Narrativa Hispánica
EL DISPARO DE ARGÓN
Juan Villoro
Anagrama
Barcelona, 2005
262 págs., 16 €
Como ocurrió en su momento con Ricardo Piglia, la recepción de Juan Villoro en España va a ser diferida. Este hecho crea una tensión entre el momento de producción del texto y el de su lectura actual; en el caso que nos ocupa, entre 1991 y 2005. Pero no se trata sólo de un texto, obviamente también hay un escritor que quince años atrás publicaba esta, su primera novela, y que ahora ya ha dado a conocer, también en Anagrama, la colección de ensayos periodísticos Efectos personales (2001) y, sobre todo, El testigo (2004), una novela muy ambiciosa que ahora, en el extraño orden de lectura del que hablo, se nos aparece como parte de un camino que se iniciaba mucho tiempo atrás. La misma ciudad: el D.F. El mismo tipo de narrador, más espectador que actor, de la trama que se despliega ante él. El mismo motor, cercano al thriller.
En cualquier caso, El disparo de argón ha sido corregido para esta relectura. Básicamente: espurgado. Los párrafos suprimidos remitían sobre todo a aspectos superficiales de la historia o a muestras de ingenio por parte del novelista debutante. Queda así mucho mejor dibujada una arquitectura en que la búsqueda del fundador de una clínica oftalmológica y el tráfico de órganos vehiculan una reflexión sobre la enfermedad del individuo y del colectivo, sobre el caos urbano y el orden que un maestro quiere legar a sus discípulos.
Creo que el hecho de que el narrador sea médico y precisamente oftalmólogo supuso una apuesta. En mirada, pocos intelectuales hispánicos pueden competir con Villoro. También hay simbolismo en el título: el primer disparo, la búsqueda de la diana, la voluntad de demostrar que las esperanzas depositadas en él (el alumno aventajado de Monterroso, el autor de cuentos notables) no iban a ser defraudadas. En ese sentido también es interesante el título de su última novela. Mirada y testimonio, inseparables.
La edición diferida y la reedición son problemáticas, pero también pueden resultar fértiles. En esta nueva lectura de la novela he visto una posible relación con El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina, cuatro años anterior. Algo similar me ha ocurrido con La saga de los Marx (1993), de Goytisolo, que en su nueva edición de El Aleph he visto secretamente vinculada a Jardines de Kensington (2003), de Fresán. Por otro lado, El último lector (2005), de Piglia –a quien siempre he leído con sumo interés–, me ha parecido un libro fallido. Todas las lecturas, al cabo, son diferidas: en esas diferencias cada cual cartografía su mirada textual.
Jorge Carrión
VIDAS DE SANTOS
Rodrigo Fresán
Mondadori
Barcelona, 2005
288 págs., 16 €
Pierre Menard re-escribiendo su quijote. La primera versión de Vidas de santos apareció en Buenos Aires en 1993. Esta nueva edición es –y no es– la misma novela: Rodrigo Fresán tiene la costumbre de involucrarse en cada reedición de sus libros modificando frases, agregando nuevos capítulos y recontextualizando sus historias. En este advenimiento, Vidas de santos es mejor novela que en su primera encarnación: el tiempo, las nuevas guerras religiosas y la publicación obsesiva de códigos da Vinci y otros enigmas bíblicos han ayudado bastante.
Relatos de la muerte de Dios. Vidas de santos es una novela sobre la dilución homeopática de la fe religiosa en un mundo en el que todos los dioses simulan haber muerto. Por eso es un texto de un entramado laberíntico que puede leerse como una novela o como una sucesión de relatos independientes, enlazados entre sí por un tono único, voluntariamente bíblico y forzosamente ecléctico. Así habla Fresán: “Dios no existe, pero es un gran personaje”. Y nos cuenta que escribe sus capítulos en paralelo, buscando saltos y conexiones entre personajes e historias, conexiones semi-escondidas en el fondo de la trama, que aparecen (y viene muy a cuento) bajo la forma de un deus ex machina.
Cuando lo santos vienen… Los santos de Fresán no existen en ninguna hagiografía: no se han elevado a la altura del Señor ni han perpetrado los tres milagros comprobables que se exigen para formar parte de la elite celestial. J. Robert Oppenheimer, Glenn Gould, el ángel caído Sebastián Coriolis, la eterna fugitiva Selene, el trasunto de Seymour Glass, que aquí llaman “el aprendiz de brujo”, Alejo, El Freako, Andy Warhol y el Cazador de Santos son personajes turbados, secuestrados por sus propias obsesiones, miserias y glorias, perseguidos –y alcanzados– por la intervención divina. En ellos está cifrado el destino del mundo, debido a su propia insignificancia en el concierto universal. Recuerdo ahora una frase de León Bloy: “Si del reinado (de un Zar) resultan catástrofes inmensas, ¿quién sabe si el sirviente encargado de lustrarle las botas no es el verdadero y solo culpable?... ¿Quién es de veras Zar, quién es rey, quién puede jactarse de ser un mero sirviente?”.
Ningún hombre sabe quién es. Vidas de santos, a diferencia de los thrillers bíblicos que inundan las librerías en estos días, no quiere rescribir la Historia. Ha sido la Historia quién la ha rescrito. Es un texto sobre la Verdad que no pretende dar ninguna respuesta concluyente, quizá porque, como sabemos, hay ciertas preguntas que se formulan para no ser contestadas.
Facundo Piperno
EL OFICIO DE SOBREVIVIR
Marcelo Damiani
Adriana Hidalgo
Buenos Aires, 2005
170 págs.
El amor incondicional que los argentinos profesan a los laberintos, a ser posible aquellos que garanticen una prolongada estadía en sus pasillos sin hallar salida, no se debe sólo a Borges (que en todo caso fue el primero en oficializar esta afición) sino especialmente al gusto por el artificio oratorio de la discusión interminable sobre cualquier cosa o la elección del camino más tortuoso y complicado para llegar a un lugar. Marcelo Damiani (Argentina, 1969), fiel a su laberíntica nacionalidad, construye de forma impecable tramas poliédricas, habilidad que ya demostró en El sentido de la vida y que repite con igual éxito en su última novela El oficio de sobrevivir.
