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septiembre
2002
Nº 93

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Mágicas propiedades del
perejil
Mihály Dés
El reciente conflicto bélico entre España
y Marruecos constituye una importante novedad en la historia de las guerras
y aspira a convertirse en denominación de origen. La perejilización
de la política internacional tiene consecuencias considerables
también en otros campos, a la vez que se inscribe en ese nuevo
fenómeno sociopolítico llamado "operación triunfo".
Si quieren hacerle caso a una persona que ha dedicado
buena parte de su vida a distinguir entre lo que suena bien y lo que suena
fatal, no entrarán nunca en un conflicto internacional que se denomine
perejil. Los contenciosos de gran emvergadura deben tener nombres heroicos
o exóticamente ininteligibles. Uno puede decir: la reconquista
de Granada, la defensa de Numancia, los combates de Bora-Bora, las matanzas
de los Grandes Lagos, el sitio de Stalingrado, la limpieza étnica
de Sebrenica, la masacre de Tlatelolco, pero la verdad es que "la
guerra del Perejil" suena un poco a Mortadelo y Filemón. O,
si nos ponemos internacionales, a Astérix. Hay que pensar en los
medios de comunicación extranjeros, que son maliciosos. ¿Y
si lo traducen? Se creerá que se trata de una guerra de precios
o de cultivo, y no lo que realmente ha sido: la sorpresiva liberación
de una roca bajo el yugo musulmán.
A causa de las vacaciones, ustedes leerán mis comentarios
bélicos con más de un mes de desfase, tiempo suficiente
para no acordarse de una guerra de zarzuela. Así que me tomo la
libertad de resumir lo ocurrido. El 11 de julio pasado, una docena de
gendarmes marroquíes se instaló en un islote situado a 200
metros de su costa y a 8 kilómetros de Ceuta. Gracias a ese cámping
militar, los ciudadanos de España amanecieron con la noticia de
que se les había arrebatado un pedazo de patria de cuya existencia
acababan de enterarse. Nuestro gobierno respaldado por casi todos
los partidos reaccionó con determinación y contundencia.
Las aguas alrededor de esa roca llamada Perejil, alias Leyla, se llenaron
de fragatas, corbetas y submarinos. Hasta un buque de asalto anfibio hizo
acto de presencia. Se sucedieron las misiones de vigilancia y el cielo
del islote fue surcado por aviones de reconocimiento.
La presión internacional y las súplicas
internas obligaron al Gobierno a comprometerse con una solución
diplomática del conflicto. Acto seguido, el día 17, se procedió
a reconquistar el peñón. Sin embargo, y en medio de la exaltación
patriótica por la contundente hazaña militar, nuestros socios
de la UE movieron algo descontentos la cabeza y nuestro Gran Hermano americano
levantó un dedo amical y nos señaló el camino de
vuelta. El presidente Aznar entendió la indirecta, y los héroes
de Perejil desmontaron el chiringuito y desaparecieron por donde habían
venido.
Metidos en un 'perenjenal'
Al cierre de esta edición, el 22 de julio, la ministra
española de Exteriores está siendo recibida en audiencia
en Rabat e intenta encontrar una salida mínimamente honrosa del
perenjenal en el que se ha metido. No será fácil. Y no sólo
por el nombre del islote, sino también por su contenido, que no
es precisamente un continente. Así, a primera vista, la pugna por
un muñón de piedra habitado por cabras, no suena a causa
mayor. No digo que no la sea, pero digamos que puede prestarse a malentendidos.
Fíjense que algún listillo, en las noticias de la BBC, observó
que el problema de los españoles con el peñasco es que no
pueden hacer referéndum a las cabras. Y finalmente resultó
que ni siquiera ha habido cabras, y lo que es mucho peor, tampoco perejil.
Lo reconoció, decepcionado, el comandante español de la
reconquista, quien, después de izar la bandera, realizó
una inspección minuciosa.
