Trad. Trad.
de Juan José Estrella González
Tropismos, Salamanca, 2004
432
págs., 18 €
Amanece en la playa. Hombre de las Nieves, tal vez un indigente,
se despierta, aunque preferiría continuar dormido. Busca entre los desperdicios
de su alrededor y sólo halla un mango para comer. En un par de páginas,
el lector se hallará inmerso en el mundo de horror y devastación
(“Esa ausencia de tiempo oficial le produce un escalofrío de terror.
Nadie, en ninguna parte, sabe qué hora es.”) adonde ha conducido la experimentación
de Crake, una especie de superhombre creador de unos protohombres llamados
crákers y de un virus que estratégicamente inoculado pone en peligro la
vida sobre la tierra. En su recorrido en busca de alimentos para él y
los crákers salvados de la catástrofe, el protagonista y narrador de Oryx
y Crake evoca la educación que recibió en los “complejos” –comunidades
de científicos aisladas del resto del mundo- y la vigilancia a la que
desde pequeño se vio sometido debido a la deserción de su madre; la amistad que mantuvo con Crake y la forma
en que éste lo reclutó para su proyecto Paraíso; la visión en la Red de
la niña prostituida Oryx y la función futura de ésta como cuidadora de
los crákers en el plan de Crake; el paso por la universidad de humanidades
y su trabajo como recuperador de palabras inservibles…
Teniendo como precedente el éxito de ventas
y de crítica de hace casi veinte años de El cuento de la criada, Margaret
Atwood se adentra de nuevo en un tema futurista sin caer en tópicos de
marcianitos, viajes intergalácticos o máquinas juliovernianas. Y con el
convencimiento –literariamente manifiesto por la relación que establece
entre estas novelas y algunos de los pasajes bíblicos fundacionales- de
que la esencia humana pervive a través de los siglos.
Como señala la propia autora, El cuento de la criada y Oryx y Crake
no son tanto novelas de ciencia ficción cuanto ficciones especulativas,
emparetadas con las más tremebundas invenciones de un Aldous Huxley o
un Orwell. Y no porque pretenda una renovación formal o estilística del
género, sino porque Atwood, como todo escritor de fuste, escribe sobre
aquello que le preocupa. Y así como en El cuento de la criada (escrita
entre Berlín Este y Alabama en 1986) mostraba su interés por desvelar
los mecanismos por los que el Estado controla la reproducción humana a
través de la subyugación política de la mujer (¡atención! nada de feminismos
políticamente correctos) y advertía sobre los riesgos de una sociedad
totalitaria, el mundo que se anuncia en Oryx y Crake,el de la experimentación
y manipulación genética como forma de control social y como posible camino
hacia la extinción de la especie humana, es lo que le preocupa
en la actualidad.
LEA BONNÍN
La
hora de salida
Christophe
Dufossé
Trad.
de María Teresa Gallego
Anagrama, Barcelona, 2004
24
págs. 17 €
La hora de la salida es la primera novela
de Christophe Duffossé (1963), un profesor de secundaria francés que con
esta ópera prima ha trastocado el norte de la crítica francesa, embobada
y rendida, que no se cansa de compararlo con Kafka, con Stephen King y
con Houllebecq, por su tendencia al oscurantismo y su desalmado sarcasmo.
Sin embargo, podríamos decir que a Dufossé le ha faltado vaciar la novela
de belleza gratuita, pasarla por el colador, especialmente en diálogos
que no vienen al caso, y aligerar una acción que a ratos queda estancada
en una prosa movediza en la que todo se insinúa.
En el centro de enseñanza secundaria de Clerval se
acaba de suicidar, precipitándose por la ventana de un aula, Eric Capadis,
joven profesor de geografía e historia. El peso del misterio planea por
las páginas, y más aún cuando a su sustituto, narrador de la novela, Pierre
Hoffman, se le encomienda visitar a los padres del recién difunto y hacerse
cargo de sus alumnos. Contra todo pronóstico ni los padres del muerto
se desesperan ni los alumnos pasan del profesor. En ese punto aparece
la pregunta clave de la novela ¿Por qué se ha suicidado Capadis? Las contingencias
se tejen bajo las reflexiones y las especulaciones de Hoffman, por cuya
vida aparecen personajes enigmáticos como su hermana Leonore o la enfermera
Nora, meditaciones acerca de su juventud en un París underground, así
como la banda sonora de su vida: desde el punk de los 70, Sex Pistols,
Patti Smith, The Ramones... hasta Tom Jones.
El narrador maneja a la perfección los programas
escolares y la historia de Francia. Sabe de pedagogía. Sin embargo los
alumnos no conectan con él. Los adolescentes, extrañamente disciplinados,
constituyen un bloque homogéneo contra el que cuesta combatir, porque
no tardamos en darnos cuenta que la relación alumnos-profesores, en el
centro de enseñanza de Clerval se parece más a una guerra que a cualquier
otra cosa. “Siga leyendo, Sandrine” le dice Hoffman a una adolescente
de la primera fila. “¿Es que tengo que hacer lo que tú digas?”, le responde.