El epígrafe de Stanislaw Lem que encabeza la novela dice “En la lotería de la existencia los números perdedores son invisibles”. Los personajes de El oficio... son manejados por una suerte de lotería (cuyo funcionamiento es muy parecido al del Destino) que cercena cualquier posibilidad de elección y los arroja a la vida como actores aplicados que recitan un papel. “La Isla”, donde Damiani sitúa también la acción de sus dos últimas novelas, es un lugar claustrofóbico y endogámico desde el que podemos trazar un paralelo con la obra literaria. Hacia el final de la novela, aparece referido un film, Doce Monos. Igual que en la película de Terry Gilliam, los planos de realidad e irrealidad (o ficción) resultan imposibles de definir. Los personajes ignoran si su existencia es real o son soñados o escritos en otra parte por alguien más (quizá sospechan que por el mismo Damiani). Se miran de forma recurrente en el espejo pero no se reconocen, como si verdaderamente su apariencia fuera una imposición arbitraria y no deseada. Además, las historias se entrecruzan y cada uno (la esposa del escritor, infiel y traidora, la amante joven y desquiciada, el crítico envidioso, etc.) tiene su versión, lo que desemboca en un rompecabezas argumental donde todo se está escribiendo y nada está terminado.
La novela se asemeja a la estructura de un palimpsesto donde se superponen múltiples escrituras en cuyos cortes transversales alguien trata de escudriñar una voz original. La lectura de El oficio... ofrece una imagen angustiante y crepuscular de la imposibilidad de la experiencia del existir, pero sin el vocerío existencialista que suele acompañar planteamientos de este tipo. Damiani es buen conocedor del complejo funcionamiento de los laberintos narratológicos, por lo que distribuye la trama entre sus recodos y bifurcaciones sin perder el control, sembrándola con los enigmas y las pulsiones del policial, hasta hallar un centro donde las ramificaciones de la historia terminan encontrándose con una mágica naturalidad.
Ariadna Castellarnau
MAS HUMANAS
Carmen Velasco
e.d.a. libros
Málaga, 2005
180 págs., 13 €
Todos los protagonistas de las historias aquí recogidas son mujeres. Lo cual podría resultar un dato anecdótico. Pero si tenemos en cuenta que la autora es investigadora en el campo de los estudios literarios de la mujer, el dato resulta más significativo. Ya el título sugiere, en primer lugar, el interés por situaciones en las que están en juego la frontera entre la humanidad y la animalidad o la monstruosidad (básicamente sexuales: “Una visita familiar”, “El rapto de Lucrecia”; en algunos momentos, podría recordar lejanamente a Anaïs Nin), o la mecanicidad y barbarie fruto de la degradación de la inteligencia (“Más humana”). Pero también sugiere un punto de partida muy claro –quizá, también de llegada–, que incorpora indefectiblemente una “a”.
Dicho recorrido se estructura en dos grandes bloques. El primero está conformado por seis relatos breves. Esta colección de narraciones consigue asombrar y turbar en ocasiones, como en “Luz interior-día” y, muy especialmente, en el relato de la obsesión del misterioso P por las plantas…
Pero sin ningún tipo de duda la pieza de mayor interés es la que lleva por título “Spiroot”, que constituye por sí misma la segunda mitad del volumen. Historia de ciencia-ficción protagonizada por un hermafrodita extraordinario, fruto de la unión de la SX Ara con el macho primigenio K, el texto aprovecha las posibilidades que ofrece la especulación sobre un futuro incierto para reflexionar a través de la fabulación, como hicieran ya de forma clásica Bradbury, Huxley, Arthur C. Clarke, Asimov y tantos otros, pero a través de una forma más contemporánea, de una mirada más fragmentada… En resumen, con un enfoque y una idiosincrasia en cierto modo parecidos a los desplegados, por ejemplo, por Juan Abreu en Orlán Veinticinco (Mondadori, 2003), aunque apartándose del seguimiento de una línea estructural clara y de una trama netamente precisada en favor de torrentes de imágenes rebuscadas y barrocas.
A partir de un lenguaje pretendidamente técnico y plagado de referencias a realidades inconexas e incluso contradictorias, Velasco baraja todos los elementos claves del género y los lleva a extremos inusitados para exponer una particular visión sobre el futuro de la relación entre los géneros, entre lo masculino y lo femenino, combinando y fusionando lo orgánico, lo sexual, con lo tecnológico y la voluntad de poder… En definitiva, un conjunto extraño y sorprendente, irregular en ocasiones, pero siempre de agradecer por su singularidad en nuestro panorama literario.
Sergio Colina Martín
ESTE RESTO DE LLANTO QUE ME QUEDA
Alfredo Armas Alfonzo
Thule
Barcelona, 2005
128 págs., 12 €
Alfredo Armas Alfonzo no es solamente uno de los más importantes nombres de la literatura Venezolana –casi descocido para nosotros en esa ingratitud que las fronteras muchas veces deparan–, también es miembro de una elite de escritores para los cuales la literatura está compuesta en los mismos términos de memoria y de vida. Alfredo Armas Alfonzo, como los mejores y más desconocidos escritores latinoamericanos, escribe al margen de cualquier estilo o tendencia, y las similitudes que se puede encontrar con autores como el mexicano Juan Rulfo (con quien el destino ha sido más benévolo) o el boliviano Jesús Urzagasti, están dadas por coincidencias de espíritu o sintonías, más que por escuelas y tendencias. Alfredo Armas pertenece a este tipo de escritores que han nacido en el periodismo lento y se han formado en una Latinoamérica rica de experiencias y cotidianidades. Escribiendo como una forma de protección del mundo, encuentran sus temas en su propia historia convirtiendo los paisajes de su memoria en el universo donde se mueven tanto él como sus personajes o los recuerdos de aquellos que fueron. Este resto de llanto que me queda, está compuesto por breves relatos que a pesar de su brevedad e independencia se engranan en una obra mayor a la suma de sus partes.
