Samba pa’ ti
HÉctor Febles
Cuentan que la anchura del buen humor del Brasil está ligada al paisaje mestizo de su colectivo natural, y que el fútbol (o futebol) es el arte por antonomasia de este continente magnético en tantos órdenes del sentir y del saber; un arte al que sus nativos llaman, mitad con reverencia, mitad con ironía, “el viejo deporte inglés”.
Cuentan que o futebol llegó al Brasil a fines del siglo XIX, al puerto de Santos, del pie de un británico que traía en su equipaje dos pelotas y una bomba de aire. Y que en sus inicios era un arte de blancos pudientes –las clases desfavorecidas estaban apartadas de los clubes–, lo cual no impidió que hasta los más pobres jugaran a futebol todo el rato, bastándoles lo mínimo de lo mínimo: una parcela cualquiera de tierra y un improvisado
esférico de papel. Y que su popularización apenas se hizo esperar: en 1910 cinco obreros fundaron el Corinthians, club que tiene un adicto seguidor en el presidente Lula da Silva. Y cuentan que esta confusión de clases en la cancha le dio calor (y color) a un cruce único entre Europa y África, haciendo que el Brasil supiera pronto que o futebol era un sucedáneo teatral en miniatura de la convivencia humana, cuyo eje de fantasías tragicómicas no se apoyaba en la cabeza, ni en el pecho, ni en los pies, sino en la cintura: un arte que a todas luces se planifica en los extremos de las caderas y termina enredándose en las extremidades inferiores.
(Hacia los años treinta, tras la profesionalización de este arte-metáfora-del-mundo, el pensamiento antropológico de Gilberto Freyre, semejante al de algunos colegas suyos en el Caribe insular, concluyó que los cruces étnicos representaban el cimiento de la cultura –de todo lo que se cultiva– en el Brasil. O traducido entre susurros: somos lo que somos gracias al gustoso juego de cinturas ajenas que se enfrentan, a una moral de engaños y aciertos al aire libre (de regates y toqueteos de pelotas que no por repetidos resultan menos sabrosos), a la existencia terrenal asimilada como el fértil vaivén de cinturas que se escapan y regresan.)
Y desde entonces cuentan que o futebol domina el centro sísmico de su vida
psíquica, el risueño movimiento de su anatomía corpuscular.
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