Violencia sorda, está claro, y a cuentagotas. A la mañana siguiente, la
única joven de la clase que había hecho caso al profesor, y que había
intentado ponerle sobre aviso, aparece con la cara vendada, resulta que
la tarde anterior, de camino a su casa, se la habían cosido a navajazos...
Poca broma... y es que Duffossé gusta del misterio, de la incógnita; el
único problema es que las preguntas se las hace él mismo y no deja que
se las haga el propio lector.
La hora de la salida se irá encauzando hacia un entresijo complejo
y múltiple que tendrá como solución (o punto de partida hacia ella) un
viaje vertical.
EUSEBIO LAHOZ
Novela
negra crepuscular
DOS DEL RELATO NEGRO
Pisando los talones
Henning Mankell
Trad. de Carmen Montes
Tusquets, Barcelona, 2004
557 págs., 20 €
Cortafuegos
Henning Mankell
Trad. de Carmen Montes
Tusquets, Barcelona, 2004
541 págs., 20 €
Todos quisimos, en algún momento, ser Bogart o Marlowe. Besar a la rubia indómita a pesar de que era una criminal –o tal
vez por eso–. Fumar concienzudamente y que nos quedase tan bien como a
ellos la gabardina y la barba de dos días. Incluso soportar el whisky
con la entereza del héroe solitario y despreciar a esa policía corrupta
con las agudas réplicas de detective privado. Chandler, Hammet, McDonald
y tantos otros nos brindaron la poética criminal en la que nos movíamos
como adolescentes. Una poética en la que el crimen siempre encerraba
algo más o algo menos que la cuestión moral. Y lo importante no
era hallar al culpable mediante la deducción, sino sobrevivir con una
pizca de dignidad. Pero pasó el tiempo, cambió todo, y el detective privado
dejó de soportar el whisky e ingresó en el cuerpo policial. La gabardina
dejó paso a la ropa común y tan sólo quedó el aire de fracaso y la soledad
crónica.
El nuevo detective debía acostumbrarse a hilar los argumentos, a deducir,
a buscar pruebas más allá de los hechos. Cosa que, la verdad sea dicha,
no llevaba demasiado bien. En este nuevo escenario ya no es imprescindible
el conocimiento del mundo criminal, ni dormir con una pistola bajo la
almohada. Y es aquí donde Henning Mankell hace aparecer a su comisario
Wallander (Asesinos sin rostro, Tusquets 2001), protagonista de una larga
serie de novelas negras –nueve– que rozan la categoría de best-seller.
Las dos últimas que han sido traducidas al castellano (Pisando los talones
y Cortafuegos) nos presentan una serie de crímenes que debe resolver un
Wallander ya comisario, que sigue en su Escania (Suecia) natal, rodeado
de personajes secundarios magníficamente trazados (Anne-Britt, el fallecido
e insistente Rydberg, o el eficiente Martinson). Pisando los talones es
un excelente relato negro, cuyo ritmo no decae en sus más de quinientas
páginas. A partir de unas fotos de fiestas de época, la aparente desaparición
de unos adolescentes, el asesinato de un compañero policía que había investigado
el caso y unos crímenes sin conexión ninguna, el caso va cobrando forma.
La trama se teje alrededor de los sucesos a una velocidad tan alarmante
que sobrepasa al mismo Wallander, cuya vida privada naufraga a la misma
velocidad que su salud. Un antihéroe sobrepasado por los acontecimientos,
por la reciente muerte de su padre, por su divorcio, su diabetes y, sobre
todo, por el pulso de una ciudad en la que ya no se reconoce. Wallander,
se enfrenta a la ola criminal encerrándose en la comisaría, reuniéndose
con sus compañeros y realizando una paciente labor policial que Mankell
nos describe minuciosamente. Esa descripción de las pesquisas, el fondo
incomprensible de los crímenes, el trazo de los secundarios, el ritmo
enfebrecido de la escritura o la lucha de Wallander por seguir a flote
serían lo mejor de la novela si no fuese por el excelente retrato de una
ciudad que Mankell conoce muy bien y que, por momentos, parece protagonista
de la escritura. Porque no debemos olvidar que toda novela de género permite
hacer algo más que escritura de género: permite construir un universo
de sentido propio. Y Mankell, a través de la mirada –quizás no muy profunda–
de Wallander, lo logra. Un universo
en el que las cosas cada vez van a peor, en el que los crímenes crecen
en brutalidad a medida que crece el bienestar, las razones desaparecen
y todo ello toma cuerpo físico en la ciudad de Ystad. Este universo, esta
línea decadente por la que se deslizan tanto la ciudad de Ystad como Wallander,
se agudiza en Cortafuegos. Tras resolver los anteriores crímenes, Wallander
se enfrenta en esta última novela traducida (todavía queda por traducir
la novena) a una conspiración urdida para destruir la sociedad capitalista
por parte de una secta medio pagana medio religiosa. Además, Wallander
se enfrentará con la traición de uno de sus compañeros, que conspira para
robarle el puesto. La presión, por tanto, crece y la respuesta del protagonista
a todo ello cada vez será peor: incredulidad, rabia, y la querencia de
dejarlo todo. La resolución del caso, finalmente, requerirá unos conocimentos
informáticos de los que Wallander carece. Lo que le llevará a depender
más que nunca de supuestos aliados y a poner en peligro a un mayor número
de personas.