Temas recurrentes, así como ambientes y hechos puntuales, demuestran lo vívida e importante que es la memoria para este escritor: “[...] formas que imitan las partes femeninas, la recurrencia a las canciones de Carlos Gardel, la mujer real del prostíbulo; la figura grotesca del maestro Lorenzoa, sus castigos inclementes y el niño que huye para deslumbrarse con la imagen del caballo (Orinoco) y de la muchacha”. Son estas breves acuarelas barrocas las que nos sirven aquí como un acercamiento, una visión entre velos de la obra de este autor.
Alfredo Armas emplea para esta metódica construcción de su memoria un coro de voces y sensaciones cercanas a la tradición oral de alargadas tardes a la intemperie. Lo mismo podía ser el Bajo Unare venezolano, la pampa argentina o el chaco boliviano el escenario de los textos; y su familia ricas en historias, Lucía Rojas la mamachía, Ricardo Alfonzo, su abuelo, Mercendez Alfonzo su madre, intercambiables con las de otros escritores latinoamericanos. El tono melancólico de remembranza construye los escenarios que son uno sólo para todos los cuentos de este autor.
Miguel Esquirol
Narrativa Extranjera
NADAN DOS CHICOS
Jamie O’Neill
Trad. de Antonio Rivero
Pre-Textos
Valencia, 2005
785 págs., 38 €
En 1939, saludando la aparición de la novela de Flann O’Brien At-swim-two-birds, Borges escribe: “La influencia magistral de Joyce es innegable, pero no abrumadora en este libro múltiple”. Tomo prestado este comentario para presentar la deslumbrante Nadan dos chicos (At Swim, Two Boys, 2001) por un doble motivo: por el evidente homenaje a O’Brien del título, y porque el dublinés Jamie O’Neill (1962) vuelve a poner de manifiesto lo complicado que resulta para cualquier escritor irlandés sustraerse al influjo del autor de Ulises.
La acción se sitúa en la bahía de Dublín durante el alzamiento nacionalista irlandés de los años 1915 y 1916. Y la trama principal narra la historia de amor homosexual entre Jim Mack y Doyler Doyle –los dos chicos que nadan en el título–, tan distintos entre sí que a su modo representan los dos mundos que coexisten en la Irlanda de la época: Jim es el escolar de clase media, apocado e introvertido, atenazado por su devoción a la iglesia católica e integrado, a su pesar, en el conservadurismo pro-británico oficial. Doyler es el chaval rudo y avispado, curtido en los suburbios, que encarna la libertad de pensamiento y el patriotismo independentista. Durante la Pascua de 1915, en la zona del malecón reservada al baño masculino donde Doyler enseña a nadar a Jim, los dos jóvenes sellan un pacto: en la Pascua del año siguiente cruzarán la bahía hasta el distante faro de Muglins, donde izarán la bandera irlandesa a modo de simbólico alzamiento. Pero en medio de una guerra todo un año es un período muy largo, y más si uno sólo tiene dieciséis...
Redactada durante los diez años en que O’Neill trabajó como celador nocturno en un hospital psiquiátrico de Londres, esta novela de amistad y libertades ha recibido el aplauso unánime del público y crítica británicos además del mayor anticipo editorial pagado nunca a un autor irlandés. Desconozco lo que cobró por ella, e ignoro asimismo –aunque puedo sospecharlo– si O’Neill aprovechó las largas noches en el hospital para trabajar en la novela (con el ordenador portátil sobre las rodillas), considerando sin prisas y a conciencia el mejor lugar en la oración para cada una de las palabras. En lo que a mí concierne, Nadan dos chicos es una novela de alta ambición literaria y de espléndida ejecución que se degusta como un buen clásico; una de las más auténticas que me ha sido dado leer en los últimos tiempos. Y un consejo para aquellos a quienes asuste su voluminosa extensión o la etiqueta de novela gay: léanla, y ya me contarán.
Francesc Nadal
MI OIDO EN SU CORAZÓN
Hanif Kureishi
Trad. de Fernando González Corugedo
Anagrama
Barcelona, 2005
210 págs., 14,50 €
En Soñar y contar Hanif Kureishi afirmaba que “la confesión, más que la ironía, se ha convertido en el estilo moderno”. Mi oído en su corazón es un tipo peculiar de confesión, que no pretendía serlo. Cuando se disponía a escribir un ensayo sobre sus influencias literarias, Kureishi tropieza con un manuscrito de su padre –una novela titulada Una adolescencia india–. Aún sin saber qué contiene, decide utilizarla como centro de su investigación sobre los propios orígenes. Quería ser un análisis metódico, pero termina siendo una improvisación llena de bifurcaciones y regresos que abarcan cuatro generaciones de Kureishis, tres países, y un antes y un después de la caída del Imperio Británico.
Su abuelo fue oficial del ejército en la India colonial. Su autoritarismo le granjeó el odio y temor de sus hijos; su laxa moral, la ruptura con su esposa –que se refugió en el Islam–. Shanoo, uno de los hijos menores y padre del autor, se embarcó hacia Inglaterra y trató allí de forjar, en solitario, su propio destino. Atrás quedaron la gloria y fortuna familiares, que en cambio sí acompañaron a su hermano Omar a Paquistán, desde donde narró su versión de la historia. En ese contexto nace Hanif Kureishi, un niño británico de piel oscura mal avenido con su entorno. Durante la infancia, su padre es su mejor aliado. Entre otras cosas, le inculca el amor por la escritura, en que ambos hallan una vía de escape. Luego llega su propia adolescencia, la cultura subversiva de los setenta, la salida del nido. Finalmente, la madurez, el éxito, la paternidad.
Kureishi se reconoce molesto por la tendencia de crítica y lectores a buscar raíces autobiográficas en su obra de ficción. No obstante, cuando se enfrenta a la novela de su padre no puede evitar leerla como una autobiografía enmascarada. Así, Una adolescencia india y El hombre innecesario –otro manuscrito que aparece más tarde–, arrojan nueva luz sobre la imagen de Shannoo. La revelación pone de manifiesto que, pese a la proximidad y la sangre, no es posible conocer por completo al otro. Ni siquiera está claro que uno pueda llegar a conocerse a sí mismo. Mi oído en su corazón desnuda, más allá del pudor, tanto al biógrafo como al biografiado.
