Cornudo y pagar la cuenta
Mihály Dés
¿Cuál es la relación entre la Cumbre
de Barcelona, celebrada del 14 al 16 de marzo, y el exitoso concurso Operación
Triunfo? ¿Cómo un dicho catalán de uso doméstico
resulta la forma más certera de definir un nuevo fenómeno
político de considerable trascendencia? ¿Qué tienen
que ver las multas de tráfico con la satisfacción que generó
la Cumbre?
Supe que la cosa iba muy en serio porque desaparecieron
los policías. No de la ciudad en general: allí se multiplicaron,
se complementaron con unidades especiales del ejército, se intensificó
la presencia masiva de miembros del servicio secreto vestidos de gamberros
y de gamberros vestidos de polis; se trajeron armas de destrucción
masiva, de contrarrespuesta fulminante, de autodefensa legal. O letal.
No quedaba claro.
Así pues, los policías se esfumaron no de
Barcelona, sino, muy en concreto, de la esquina donde se encuentra la
redacción de Lateral que, por otra parte, se encuentra en Barcelona.
Esa aparente contradicción se entiende por el fenómeno de
los vasos comunicantes. Más difícil resulta explicarles
la permanente presencia policial delante de nuestro edificio.
El secreto de mi esquina
Podría hacer el interesante y decirles que la esquina
de mi casa es muy particular. Pero no lo es. Se trata de uno de esos hermosos
juegos de chaflanes de l'Eixample donde se aparca tan cómodamente
que incluso cuando se hace de manera no del todo reglamentaria
no se molesta a nadie. Con excepción, naturalmente, de la policía,
a la que también resulta cómodo aparcar allí. Y si
evaluamos la relación inversión física-resultados
económicos, no es lo mismo deambular por la ciudad como un proscrito
tratando de reducir las interminables doble filas al menos a fila y media,
que pasar cada 15-30 minutos por esos fecundos chaflanes y recaudar fondos.
No estoy insinuando nada. Sólo constato la gravedad
de la Cumbre si hasta los policías del chaflán se sumaron
al despliegue general que tenía como objetivo paralizar a Barcelona.
Creo que desde la triunfal entrada de las tropas nacionales en 1939, esta
ciudad no conocía semejante presencia milico-policial.
Para evitar el caos circulatorio, muchas empresas dieron
vacaciones a sus empleados. A causa del caos, media población se
atrincheró en sus casas, se refugió en su barrio y descubrió
los valores de la vida sencilla. Por imposibilidades urbanísticas,
los que habían de cruzar la Diagonal (como este servidor, para
llevar a sus hijos al colegio) tuvieron que desistir. La situación
me recordaba el invierno del 45 que gracias a las historias de mis
padres conozco mejor que como si lo hubiera vivido cuando no era
posible circular entre Buda y Pest porque los puentes de la ciudad habían
sido destruidos. Lo que pasa es que, entonces, la naturaleza corrió
a la ayuda de los budapestinos, y congeló las aguas del Danubio.
En la Barcelona de la Cumbre europea, en cambio, no se congelaron las
aguas ni se abrieron los cielos. El Señor nos abandonó.
Ni siquiera llegó a destruir las murallas levantadas a lo largo
de la avenida Diagonal. Desde las Olimpiadas no había en esta ciudad
semejantes inversiones públicas.
Nunca sabremos cuánto ha costado la broma, pero
nadie tiene la menor duda de quién la pagará. Se trata de
una factura no solicitada ni deseada pero tampoco rechazada por los ciudadanos.
Y ésta es la auténtica cuestión.
Antes de que algún lector avisado me aleccione
sobre la existencia de numerosas acciones de protesta durante esos días,
le diré que hablamos de cosas diferentes: para los movimientos
de antiglobalización la Cumbre fue una grandiosa oportunidad y
no un escándalo innecesario.