Cortafuegos, pese a tener peor factura que las anteriores novelas, sobre
todo a nivel de escritura y verosimilitud, ahonda de forma magnífica en
la triple deriva del protagonista, de la ciudad y de la civilización en
pleno. Como si los nuevos tiempos requirieran otra clase de policía (“cada
sociedad tiene la policía que se merece”). El convencimiento del protagonista
de que debe abandonar se hace patente en la escritura. Como si Mankell
firmase el testamento crepuscular de esos detectives privados que se movían
tan bien en la sordidez de los años cuarenta. Así, quizás Mankell no nos
ofrezca mitologías como las que dieron Chandler o Hammet; pero nos muestra
el fin de una mirada sobre el mundo. Y la imposibilidad de seguir ostentando
esa soledad crónica que tan bien les quedaba a ellos.
JOAQUÍN FORTANET
El curioso incidente del perro a medianoche
Mark Haddon
Trad. de Patricia Anton de Vez
Salamandra, Barcelona, 2004
268 págs., 13€
Después
de licenciarse en Literatura Inglesa por la Universidad de Oxford, Mark
Haddon ha sido escritor e ilustrador de cuentos infantiles, guionista
de televisión y ha trabajado con personas con deficiencias físicas y mentales.
Con su última novela, El curioso incidente del perro a medianoche, ha
cosechado un gran éxito de ventas que llama la atención por lo “curioso”
de su propuesta.
La novela, desde su sencillez, intenta aportar algo nuevo, no a nivel
formal pero sí en su comprensión de la estructura (una suerte de cuaderno
de bitácora de lo sorpresivo, acompañado de gráficos, dibujos y ecuaciones)
y en la original voz que desenmaraña una trama detectivesca pretendidamente
naif. Christopher tiene 15 años y es autista, desde su mundo solipsista
de problemas matemáticos, geometrías y coches de colores en cadena, y
haciendo de su incapacidad para entender las metáforas un sayo, nos relata
su particular epopeya. El chico pretende resolver el misterio de la muerte
de Wellington, el perro de su vecina, pero las circunstancias le llevarán
a verse envuelto en ardides mucho más complejos, que le acercarán al mundo
de los adultos, cuyas relaciones no acaba de comprender del todo. Christopher
es un Quijote posmoderno, obcecado e incomprendido, que acompañado por
un simpático hámster que le hace las veces de Sancho, tratará de desfacer
el entuerto del porqué del homicidio de un perro inocente.
Hábilmente, el autor consigue relegarnos a un estatus en que la incomprensión
de Cristopher se convierte en nuestra propia incomprensión y su mirada
prístina sobre las cosas en la nuestra, revisitada. Se trata de una novela
social en el sentido más amplio del término, pues se sirve de la estratagema
de la fábula para tratar de emplazar sobre la problemática de lo particular,
del autismo, la no poco dispersa atención de un público educado en la
cómoda filosofía de la trastienda, del mirar hacia otro lado. Así, el
lector de corazón curtido en mil batallas se sonrojará un poco al sorprenderse
enternecido. En este lance reside sobre todo la destreza de este polifacético
escritor. Un libro sin alardes literarios pero que conmueve, aunque nos
cueste.
ANA SERRANO PAREJA
La llamada
del silencio
Joe Simpson
Trad. de Pedro Chapa
Desnivel,
Madrid, 2004
254 págs., 19,50 €
Antes que nada conviene poner al lector en guardia: aunque esté integrado
dentro de una colección de viajes y aventuras, este libro es más que un
texto de género, es mucho más que eso. Se trata del libro de un escritor
que ha madurado, que ha crecido como autor, hasta alcanzar una cumbre
que ni siquiera él mismo podía sospechar cuando se enfrentaba a Tocando
el vacío, una epopeya de supervivencia narrada de forma estremecedora,
y mucho menos a la hora de escribir sus épicas reflexiones de amor por
la montaña recogidas en Este juego de fantasmas y La vertiente oscura.
Porque aquí es la naturaleza humana la verdadera materia con que se construye
el relato. Partiendo de un tema propio de Conrad, el horror de enfrentarse
con lo más temible de uno mismo, Simpson construye un texto autobiográfico
que cuestiona el porqué de la existencia.