La situación recuerda a la vivida por V. S. Naipaul. En El buda de los suburbios, como Naipaul en Una casa para el señor Biswas, Hanif Kureishi tomó algunos elementos de la vida de su progenitor para crear una caricatura despiadada del fracaso. Mataron al padre para ganar su libertad, y un futuro. La ficción y el humor suavizaban, en uno y otro caso, los sentimientos implicados en sus difíciles relaciones paterno-filiales. En Mi oído en su corazón, sin embargo, no hay ficción que nos salve. Asistimos a una vivisección emocional, a la perturbadora exposición pública de las flaquezas y sentimientos de dos seres humanos.
Magda Costa Vallés
UN CRIMEN IMPERDONABLE
Andrew Taylor
Trad. de Roser Vilagrassa Sentís
Edhasa
Barcelona, 2005
704 págs., 29 €
El mérito principal de Un crimen imperdonable, obra con la que el británico Andrew Taylor obtuvo en 2003, y por segunda vez, el premio Ellis Peters Historical Dagger, reside en la solvencia con la que nos descubre el envés de la gran literatura inglesa del siglo xix. Salvaguardada por su aparente adscripción al, hasta cierto punto, humilde subgénero policíaco, la enrevesada historia nos va guiando con fluidez y magistral dosificación de tensiones por los caminos de las novelas romántica, folletinesca, costumbrista, picaresca, gótica, de misterio y todas las variantes posibles de éstas, hasta hacernos comprender que nos encontramos ante una suerte de remedo, un pastiche sensacional tras el que alientan los mismísimos Charles Dickens, Wilkie Collins, Poe, George Elliot y hasta Jane Austen, si me apuran.
Con todo, el principal valor del libro de Andrew Taylor no lo establece el modo en que entremezcla géneros, subgéneros y esencias de clásicos, sino la forma desvergonzadamente contemporánea que tiene de revisitarlos. Thomas Shield, el narrador personaje de Un crimen imperdonable, circula como un outsider en la sociedad decimonónica a la manera de tantos célebres héroes de Dickens o, a su modo, de Austen, sí, pero la mano del autor le imprime una mirada irónica y cruda que resulta incisiva y radicalmente posmoderna. Sirviéndose de esta perspectiva privilegiada, tanto la trama bizarra como los personajes y esas ambientaciones suyas –enormemente familiares a los seguidores de la literatura del xix– actúan como vehículos para desvelar, tan naturalmente como lo permite la verosimilitud del personaje de Thomas, lo que constituye el extenso catálogo de realidades incómodas a la moral imperante en la época y que solían aparecer más o menos ocultas en los textos de los maestros (pederastia, incesto, castigos físicos, sexualidad en colegios... pero también, por ejemplo, apetito sexual femenino, homosexualidad, adulterio, hijos naturales y conflictos entre clases sociales).
Con esta singular fabulación urdida entorno a los años de infancia de Edgar Allan Poe en Gran Bretaña, se inaugura una colección prometedora, Polar Edhasa.
Ana Sousa
Narrativa Catalana
DILLATARI
PONÇ PONS
Quaderns Crema
Barcelona, 2005
190 págs., 14 €
Dicen unos versos de Ponç Pons en este libro: “Som allò que hem llegit/ i hem viscut per escriure”. Literatura y vida, pues, unidas e inseparables, definen no sólo este diario que ahora aparece, sino toda la obra del autor menorquín (Alayor, 1956), uno de los más brillantes poetas actuales en lengua catalana. Libros, sí, y cotidianidad de un letraherido isleño que ama las palabras por encima de todo y hace de su trabajo una rara labor de honestidad literaria.
Dillatari amaga en su propio título la doble condición del autor: la de escritor e isleño. Se duele del deterioro que sufre la isla frente al turismo, es consciente de escribir en una lengua (el catalán de Menorca) poco visible, y llena su diaria existencia de pequeños momentos familiares y, sobre todo, de literatura. No se trata de un diario literario al uso, lleno de reflexiones sesudas y distantes, sino de un ejercicio interior, personal, que el autor lleva consigo a todas partes, en un cuaderno. Son pedazos de la vida de un hombre sencillo que se alimenta de libros y escritura, que se mantiene despierto y crítico frente a un mundo en el que no se encuentra cómodo y que embellece a través del arte. Se trata, en definitiva, del devenir de un intelectual alejado de los cenáculos que tejen coronas y oropeles, cuyos grandes amigos son fallecidos autores universales con los que mantiene siempre un abierto diálogo. Y todo ello entre paseos y constantes huidas al bosque o al mar, solo o con la familia, en busca del preciado don del silencio. Igual que ocurre en su poesía, las referencias y citas literarias son frecuentes en el texto, aún hablándonos de cualquier asunto aparentemente mínimo, como si a través de ello buscara la sal y la redención de la existencia, porque Pons no esconde jamás que está hecho de literatura. En el libro hay un buen número de poemas, algunos en otros idiomas, que conjuran la soledad a la que el autor es tan aficionado.
Desde el pueblecito costero de Macaret, donde pasa los veranos, Pons se encierra constantemente en su sótano y escribe estas páginas llenas de autenticidad y lirismo, con entrega, ofreciéndonos una bella y apasionada reflexión sobre el acto de la escritura, de la creación, y, cómo no, de la vida.
Diego Prado
Poesía
ESCRUTABA LA LOCURA EN BUSCA DE LA PALABRA, EL VERSO, LA RUTA
Charles Bukowski
Trad. de Eduardo Iriarte
Visor
Madrid, 2005
446 págs., 15 €
Apenas empezamos a entrever el papel que jugó la obra de Charles Bukowski en la tradición de la literatura realista del siglo pasado. Y buena prueba de ello es que se publique ahora la traducción castellana de Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta, una antología póstuma. Ciertamente, viendo lo que artistas posteriores –en diversos géneros, del llamado dirty realism al cómic underground– han dado de sí, no podemos dejar de intuir la estela del gran Bukowki, incluso más evidente que la de la generación Beat. Y es que la esperada edición de Visor da fe de hasta qué punto la obra poética de Bukowski –eclipsada hasta ahora por su ágil narrativa– merece nuestra atención.
