nº 133
ener0 2006
 
 
Debates
 

Amos Oz
Una vida de ficción

Esther BartolomÉ-Pons

Finalista en el II Premio Lateral de Narrativa y galardonada con el Premio Goethe 2005, Amos Oz teje en esta historia de claroscuros un relato biográfico novelado que es también un fragmento de la Historia.


No cabe duda de que el israelí Amos Oz es uno de los escritores occidentales más importantes y trascendentes de la actualidad. Su vida entera han sido siempre los libros; no sólo la lectura y la escritura como afición, primero, y vocación después, sino como destino inexorable al que no podía escapar (y lo intentó: por eso huyó al kibutz Hulda cuando tenía casi quince años, dos y medio después de la muerte de su madre). En esto, como en otras cosas, guarda sorprendente paralelo con el peruano-español Mario Vargas Llosa, otro narrador nato y prolífico, siempre tentados ambos por la política, a la que han dedicado varios ensayos y análisis. Por eso, por su actividad a favor de la paz y de la búsqueda de una solución pactada al conflicto palestino-israelí, Amos Oz fue galardonado el año pasado con el Premio Internacional Catalunya en su XVI edición. Galardón al que se ha unido, a modo de reconocimiento unísono a su faceta literaria, el Premio Goethe de 2005, concedido en Alemania al mejor libro publicado internacionalmente y que esta vez recae en la autobiografía novelada de Oz: Una historia de amor y oscuridad, concluida a finales de 2001 y publicada en España en 2004 por Siruela, con traducción directa del hebreo de Raquel García Lozano, buena conocedora del estilo literario de Amos Oz y de su riquísimo (y nada fácil) bagaje lingüístico, que atina a plasmar en castellano con sensibilidad e inteligencia.

T ras leer Una historia de amor y oscuridad se entiende, sobre todo, por qué Amos Oz ha hecho del acto de escribir mucho más que una forma de vida: la escritura literaria, especialmente la novela, está en la misma esencia de Oz, es parte de su naturaleza y de su personalidad. Pero en esta “novela” hay otras cosas importantes acerca del pasado europeo (en Lituania, Odesa, Rovno, Ucrania, Praga) de sus ancestros más próximos, abuelos y padres, y su mayor o menor vinculación actual (años 40 y 50 del siglo XX), que el sabra Amos Oz siente de otra manera, con Eretz Israel.

En primer lugar, aunque los temas sean básicamente biográficos, la estructura y el estilo son puramente novelescos. La obra se centra en la extensa narración de los acontecimientos más significativos e impactantes que han tenido lugar en la vida del niño Amos y del adolescente que fue: desde sus primeros recuerdos infantiles, muy tempranos, en la casa semi-subterránea de Jerusalén donde nació y vivió con sus padres, Arie y Fania, hasta el suicidio de Fania a los treinta y ocho años de edad. Este es el marco estructural narrativo en cuyo interior se amontonan a manera de cuadros llenos de lirismo largas y continuas enumeraciones, repeticiones de términos o sintagmas (muy sugerente el leitmotiv del canto del pájaro Elisa como broche final que cierra la historia llamando a la madre muerta), juegos de palabras en la lengua hebrea, reiteración de hechos, frases, explicaciones, descripciones y otros motivos obsesivos...; recuerdos de conversaciones y personajes, sentimientos, experiencias, miedos y vacíos...; la Guerra de la Independencia y la lucha por la vida. Son episodios memorialescos más o menos breves, hábilmente presentados como escritos con independencia del conjunto, superpuestos como flash-back retroactivos o anticipatorios en medio del devenir cronológico del relato. La narración fluye hacia adelante y hacia atrás sin orden aparente, ensartada por fogonazos de recuerdos y anticipaciones, pero siempre bien ensamblada, voluntariamente enmarcada por dos hechos clave: la casa de los padres en Jerusalén, donde Amos nació y conoció el mundo intelectual de los judíos europeos exiliados (presididos por su tío abuelo paterno, el erudito profesor Yosef Klausner, de “renombre internacional”), y la muerte de la madre de Amos, largamente anticipada poco a poco, cuyas circunstancias reales sólo conocemos en los dos últimos capítulos, y cuyo duelo familiar constituye una de las grandes obsesiones personales del joven protagonista.

También se narran acontecimientos posteriores: la estancia del narrador en el kibutz Hulda, que fue su segundo hogar durante más de treinta años, y donde conoció a su mujer, Nilli. También fue en los tiempos del kibutz cuando empezó a escribir y, a raíz de un artículo rebatiendo otro de David Ben Gurión, mantuvo con el líder político una larga conversación que permite a Amos Oz caracterizar muy atinadamente al entonces primer ministro. También leyó muchísimo: al siempre admirado Chéjov (a quien hizo suyo, como antes hiciera su madre, Fania) a Stefan Zweig, sin olvidar a Kafka, entre otros muchos. El autor de Una historia de amor y oscuridad siempre tuvo una gran capacidad lectora. Desde muy joven puede leer un libro entero cada noche. Es providente su extraordinaria memoria, que le permitía de niño aprender todos los poemas de un libro, memoria inteligentemente ayudada en el caso de la redacción de la obra aquí comentada por los datos y esquemas previamente anotados en fichas (costumbre heredada de su eruditísimo padre, lingüista dominador de once idiomas aunque podía leer en diecisiete, mientras que su madre hablaba cinco lenguas y leía en ocho) con los que ha ido escribiendo esta autobiografía novelesca (no una "confesión", tal cual explica el mismo Oz, inmiscuyéndose en el relato como autor que reflexiona omniscientemente).

Otra nota sobresaliente es la abundancia de personajes históricos vinculados familiarmente. Además del ya citado Ben Gurión y del tío Yosef Klausner (conocido autor de Jesús de Nazaret, De Jesús a Pablo, Historia de la literatura hebrea, etc.), están el legendario comandante de la resistencia israelí Menahem Begin, el narrador Agnón, los poetas Saúl Tchernijovsky y J.N. Bialik, la poetisa Zelda (a la que su pequeño y enamorado alumno Amos, de unos siete años, llamaba “Maestrazelda”), y más. Otra, las experiencias sociales, políticas y sentimentales del joven y solitario Amos. Y otra, su estrecha y perenne vinculación con los libros, íntimamente ligados a momentos cumbre de la existencia de Amos Oz.

En su, por el momento, última y más compleja novela, basada en una biografía familiar muy íntima y en un contexto histórico-político desnudado de excesivos ditirambos, el escritor jerosolimitano bascula entre el oscuro miedo al silencio que demostraba su inteligente padre y el rico acervo interior enmudecido que se escondía tras el falso vacío del alma de su madre. Aunque durante el duelo de Fania una psicóloga amiga de ella trata de liberar al pequeño huérfano de los fantasmas que el miedo y el vacío de sus progenitores ciernen sobre él, el niño Amos sale huyendo y, tras un primer momento de inmersión total en el nuevo mundo del kibutz como negación de la vida vivida hasta entonces, encuentra el mejor remedio: busca refugio frente a los fantasmas en las palabras, escribiendo sobre sus propios fantasmas, exorcizándolos mediante el oficio (y el vicio) de escribir.

ESTHER BARTOLOMÉ-PONS (Barcelona) es escritora y licenciada en Psicología y en Filología Hispánica.

     
   
 
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