Ha cumplido los cuarenta y se encuentra en mitad de lo que, previsiblemente,
será su vida. Durante la primera parte de su vida ha visto morir a demasiada
gente en un acto de consagración romántico y de una heroicidad inútil,
personas que no desearían vivir el día en que no pudieran dar salida a
sus veleidades. Y él les ha sobrevivido, y un milagro llamado amistad
le ha salvado de la muerte más de una ocasión. La última pérdida, la de
un amigo que ha decidido abandonar la montaña y fallece en un error de
vuelo en parapente, empuja a sus peores fantasmas a empastar los jugos
digestivos de todo su metabolismo. Y así él se siente culpable por vivir.
La presencia de esta muerte carga al libro de un fuerte contenido espiritual
que evita caer en fallas sentimentales gracias a las habilidades de Simpson
como literato: un lenguaje directo, sin reservas ni florituras, y una
construcción que evita el orden cronológico, pero acumula hechos que son
causas que nos dirigirán hacia un desenlace que nos deja sin aliento.
A través de la acción vamos sabiendo el significado del miedo, el horror
al vacío del futuro, la necesidad de respetar los mitos que uno ha ido
construyendo para así saberse vivo, la imposibilidad de negarse a uno
mismo sus propias debilidades y justificar, de este modo, el incremento
del coraje, o la presencia inquietante de los fantasmas que construyen
nuestra memoria intoxicando nuestras decisiones. En definitiva, un libro
sobre lo más humano, en el que el alpinismo sirve para cuestionar si la
vida merece la pena ser vivida.
El mejor libro de Joe Simpson va a ser uno de los mejores libros publicados
este año.
RICARDO MARTÍNEZ LLORCA
Gente
independiente
Halldór Laxness
Trad. de Flored Mazía
Turner, Madrid, 2004
284 págs.,19 €
La lucha de un hombre en una tierra inhóspita y bajo condiciones
extremas. Su batalla por la autosubsistencia, la dignidad y la independencia.
La épica de la supervivencia en el país de las sagas medievales. Gente
independiente de Halldór Laxness (1902-1998) es la gran novela moderna
de Islandia, la novela de un pueblo europeo, exótico y casi desconocido,
y que por primera vez se publica en España “sólo” unos 70 años después
de su edición original, y además desde la versión inglesa. En fin.
Bjartur de la Casa Estival es un hombre enfermizamente individual,
egoísta, titánico, que se instala con sus ovejas y su familia en un pequeño
páramo del interior de Islandia para construirse su independencia, la
cual cuidará como su tesoro más preciado, y por la cual sacrificará incluso
la vida de su primera mujer y uno de sus hijos. Personaje memorable, Bjartur
es duro como los oscuros y gélidos inviernos en la isla, y en contadas
ocasiones deja notar su humanidad, como por ejemplo en los pocos intentos
de comunicación con su familia más allá de las órdenes necesarias para
el trabajo en la tierra o con los animales. Aunque al cabo de los años
veremos que la niña de sus ojos, su única debilidad en secreto, será su
hijastra, la dulce y estrábica Ásta Sóllilja. Porque Bjartur cuida y protege
más a sus ovejas que a sus propios hijos; éstas son su modo de subsistencia,
su modo de afirmación como ser independiente. En este sentido, memorable
el pasaje en que, cual pastor bíblico, parte en busca de una oveja perdida
en lo más crudo del invierno islandés.
Bjartur es un hombre tallado para la resistencia y la dureza, un hombre
que compone poemas a la manera clásica, es decir, al estilo de las sagas,
despreciando la poesía moderna islandesa, en un país en el que componer
y recitar poesía es un hecho cotidiano y natural. Personaje fascinante
que nos habla de una tierra y de unas gentes que a lo largo de los siglos
han logrado sobrevivir e incluso edificar una rica cultura bajo unas condiciones
nada propicias.
Una obra impresionante, expresionista, rica en matices y en voces. Una
narración exuberante y salpicada de un fino humor irónico, una novela
que bebe directamente de la milenaria literatura islandesa y que al mismo
tiempo es escépticamente moderna. Un autor que exhibe su amor por una
naturaleza bucólica pero despiadada y por la gente de su país; la epopeya
de un hombre en lucha por su supervivencia como ser humano.
ESDRES JARUCHIK NAVEIRAS
Poesía
Del fondo
de la piel
Daniel Aguirre
Lumen
Madrid, 2004
80 págs., 12 €
Octavio Paz definió a José Gorostiza como
“un poeta que sabe callar y que sólo se expresa cuando, dentro de sí,
el poema ha madurado y está próximo a estallar”. Lo mismo podríamos decir
de Daniel Aguirre, quien, lejos de juntar apresuradamente un puñado de
ejercicios para impresionar a un jurado, ha labrado con paciencia esta
larga carta de despedida hasta que cada palabra encuentre su peso, su
posición justa. Si bien esta escritura jamás deja de hurgar en el dolor
que la ha originado, el tiempo la ha templado y le ha permitido suficientes
repliegues reflexivos, que felizmente esquivan el didactismo. Y le ha
regalado, también, un rico vocabulario para que florezcan imágenes de
rara potencia, cuya musicalidad acompaña una marcha en la que la tensión
poética y emotiva jamás decae.