El espléndido poemario refleja, acaso más que nunca, el empeño del autor por dotar de unidad su obra. Escrutaba la locura... reúne la poesía articulada por el autor para ser publicada después de su muerte, poemas que concentran los tres ejes de la temática bukowskiana: la vida en Norteamérica de los 60 a los 80, expresada a través de su alter ego Henry Chinaski –una imagen hiperbólica del autor–; la nostalgia, la evocación de sus primeros años; y el arte entendido como dolor, sufrimiento que se apodera del hombre y lo hace enloquecer hasta la creación. El poeta a menudo se deleita en pasajes anecdóticos, escenas al azar en las que se dibuja una particular reflexión sobre la ciudad, el amor, el sexo, siempre mediante su tan querida “palabra justa”. Su realismo descarnado y su lenguaje híbrido –en ocasiones periodístico–, giran alrededor de lo introspectivo, y no por su agresividad renuncia al espíritu auténticamente lírico; así es como el autor afronta la vida marginal americana.
Charles Bukowski es quizá el último alumno aventajado de Catulo: al igual que el maestro, se aleja de la evaluación objetiva del medio social, con una mirada que solamente sostiene la experiencia. Leer los poemas significa sumergirse en una narración ofensiva, indeterminada, que eterniza el momento para vaciarse del contenido concreto y verdadero; poesía en lugar de vida.
Joaquim Pinto
ACTOS SACRAMENTALES
Kenneth Rexroth
Trad. de Carlos Manzano
Gadir
Madrid, 2005
184 págs., 18 €
Amor, misticismo y revolución son los tres grandes temas de la obra de Kenneth Rexroth (1905-1982), poeta norteamericano autodidacta y espiritualista de largo recorrido pero del que apenas hemos tenido noticias en nuestro país. Para llenar este vacío, Gadir nos ofrece ahora este Actos sacramentales, traducido por Carlos Manzano, título que originalmente recogía una serie de poemas amorosos y que en esta edición muestra una selección de algunos de los mejores textos de este precursor del movimiento beatnik y la contracultura de la costa oeste norteamericana.
Actos sacramentales recoge distintos poemas de hasta once libros distintos de Rexroth, mostrándonos los trazos principales de su estilo y la evolución desde una primera poesía de corte cubista hasta una mucho mas depurada, evidencia de una progresiva sencillez de la palabra y el sentimiento. A lo largo de la antología encontraremos una nutrida lista de referencias intelectuales que irán desde los mitos clásicos, la poesía medieval o los pintores franceses, hasta la cultura más popular. Otros elementos recurrentes son la yuxtaposición de imágenes aparentemente inconexas o la impronta de la poesía oriental de la que el autor fuera entusiasta traductor. Sin embargo, aquello que derrocha cada uno de los poemas de Actos sacramentales es el gusto heredado de Walt Withman por la vida, la libertad y la naturaleza: sensualismo y erotismo son una presencia constante y carnal en poemas como “Las ventajas de la cultura” o “Solo
esta noche”, escritos, como el resto, con un lenguaje claro y
elocuente.
El reconocimiento popular de Kenneth Rexroth se ha visto perjudicado al encontrarse dentro de esas brechas que la historia de la literatura a veces nos muestra cuando un movimiento todavía no se ha gestado del todo, ni todavía ha abandonado el anterior: una zona de nadie donde muchas veces podemos encontrar las obras más interesantes. Un lugar en el que, sin duda, se encuentran estos Actos sacramentales.
Joan Rico
Ensayo
YO YA HE ESTADO AQUI. FICCIONES DE LA REPETICIÓN
Jordi Balló y Xavier Pérez
Trad. de Núria Pujol
Anagrama
Barcelona, 2005
299 págs., 19 €
Este ensayo brota como una desviación natural del anterior, La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine (Anagrama, 1997). Se dirige al consumidor de ficciones en el que casi todos nos hemos convertido y, aún más, a aquellos que pretendan pasar del estadio de consumidores pasivos al de creadores.
Balló y Pérez parten de esta premisa: la atracción por la serialidad es una de las claves de la narrativa contemporánea. Dicha narrativa incluye taanto el discurso literario como el cine, la televisión y el cómic. Las ficciones actuales no aspiran a presentarse como obras únicas sino a mostrarse como revisitaciones de territorios familiares con algunas variaciones. De este modo, el lector/espectador no halla el placer en la originalidad absoluta de la ficción sino en una familiaridad ligeramente alterada. La “creatividad” muta así en la “recreación”. Pondremos un ejemplo dibujando una cadena en cuyo origen se encuentran los Borgia, luego le siguen los padrinos de Coppola para finalizar con Los Soprano. Balló y Pérez analizan en detalle una gran cantidad y variedad de estas ficciones seriales, catalogan sus estrategias más recurrentes para mantener el interés de sus públicos, y concluyen que se sustentan en unas mismas lógicas constructivas.
¿Nos encontramos ante un ataque radical al postulado que defiende las completas genialidad y originalidad del artista para con sus creaciones, para oponer que la ficción sólo puede construirse con materiales reciclados? Ésta confrontación entre originalidad y reciclaje no sería una lectura estéril. Pero mejor será señalar que aquellos creadores que han sido capaces de partir de las reglas para romperlas desde dentro son los que han aportado mayores dosis de excelencia artística. Sirva la mención de Will Eisner, Harold Foster, Kiarostami, Thomas Vinterberg, Doctor en Alaska o Twin Peaks como ejemplos válidos de lo dicho.
Más aleccionador aún de cómo las ficciones fundacionales perviven o se transforman, son los vínculos evidentes entre alta cultura y cultura pop. Balló y Pérez pasan de la picaresca a Charlot con facilidad, pero también con sólidos argumentos: evidenciando que la mayoría de las estrategias que emplean las ficciones seriales hunden sus raíces en la más estricta alta cultura.