Mi percepción es que había dos tipos de
reacciones ante ese Woodstock político. La gente no organizada
estaba al margen o se mostraba cabreada. "¿Usted cree que
hay derecho que expropiaran todo un hospital?", me preguntó
un taxista refiriéndose a la unidad infantil de Sant Joan de Espí;
y un camarero despotricó contra la presencia de fragatas de guerra
y aviones de combate en Barcelona. Con todo, preocupaba mucho más
el impredecible desenlace de Operación Triunfo, el concurso de
jóvenes cantantes que ha logrado vertebrar España, salvar
las arcas de la televisión pública, repuntar la mala racha
de la industria discográfica y hacer feliz a unos veinte millones
de ciudadanos.
Por un admirable mimetismo, la parte políticamente
activa de la sociedad pudo conectarse con la muda mayoría pendiente
del concurso de canciones melódicas y logró convertir la
Cumbre europea en otra Operación Triunfo. No seré yo quien
haga el balance intelectual o político de esa reunión internacional.
Pero quiero aprovechar la oportunidad para convocar el flamante premio
Cumbres borrascosas que se otorgará al que logre contestar correctamente
a estas tres preguntas:
1) ¿En qué quedaron finalmente los reunidos
y quién pagará las consecuencias de lo acordado?
2) Según el testimonio de los fotógrafos,
los jefes de Estado pasaron los días riéndose en la Barcelona
sitiada. ¿De qué se rieron? En serio, ¿qué
hay tan gracioso en el encuentro de los políticos?
3) ¿Por qué vinieron a fastidiar aquí
en lugar de reunirse en una cumbre, una isla desierta o un desierto isolado?
Incluso Hitler, Chamberlain y cía. acostumbraban realizar los negocios
de compraventa continental en románticos castillos alpinos para
no interrumpir las tareas rutinarias de las fuerzas de coerción.
Por otra parte, es verdad que ambos bandos tenían
algo que celebrar. La Cumbre ofrecía satisfacción y felicidad
al segmento de población no interesada en la música bailable
o los concursos televisivos. El gobierno podía sentirse plenamente
satisfecho por presentar al mundo un país mucho más pacificado
que los anteriores escenarios de esos encuentros. Su principal opositor,
el Partido Socialista, podía congratularse por lograr la más
armónica forma de esquizofrenia política que recuerdan los
anales, al ser constituyente de la nueva Europa unida y, al mismo tiempo,
sumarse a la lucha contra ella. Los representantes del Gobierno catalán
y del Ayuntamiento de Barcelona, por lo demás antagónicos,
se acompañaron en el sentimiento patriótico porque durante
varios días consecutivos su país y ciudad, respectivamente,
se mencionaron en los telediarios del mundo en medio de guerras, sucesos
y catástrofes naturales.
En cuanto a los manifestantes, tenían más
razones aún para sentirse realizados. Los combatientes antiglobalización
y antisistema porque tienen la misma tendencia de los políticos
oficiales a declararse siempre eufóricos y se deprimen sólo
cuando se los deja en paz. El brazo político del nacionalsocialismo
vasco, a punto de ser ilegalizado, porque recibió un inesperado
reconocimiento al poder protestar junto con los profesionales de la antiglobalización
y los representantes de partidos de izquierda y sindicatos. Además,
con la excepción de los radicales, todos los actores patrios de
ese sainete intercontinental no pudieron con su orgullo porque Barcelona,
Cataluña y España según dieron una extraordinaria
muestra de civismo al resistir la tentación de convertir la ciudad
en escombros.
El sometimiento democráticamente voluntario a todo
tipo de vejaciones sociales y políticas, financiadas y celebradas
por uno mismo, es un fenómeno central de nuestro tiempo. Su mejor
definición la ofrece un viejo dicho catalán, hasta ahora
de uso exclusivamente doméstico: cornut i pagar el beure (cornudo
y pagar la bebida). Salvados del tan temido baño de sangre y vueltos
a la normalidad, podemos resignarnos a que esa frase tenga un uso más
amplio. El lunes siguiente a la Cumbre volvieron los policías al
chaflán. Llegó la hora de pagar la cuenta.
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