Esta factura cuidada y sobria también se ejemplifica en la elección
de los epígrafes que, más que simples adornos colgados para prestigiar
un texto, son los ecos necesarios de un lector que no pretende renegar
de su tradición. Vale la pena destacar las referencias a autores ligados
a una búsqueda mística (Levinas, Valente, Zambrano) y, especialmente,
a poetas hispanoamericanos signados por el riesgo en sus aventuras (el
mismo Gorostiza, Villaurrutia, Orozco, Becciu). Creo que la influencia
de estos últimos es determinante a la hora de diferenciar la propuesta
de Aguirre respecto de algunas tendencias predominantes (la dogmática
fetichización de la experiencia banal, el intelectualismo gratuito e insulso)
en la tan ensimismada literatura española, pues ciertamente ha aprendido
de ellos a convertir al lenguaje en su principal objeto y herramienta
de indagación.
Es esta obsesión con el lenguaje la que evidencia que la escritura, más
que un consuelo, es sólo un modo de desnudarse (“ya son estas palabras
mi intemperie”), y asumir que la ausencia también carcome el cuerpo del
presente. Pero luego de palpar “la entraña del vacío”, se reconoce igualmente
que sólo esas palabras son capaces de retener al que parte, porque lo
poseían de antemano: “Te recordaba antes ya de verte huido”.
FELIPE CUSSEN
Ensayo
Dejad que
baile el forastero
Jaime Priede
Bartleby Editores, Madrid, 2004
173 págs, 11 €
Ni literatura, ni biografía ni ensayo. Pero sí esos
tres géneros entrelazados en una prosa que modela un libro a medio camino
entre la crítica y la narración. ¿La materia prima? Pequeños ensayos de
grandes nombres de la literatura del siglo xx: Albert Camus, W. G. Sebald,
Ernest Hemingway, Raymond Carver, Peter Handke, Cees Nooteboom, Imre Kertész,
Susan Sontag, Clarice Lispector, Paul Auster y John Hersey/Eliot Weinberger.
Once textos que ya han sido publicados de forma fragmentaria en revistas
literarias españolas (Letras libres, Quimera, Lateral, Cuadernos Hispanoamericanos).
Jaime Priede (Asturias, 1965), crítico literario,
escritor y profesor de literatura, ha logrado plasmar un equilibrado cóctel
de citas literarias, datos biográficos y opinión personal. Mixtura que
deviene en un interesante diálogo entre la escritura de los autores incluidos,
sus citas, la interpretación de Priede y todos los pasadizos, túneles
y compuertas que se urden entre esos distintos niveles, potenciando una
intertextualidad de remisiones que acaba por conformar un todo bastante
más intenso que la suma de sus partes.
La selección incluye “autores que intenten abrir
un umbral vacío hacia otro lugar, que trabajen con la mirada, es decir,
con el conocimiento de las cosas por medio de la distancia, de la perspectiva”.
La multiplicidad de voces que despliega cada texto
lo acerca a la ficción narrativa, creando un libro de libros, un collage
semántico que –Hemingway mediante– se transforma en un gran pez que es
metáfora de una vida, de una aldea, pero que también pinta un mundo que
existió dentro de éste que hoy nos pone en abismo frente a otros umbrales.
Un libro que pretende expresar una experiencia de
lectura (la de su autor) como ejercicio vital, interesante juego crítico
entre la intuición y la reflexión literaria y personal que, al mostrar
los fantasmas personales de estos autores, nos rebela indicios de los
nuestros. Luz vital que –espejada en los espíritus de estos autores– acaba
por arrancar destellos en los nuestros.
VÍCTOR CROCCIA
La novela
española del siglo XX
Manuel García Viñó
Endymion,
Madrid, 2004
225 págs., 12 €
Quienes hemos llegado tarde al debate, desconocemos
qué ocurrió primero: si la marginación o la polémica. Es decir, si al
escritor Manuel García Viñó nunca se le ha prestó mucha atención por la
radicalidad de sus planteamientos o si se volvió un protestón cuando el
sistema ninguneó sus novelas y criterios. Ahora da igual desenterrar injusticias
pretéritas, porque ni con una legión de Garcías Viñó se podría desbrozar
toda la maleza que impide la germinación de algún oasis en el bosque de
nuestras letras. Pero buena parte del stablishment literario opina que
García Viñó se ha ganado de sobra su apartamiento porque sus méritos editoriales
–el panfleto La fiera literaria, defendido por figuras como Goytisolo
y distribuido por suscripción– rayan en la delincuencia intelectual.