Manifiestamente mejorable es el índice bibliográfico algo descuidado y para nota hubiese sido rebatir la sospecha de que algunas de estas estrategias lo son debido a las propias condiciones de posibilidad de propia ficción (producción, materiales, industriales, etc.) más que al placer de la repetición. Eso sí, que estas objeciones no les alejen de la lectura de una obra magnética.
Quim PÉrez
INGENIEROS DEL ALMA
Frank Westerman
Trad. de Isabel-Clara Lorda Vidal y Goedele De Sterck
Siruela
Madrid, 2005
318 págs., 22,5o €€
El 26 de octubre de 1932 se reunieron en la nueva y señorial casa de Gorki los máximos representantes de las letras soviéticas. Los había convocado el mismísimo Stalin. Todos acudieron aterrados, como es lógico, pero al final del encuentro el Vozhd tomó la palabra y, astuto y adulador, halagó los oídos de los camaradas: “La producción de almas humanas es de gran importancia” –aseguró–. “¡Y por eso alzo mi copa y brindo por vosotros, escritores, ingenieros del alma!” A continuación, los presentes suspiraron y los brindis se sucedieron, pero la confusión ya se había producido y el daño estaba hecho.
En los últimos años han aparecido un buen número de trabajos sobre el periodo stalinista, magníficos estudios sobre el zar rojo y su corte, sobre la lógica del terror y sobre el Gulag. También, desde que comenzó el deshielo y se forzó la apertura de los archivos soviéticos, hemos tenido acceso a las historias de sus escritores, gracias sobre todo a la magnífica obra de Vitali Chentalinski De los archivos literarios del KGB, e igualmente hemos tenido ocasión, reciente aún, de leer la diatriba narcisista y apasionadamente anticomunista de Martin Amis, acusador implacable de todos aquellos intelectuales que ofrecieron su apoyo –o su ingenuidad– a “Koba el Terrible”. El periodista holandés Frank Westerman se suma con su Ingenieros del alma a esa indagación acerca de los escritores soviéticos y su sometimiento, acerca de los novelistas de la nueva era y su aniquilación. El hilo conductor es una figura hoy poco valorada que, durante toda su vida, supo mantener el apoyo de las autoridades y guardar cierta libertad individual: Konstantín Gueórguievich Paustovski. Su escrito La bahía de Kara Bogaz le dio a conocer, en 1932, como escritor soviético, y fue uno de los ejemplos más relevantes de esa extraña imbricación entre literatura y proyectos hidrológicos que Westerman investiga en esta obra. Pues Ingenieros del alma trata de literatura y de proyectos faraónicos condenados al fracaso; trata de escritores comprometidos con la exaltación estrambótica de una realidad que nunca existió; trata de escritores depurados, censurados, sentenciados a muerte. Y trata de Gorki, claro. El novelista exiliado en Sorrento que mediante sobornos encubiertos, gracias a elogios, zalamerías y artimañas, es finalmente convertido en un icono, en un pelele que se cree su propio papel hasta la muerte, prácticamente secuestrado y engañado por un Pravda que se editaba, en un único ejemplar expurgado, para él. De todo ello trata Westerman en esta especie de reportaje, en este libro ameno, ilustrado con datos y anécdotas jugosos, pero que dista mucho de ser el “mejor libro de no ficción del año”, como aseguró Mark Schaevers tras su aparición. Para ser un gran libro le falta dureza, profundidad y riesgo. Aún así el abismo al que se asoma es un reclamo suficiente para adentrarse en sus páginas.
Antonio García Vila
CAMINOS DEL RECONOCIMIENTO
Paul Ricoeur
Trad. de Agustín Neira
Cátedra
Madrid, 2005
326 págs., 10.48 €
Paul Ricoeur murió el pasado 20 de mayo. Contaba noventa y dos años. Sirva, pues, esta reseña como homenaje a su extensa y fecunda obra. La mayoría de los libros escritos por Ricoeur tienen su origen en cursos docentes o seminarios (ejerció la docencia en las universidades de Estrasburgo, Sorbona, Nanterre y Chicago). De ahí el carácter discontinuo de los temas que trataba (el tiempo, la memoria, la finitud, la voluntad...). Por otro lado, esa diversidad temática (aunque, en rigor, siempre gravite en torno a la antropología filosófica) es propia de su preocupación hermenéutica. Caminos del reconocimiento es el resultado de tres conferencias impartidas en Viena y Friburgo. Este texto está suscitado, según afirma el propio Ricoeur, por un “sentimiento de perplejidad sobre el estatuto semántico” del término reconocimiento, pues no existe ninguna teoría concreta sobre el mismo y, sin embargo, la palabra (bien definida léxicamente) suele acompañar o complementar otras categoría filosóficas.
Tres serían los “caminos” para dar carta de naturaleza filosófica al reconocimiento: en primer lugar, se acotan los vínculos entre reconocimiento e identificación (sujeto versus objeto); luego, se establece el reconocimiento de uno mismo (ipsedad), y, finalmente, el reconocimiento del otro (alteridad).
Reconocer como identificación implica asegurar la posición privilegiada del sujeto en el proceso de conocimiento. Ricoeur recurre a Descartes y Kant para asentar los postulados teóricos del primado del sujeto cognoscente. Asimismo, ese reconocimiento se asentará sobre “las ruinas de la representación” (como diría Lévinas). Entre el reconocimiento del algo (objeto) y del alguien (personas) interfiere la experiencia de lo irreconocible. Serán algunos filósofos griegos (gnôthi sauton: conócete a ti mismo) y muchos de los filósofos contemporáneos (Kierkeegaard, Nietzsche, Heidegger, Foucault...) quienes hagan derivar el reconocimiento exterior al reconocimiento interior. Ricoeur vincula el reconocimiento de uno mismo con la memoria (aquilatar la propia identidad), la capacidad de obrar (yo puedo) y las prácticas sociales (yo hago o actúo). Finalmente, el reconocimiento mutuo implicaría una reciprocidad (revocación de la primacía del sujeto). Reconocer al otro (y éste a ti) es comprender y respetar la diferencia. Ricoeur concluye con una recomendación: que esos tres “caminos” del reconocimiento dialoguen entre sí para lograr un entendimiento pacífico entre los hombres.