Y ahí radica precisamente la clave del asunto: en
que la naturaleza de su libelo, que él utiliza como estilete de su aguda
crítica literaria, es esgrimida en los cenáculos como una prueba de que
a García Viñó, más que una intención depurativa de nuestras paupérrimas
letras, le guía el resentimiento. Claro, si hacemos caso a esto, se nos
escatima la labor de este gran especialista de la novela, nos perdemos
sus lúcidos planteamientos y nos quedamos sin la visión de una de las
pocas personas de este país que posee una teoría de la novela. Algún día
habrá que reconocer que, de buenas a primeras, escuece que este tipo siempre
a contracorriente de lugares comunes y eslogánes publicitarios, ande por
ahí diciendo que la novela no sólo no ha fallecido sino que se encuentra
en estado embrionario. O que, por ejemplo, a Cien años de Soledad no se
le puede definir como novela sino como “construcción novelesca”, por estar
redactada sin monólogos internos. Sin embargo, cuando el lector se acerca
a sus textos críticos –olvidemos las difamaciones de La Fiera–, esos que
se publican –¿cofinanciados por el autor?– en pequeñas editoriales, comprueba
que sus presupuestos cuadran y que a su teoría, aunque en ocasiones peca
de dogmática, la sostiene ejemplar una coherencia interna.
La novela española del siglo xx no aporta demasiadas novedades respecto
a sus anteriores libros y artículos, sí acaso el afán cronológico y exhaustivo
con que García Viñó discrimina a unos autores y reivindica a otros. Es
un recorrido crítico por el siglo pasado, cuya repercusión –hasta que
el tipo le suelte un nuevo galletón a Molina Foix en un plató de televisión–
seguirá resultando mínima. Pero...
ROBERTO VALENCIA
L’espai clos
Fòrum 2004: notes d’una travessia pel
no-res
Gerard Horta
Edicions de 1984,
Barcelona, 2004
El título del
libro, L’espai clos, remite a la gran cantidad de ironías con las que
el Fòrum de Barcelona nos ha deleitado a lo largo de sus meses de funcionamiento.
Els guerrers de Xi’an como el gran triunfo de un espacio diseñado para
la paz, el olvido de todos aquellos que murieron fusilados en el Camp
de la Bota, la relación del Fòrum con el barrio de la Mina, las condiciones
salariales de los trabajadores del Fòrum, etc. Aunque no se basa en ellas.
El etnógrafo simplemente las apunta para dirigir su atención a algo más
sencillo y con menos pretensiones: la cotidianidad del día a día en los
espacios exteriores del Fòrum.
No es pues un ensayo crítico sobre el Fòrum, sino una etnografía planteada
en términos clásicos. Horta intenta, a través de su observación participante
en el campo, reflejar retazos de historias, instantes captados en marcha,
que de otro modo habrían quedado en el olvido. En este sentido, la referencia
al no-res del título se relaciona con el uso de los espacios del Fòrum
y con sus tran-seúntes, que como los de cualquier espacio público, “podían
llegar a ser potencialmente cualquier cosa”.
Siguiendo los pasos de Goffman, de Joseph, de los Lofland, de Augoyard
y de otros autores interesados en el funcionamiento de los espacios urbanos,
Horta observa como etnógrafo y participa como usuario de las diversas
respuestas que los visitantes y trabajadores del Fòrum inventan sobre
la marcha. Se podría decir que el etnógrafo se interesa por los aspectos
más sensibles del espacio y por las relaciones que sus practicantes establecen
con ellos. El Fòrum que aquí leemos es el que se escucha a través de los
altavoces y de las conversaciones entrecortadas, captadas al azar o establecidas
deliberadamente; el que se mira a ras de suelo, lejos de las cámaras de
televisión, al lado de sus protagonistas (payasos-bomberos, trabajadores
naranjas, jubilados, niños de “esplais”, turistas despistados), en un
inmenso espacio de cemento, poblado por personajes característicos que
cada día cambian de cara; el que se huele al lado de la depuradora y el
mar. Es el Fòrum que se va construyendo a través de los itinerarios de
los trenes y de las personas, de las charangas y de las regularidades
que se proponen de forma pragmática, muchas veces lejanas a aquellas que
se habían pensado sobre los planos. Es un viaje al Fòrum más cotidiano,
al que pasó más desapercibido y que nos dejó toda clase de ironías complejas,
con las que cada lector puede reflexionar a sus anchas.
ANNA JUAN CANTAVELLA
El observatorio
editorial
Jorge Herralde
Adriana Hidalgo,
Argentina, 2004
218 págs., 7,68 e
Con
prólogo de Rodrigo Fresán, El observatorio editorial es la tercera obra
de Jorge Herralde como autor. Luego de Opiniones mohicanas y Flashes sobre
escritores (El Acantilado, 2001), el mítico fundador de Anagrama recoge
en este volumen sus experiencias como editor, publicadas por el sello
argentino Adriana Hidalgo.
El libro está compuesto por piezas breves, lúcidas miradas producto de
décadas de construcción de este observatorio catalán que, sin duda, es
uno de los puntos de observación con mejor visibilidad del planeta editorial,
desde la talla del fundador de la editorial independiente más emblemática
de la edición hispanoamericana actual, con un catálogo plagado de jóvenes
talentos desconocidos de ayer que el ojo herraldiano detectó antes que
sus colegas y ayudó a convertir en buena parte de la vanguardia literaria
de hoy.
Entre los textos aquí reunidos se encuentra una entrevista con este hombre
–apreciado por escritores (publiquen o no en su editorial) y admirado/envidiado
por sus pares– en la que repasa los 35 flamantes años de Anagrama. Años
de experiencia y experiencias con autores y editores queridos y admirados
de Anagrama, perfiles de Vladimir Nabokov, Roberto Bolaño, Albert Cohen,
Claudio Magris, Javier Pradera, Raymond Carver, Pierre Bordieu, Paco Porrúa,
Kapuscinski, Escohotado, Copi, Bukowski y los argentinos Alan Pauls y
Ricardo Piglia.
Se
incluye un texto en el que relata los inicios de la colección Panorama
de Narrativas y una imperdible instantánea en la que cuenta como ve la
edición hoy y como vislumbra el tablero editorial del futuro.
El apartado “Un día en la vida de un editor” es tan breve como sustancioso.
Describe cómo es un día en su vida, muestra cabal de que timonear embarcación
propia en los océanos literarios sin caer en las redes del marketing,
ser atrapado por los tentáculos de los pulpos de la edición, hundido por
los transatlánticos multinacionales (de cada vez menos banderas) o devorado
por la tentación de convertirse en un buque factoría de libros no es casualidad
sino fruto de décadas de pasión, dedicación full time, coherencia y una
intransferible amalgama de saberes y olfatos que forman parte de la “Herráldica”,
ciencia de la edición fundada en la Ciudad Condal en 1969.
JULIÁN CHAPPA
Las palabras
sin las cosas.
El poder de la publicidad
Pablo Nacah
Lengua de Trapo,
Madrid, 2004
173 págs., 15 e
La publicidad es, actualmente, un elemento cotidiano e inevitable
de nuestras vidas. ¿Puede calcular usted cuántos anuncios se sabe de memoria,
cuántos productos puede identificar con apenas ver un instante de un anuncio
televisivo? Pero no sólo eso. La publicidad es, hoy, un elemento constitutivo
de nuestro modo de vida, de nuestras sociedades, de esa sociedad del espectáculo
que vaticinó Debord, de ese reality show universal en que ha devenido
nuestro mundo. Su historia es ya larga, como nos recuerda el filósofo
y sociólogo Pablo Nacah en este sugerente Las palabras sin las cosas,
referencia clara al Foucault de Las palabras y las cosas, aunque sus efectos
se han intensificado de tal forma a partir de la Segunda Guerra Mundial
que se ha producido un auténtico cambio cualitativo: ahora la publicidad
manipula –esto es: lleva de la mano– nuestra relación con el entorno.
Con las cosas, sí, pero también con las personas y con nosotros mismos.
La publicidad nos marca, nos identifica, nos aconseja, nos estimula, nos
hace pensar, nos ilustra sobre lo que no tenemos pero deberíamos tener,
sobre lo que nos falta, lo que nos sobra, lo que necesitamos y lo que
nos gustaría. La publicidad es el azogue fantástico que refleja nuestra
imagen delirante. Los anuncios nos forman, nos informan y nos deforman.
Nos hacen sentir únicos, diferentes, mujeres, hombres, miembros de un
grupo especial, solidarios o intrépidos: peleles. Del capitalismo de producción
al capitalismo de consumo, la publicidad ha ganado la partida. Los productos
ya no importan; las necesidades se crean, los gustos se educan: el dinero
es lo que cuenta. El arte, la cultura, el deporte, ya tienen un buen patrocinador.
Cualquier marca puede ser un magnífico candidato para liderar un gozoso
estilo de vida. Sin clases sociales que nos anclen en una realidad estática,
aburrida, tortuosa, la publicidad es una tabla que nos permite deslizarnos
sobre la vacuidad y la frustración como sobre las crestas de las olas:
¡atravesando el viento! Jesús Ibáñez, Naomi Klein, Baudrillard han hablado
de todo esto con acierto. A ellos se suma ahora el argentino Nacah. Para
no dejarnos olvidar que detrás del decorado, tras las candilejas, está
lo obsceno, lo real (lo idiota, lo llamaría Rosset). Y más vale no perderlo
de vista.