Alberto Hernando
Marc Chagall en dos desvelos
POR LA SENDA DE UN ÁNGEL
David McNeil
El Cobre
Barcelona, 2005
120 págs., 18 €
MI VIDA
Marc Chagall
El Acantilado
Barcelona, 2004
216 págs., 14 €
La verdad sobre un personaje, sobre todo si es célebre, a menudo resulta difícil de separar de la leyenda o del rumor que suele rodear a los hombres de genio. Intentemos pues recuperar a un personaje sumergido en el mito a través de dos relatos unidos por su tema, la persona de Marc Chagall.
Mi vida, la autobiografía del pintor, narra los primeros casi cuarenta años de la vida del artista, unos años decisivos en su maduración artística, durante los cuales este provinciano, hijo de un salador de arenques, cuenta cómo encontró una manera de expresar su fascinante, casi hipnótico mundo interior a través de la pintura. En sus páginas aparece un Chagall espontáneo, sincero, inspirado. Aunque todavía joven e inmaduro, el autor de Mi vida revela ya, con sus veintitantos años, rasgos que pronto lo convertirán en uno de los más excepcionales maestros de la pintura moderna, sobre todo a la hora de encontrar belleza donde los demás no ven sino vulgaridad.
Este fuerte vínculo con lo cotidiano parece, sin embargo, algo paradójico, pues durante la lectura del relato la corporalidad del “yo” que nos guía a través de las escenografías fantasmales de Vitebsk, Moscú, San Petersburgo o París parece efímera, ilusoria. En muchas ocasiones, el cuerpo físico del narrador se desvanece, pierde la unidad y flota por encima del mundo real hacia el suyo, el de los sueños.
Y si bien el protagonista de Mi vida prefiere este mundo de ilusiones a la realidad, el relato contiene también referencias a hechos reales, como la Revolución rusa, lo que permite tratarlo, hasta un cierto punto, como un documento de valor histórico. En este sentido, el narrador se convierte, probablemente a su pesar, en un cronista que envuelve la materia prima de sus propias experiencias en imágenes de trascendencia nacional.
Mi vida parece un cuadro de Chagall. Aunque desordenada, sigue una lógica de expresión muy próxima a la obra pictórica del autor; aunque fragmentada, su contenido recrea toda una vida; aunque a veces incomprensible, consigue compartir con el lector los sentimientos y las visiones de Marc Chagall. Como él mismo dice: “Estas páginas tienen el mismo sentido que una superficie pintada”.
Por su parte, David McNeil, hijo del pintor, retrata a un Chagall bien distinto –su libro ofrece una mirada del otro, desde fuera, observando e intentando entender a un ser ambiguo, cercano por parentesco y lejano como persona.
En Por la senda de un ángel Chagall es un artista ya reconocido que ha cambiado el pobre entorno de la Ruche por las terrazas de la Costa Azul y que, lejos del terror de sufrir hambre, se pregunta por qué su marchante tiene una limusina mientras que él sigue conduciendo un antiguo Peugeot 403.
McNeil relata la vida de un gran pintor rodeado de otros artistas de renombre y desvela el lado oscuro propio de estos hombres excéntricos. La cuidadosamente medida cortesía entre Chagall y Picasso, o la creciente animosidad entre él y Matisse. Los episodios que componen Por la senda de un ángel constituyen un testimonio único en su objetividad sobre la colisión de personalidades tan singulares y esencialmente difíciles.
Sin embargo, el libro consigue captar la esencia del pintor que nunca cambiaría: su humildad ante el reconocimiento, su sinceridad del alma y su irrevocable amor por el arte. En este sentido, parece que el tiempo no hubiera transcurrido y que nos halláramos ante el mismo Chagall que concluía Mi vida –un hombre inspirado que mientras espera la comida convierte con toda despreocupación el mantel de su mesa en un cuadro habitado por seres marítimos que nadie había visto jamás–. Un Chagall dedicado a la expresión artística, a la continua creación de sus mundos oníricos a través de medios cada vez distintos: la porcelana, el collage y finalmente el arte de las vidrieras que se desvelará como uno de sus logros más significativos.
Y mientras McNeil destaca con orgullo el reconocimiento del cual disfrutaba su padre como pintor, Por la senda de un ángel confiesa también un distanciamiento entre padre e hijo, fruto de la malvada influencia de Valentina, la tercera mujer de Chagall. Pocos son los recuerdos familiares felices de McNeil, paseos íntimos o conversaciones sinceras –el libro retrata a un padre despreocupado, lejano, a veces impotente ante la tarea de amar a su propio hijo.
En conjunto, los dos libros retratan a un Chagall completo y entre sus numerosas contradicciones el lector probablemente hallará al pintor verdadero, despojado por un lado de su gran humildad y por otro lado del brillo de su fama. En definitiva, el mito hecho humano.
Andrezj Gabinski
Literatura infantil y juvenil
LA COLECCIONISTA DE INSTANTES
Anna Cantavella
Linkgua
Barcelona, 2005
44 págs., 16 €
Lo primero que me llamó la atención de este cuento fue el eco sugerente del título, La coleccionista de instantes. Ya el propio título apuntaba lo que el texto después confirmaría: la autora pretende hacer transitar a los lectores por territorios y espacios que habitualmente los escritores desestiman por considerar no apto para lectores “tan pequeños”. El texto parte de una concepción de la infancia un tanto ambigua, como momento de la vida en el que es muy difícil establecer límites y donde la capacidad de comprender y sorprender no está fijada, menos aún en la narración y la lectura. Aunque, por otro lado, el relato se mueve por un territorio bastante cercano a los primeros lectores a través del tema del coleccionismo. Pero un coleccionismo elaborado no a partir de concepciones mercantilistas. No, Anna Cantavella evoca el coleccionismo urbano, el coleccionismo de la propia vida, el coleccionismo de los transeúntes y en tránsito, que nunca terminan por finalizar su colección.