ANTONIO GARCÍA VILA
Leña al
fuego
José Luis García Martín
DVD Ediciones
Barcelona, 2004
246 págs., 14 €
Ocho
son ya con Leña al fuego los volúmenes que forman los dietarios de José
Luis García Martín. Dietarios iniciados hace 15 años con aquel Días de
1989 (Llibros del pexe, 1999) y que en palabras del propio autor le han
servido para elaborar un profuso catálogo de ex amigos. Y es que conocidos
son los punzones dialécticos con los que el autor aguijonea aquellas obras
que no son de su agrado. Conocidas, también, sus viperinas opiniones sobre
todos esos elementos superfluos que al tiempo que nutren egolatrías rigen
los vaivenes de las ferias de vanidades literarias.
Pues con Leña al fuego, título que podría inducir
en este libro a pensar en él como inicio de un camino programático, García
Martín modera el picotazo venenoso de sus palabras advirtiendo al inicio
del libro que “defraudados saldrán los lectores que se acerquen a sus
páginas atraídos por mi mala fama”; aun así, García Martín no puede deshacerse
de su tendencia al tono desdeñoso y a una ridiculización que en ocasiones
convierte la crítica en un somero ejercicio de vilipendio. Confiesa el
autor, nada más empezar el libro, “que de los diarios íntimos lo que menos
me interesa es lo que tienen de íntimo”, paradoja de un género que acaba
por exponer aquello que se escribió desde y para la soledad, presentándonos
Leña al fuego ante todo “como un índice de lecturas casuales, de ciudades,
de obsesiones e insomnios”, y eso como si no fuera la elección de unas
lecturas y no otras, la vuelta a unas ciudades y no a otras, una proyección
de lo más íntimo. Como si no fueran, en definitiva, estas elecciones y
no otras las que otorgaran a Leña al fuego, como a cualquier otro dietario,
la condición de íntimo, pese al poco interés y al deseo de escapar de
lo íntimo en que el autor parece empeñado.
Leña al fuego constituye un recorrido vital
que rescata a fogonazos el recuerdo de una serie de experiencias
hurtadas al tiempo. Un catálogo de lecturas, autores y viajes. Páginas
donde fluyen gustos y pasiones ya conocidas: Cernuda, Pessoa, Venecia,
Perugia, Coimbra. Muestrario de opiniones y valoraciones sobre los hechos
que maniatan al escritor a su tiempo, pero también nueva compilación de
animadversiones y fobias. Experiencias que en algunas ocasiones no logran
trascender la anécdota personal y que en otras, como en la narración de
su paso por las cárceles franquistas, como fruto de una kafkiana equivocación
o en la del viaje a una Jerusalén partida por odios ancestrales, son dimensionadas
para ofrecernos un potente testimonio personal de un tiempo adverso.
ÓSCAR CARREÑO
Anónimo.
Imágenes enigmáticas de fotógrados desconocidos
Robert Flynn Johnson
Electra,
Barcelona 2004
208 págs., 30 €
Al contemplar las fotografías de el Eugene Smith de Nimimata o el
García Alix de la movida, advertimos que cada imagen colabora
en la creación de un sentido y que existe un proyecto, sólo en una pequeña
parte inconsciente, que mueve al fotógrafo. Nos gusta un fotógrafo (y
no dudamos además en calificarlo de autor) porque resuelve por nosotros
una exploración de la realidad de una manera que parece cercar el misterio
del asunto en cuestión. Hay algo catártico en el dar a ver de los fotógrafos-autores,
pero también hay que decir que no escapan de unos códigos de inteligibilidad
y puede suceder, como la foto del beso de Doisneau o la del hombre que
salta de Cartier-Bresson, que terminen convirtiéndose en un icono tan
saturado que su potencial de decir se agota. Algo muy diferente ocurre
con las fotografías sin firma. Parecen obra exclusiva de la conjunción
de tres factores: el azar, la realidad y el tiempo. Incluso cuando tratan
de temas familiares, el carácter amateur del fotógrafo parece dejar que
la imagen se imponga con su fuerza expresiva por encima de la habilidad
técnica y queda entonces un aura que sugiere aspectos oníricos, inconscientes,
puramente simbólicos por encima de cualquier intencionalidad descriptiva
o persuasiva.
Ese tipo de fotos, que se reúnen en el libro Anónimo. Imágenes enigmáticas
de fotógrafos desconocidos, contienen una intriga pero revelan la intimidad
de las personas sin la mediación de un ojo extraño. Incluso cuando se
trata de un paisaje con un grupo de ciervos recortados contra la neblina,
estamos más cerca de la reflexión que hizo quien disparó que del documental
de viajes. Las prostitutas japonesas con kimonos en una cárcel suscitan
más preguntas de las que aclararía un pie de foto. Al comprender la fascinación
que ejercen ciertas imágenes, y cómo desatan una necesidad de relatarnos
lo que vemos, entendemos a Walker Evans cuando dice que “la buena fotografía
es y debe ser literatura”. Robert Flynn Johnson ha reunido una colección
que ningún fotógrafo profesional haría porque aquí el aparato fotográfico
y la técnica se supeditan a una apropiación del instante.
MARÍA JOSÉ FURIÓ
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