La historia esconde una trama perfectamente reconocible, con una heroína, unas reglas fijadas, que no deben infringirse por nada del mundo y un supuesto castigo. Y aunque esta historia es muy fácil de entender, el texto contiene a la vez varios planos de lectura. También para los adultos. La coleccionista sustenta una tesis: las ciudades no existirían sin instantes. ¿Os imagináis una reunión de políticos, urbanistas y algunos tipos de arquitectos reflexionando sobre una ciudad en la que se tuviesen en cuenta los instantes que la inundan?
Jose Antonio Portillo
CERVANTES. GUÍA PARA JÓVENES
Ana Garralón
Lóguez Ediciones
Salamanca, 2005
110 págs., 10 €
¿Qué hay de biográfico bajo las novelas de los grandes autores? Responder "todo" es tan incierto como decir "nada". Muchos nos sentiríamos como niños intentando discernir dónde termina la realidad y empieza la ficción en nuestra lista de novelas favoritas.
¿Cómo iban, pues, los niños a marcar concretamente esos límites? De la vida de Cervantes, mirada fríamente, podría decirse: "¡Parece casi de novela!". Sus vivencias son equiparables a verdaderas aventuras, hazañas que por su carácter surviver no dejan de ser contradictoriamente cómicas e irónicas. Todos ellos con una carga trágica que en ningún momento dramatizó en sus escritos pero que, en cierto modo, los impregnaron.
Ana Garralón, en su guía para jóvenes de Cervantes, ofrece una accesible biografía que, no dejando a un lado los aspectos rigurosos de la documentación, responde a las preguntas que los jóvenes podrían hacerse al respecto de la vida de Cervantes. Desde por qué aparece su nombre en tantas plazas, calles, convenciones literarias, premios,... españolas e internacionales, hasta cómo debían entretenerse adolescentes como Cervantes en su época. Teniendo en cuenta tanto el trabajo divulgativo como las limitaciones de los primerizos, interesados en las letras, Ana Garralón hace una aproximación a la vida, contexto y obra del autor del Quijote.
A través del intercalo de la biografía cervantina con pasajes de sus obras, conforma un recorrido por la España del XVI. En esta iniciación pone en tela de juicio qué tiene ese mundo escrito de ficción y qué tiene de real, despertando el ojo critico del lector con preguntas retóricas. Cervantes se vuelve el hilo que enhebra la pintoresca sociedad de su época (campesinos, titiriteros, mujeres, pícaros, etc.). Ana Garralón forma una imagen clara del contexto en que se movía y que también plasmaba en sus obras. Busca introducir en el placer de la lectura a esos jóvenes, y no tan jóvenes, principiantes muchas veces oculto, tras tantos estudios críticos.
Marina López Riudoms
Colecciones
ensayo
POR UNA JUSTICIA POSTOTALITARIA
Tomás Valladolid Bueno
Anthropos
Barcelona, 2005
127 págs., 8,50 €
RECORRIDOS Y POSIBLES FORMAS DE LA PENALIDAD
Iñaki Rivera Beiras
Anthropos
Barcelona, 2005
174 págs., 10 €
Sostiene Tomás Valladolid que la idea de justicia postotalitaria exige el imperativo de recordar, tanto democrática como anamnéticamente. De recordar lo que sucedió en el pasado para juzgarlo en el presente de forma efectiva, no simplemente intencional (fruto del neutralismo democrático), tratando de “valorar o juzgar sin miedo y sin pausa”. Solo así podrá evitarse que las barbaries vuelvan a repetirse.
En cuanto al ensayo de Iñaki Rivera, el autor propone una nueva perspectiva para conocer los fundamentos de la sociedad de diferentes épocas: su sistema punitivo. Y es que estudiando “las formas, los procedimientos, los lenguajes, la gramática del castigo” de cada época se puede comprender la sociedad que lo sustenta. Aborda cuestiones como las funciones de la punidad actual y los posibles escenarios futuros que se pueden derivar o prever.
astarté
POLLO
David Henry Sterry
Traducción de Ramón de España
MR
Madrid, 2005
261 págs., 17 €
YO NO SUFRO POR AMOR
Lucía Etxebarria
MR
Madrid, 2005
334 págs., 19 €
Bajo los auspicios de nada menos que la diosa fenicia del amor y de la guerra, esta colección monitoreada por Lucía Etxebarria aspira a tantas ex celentes virtudes –”Heterodoxa, provocadora, inteligente, elegante, libre, comprometida, vanguardista, moderna, fascinante, etc., etc., etc.”– como a la más amplia difusión en kioskos y chiringuitos varios. Abre fuegos la propia Etxebarria con el relato de “cómo ella dejo de sufrir por amor y cómo cualquiera –hombre, mujer o transexual, gay, lesbiana o hetero– puede conseguir lo mismo”.
Como segundo plato, la colección ofrece el libro que le valió la fama a David Henry Sterry: Pollo. Se trata de una novelización de las propias experiencias de Sterry como un adolescente perdido en Hollywood que, abandonado del mundo, termina prostituyéndose. Previa violación por parte de un individuo afroamericano, se explica.
poesía
TIEMPO MUERTO
Pablo Casares
Ediciones del 4 de agosto
Logroño, 2005
35 págs.
SIQUE BUSCANDO, HAY MILES DE PREMIOS
Sergi Puertas
Ediciones del 4 de agosto
Logroño, 2005
51 págs.
La colección “Planeta Clandestino” reune, en edición artesanal, poemarios de autores poco difundidos. El espectro es amplio. De la, por ejemplo, amable poesía de Pablo Casares – “[...]Hago girar un disco/ y la voz de Nina Simone,/ interpretando Summertime,/ va inundando toda la casa de luz.// En algún lugar de esta casa/ debe haber un arco iris” – a la mucho más desencantada y agresiva de Sergi Puertas: “[…] Al salir compramos todo el merchandising.// Ya en casa la comentamos a gritos mil veces/ levantando mucho la voz para invocarla./ Los vecinos nos odiraon a manos llenas./ Nos conectamos a la red, odeñamos el trailer/ pero fue inutil:/ la película estaba terminada y muerta y enterrada.// No hubo forma de recusitarla./ Resignados pusimos un disco de techno frio/sacamos del armario la caja de óleos/ y nos sentamos a pintar en silencio:/ sólo nos salieron dibujos horrorosos”.
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