Tampoco resulta afortunado, en un conflicto bélico,
tener un ministro de Defensa que necesita convencerse de sus valores guerreros.
Durante la guerra de Afganistán, nuestro ministro no tuvo la oportunidad
de estrenarse como gran capitán. Ahora, por fin, ha llegado su
hora. Trillo, un estudioso de Shakespeare, tal vez no haya sugerido el
nombre de la acción militar (Romeo Sierra), pero en su descripción
llena de vívidos detalles sobre el levante que dificultó
la operación debió inspirarse en el poder mágico
de Próspero, de La tempestad, que originariamente llevaba el título
La isla desierta: "lo he ordenado con tal seguridad por la previsión
de mi arte, que no hay un alma que se haya perdido, ni un pelo tocado
a ninguna criatura...". Bueno, Trillo dijo que "la operación
fue decidida después de ponderar riesgos y de admitir que podía
haber bajas", que tampoco suena mal, aunque la falta de víctimas
se debiera en realidad a la nula resistencia de los seis marroquíes
que encontraron en el islote. Personalmente, celebro que los políticos
sean instruidos, pero la confusión entre realidad y ficción,
tan arraigada en la cultura hispánica, no creo que figure entre
las virtudes militares.
Determinar cuánto de realidad y cuánto de
ficción hay en ese conflicto es sólo cuestión de
definir la propiedad, y esas cosas se pueden averiguar, aunque se trate
de la propiedad del Perejil. Como suele ocurrir en esos casos, ambas partes
se adjudican la isla, pero la diferencia consiste en que la repentina
reivindicación marroquí parece premeditada; en cambio, la
belicosa reacción española resulta tan inocente como improvisada,
dos cualidades altamente apreciadas en la política internacional.
Por lo pronto, Marruecos ha conseguido devolver una serie
de agravios (desacuerdo sobre la pesca, acusaciones sobre la responsabilidad
de la inmigración incontrolada, soberanía del Sahara...),
además de cuestionar indirectamente la soberanía española
de Ceuta y Melilla ante los foros internacionales. Esto, sin aclarar la
propiedad del Perejil. Imagínense si resulta que es de ellos. Y
no descarten esa posibilidad. En la Carta municipal de Ceuta no figura,
en mapas vigentes del Ejército no aparece como española
y según el preclaro y documentadísimo artículo de
la historiadora María Rosa de Madariaga, especialista del tema
("El falso contencioso de la isla del Perejil", El País,
17 de julio de 2002), la reclamación española carece de
base histórica.
Pero, incluso, si resultara que Perejil es española,
hubiera merecido la pena informarse. Cualquiera que haya hecho la mili
en Melilla sabe que dicho islote tiene fama de mariguanero. Si el rumor
fuera cierto, ¿quisiera el Reino de España responzabilizarse
de cultivar estupefacientes en sus propiedades?
El presidente español tiene una inclinación
natural a agravar conflictos gracias a la fórmula de que al contrincante
le toca "mover ficha". Cuando esa voluntaria renuncia a la iniciativa
se completa con la renuncia a la información necesaria, llegamos
al conflicto del Perejil, que supone un grado superior de la guerra posmoderna.
Según la definición de Baudrillard, la más que real
guerra del Golfo "no ha tenido lugar". Aznar buscó en
el mapa la roca del Perejil y sentenció: sobre esa piedra construiré
mi política internacional. Así inventó una guerra
que, sin embargo, ha tenido lugar, aunque fuese en un islote desierto
con nombre de cantaor de flamenco. Se espera que el tradicional consuelo
noventayochesco se transforme en "más se perdió en
Perejil".
Las propiedades del perejil son alabadas desde tiempos
inmemoriales. Los romanos preparaban infusiones con su raíz para
aliviar achaques renales, y las romanas utilizaban sus hojas como anticonceptivo
postcoitum. En Europa central sostienen que regula la menstruación,
y en Murcia, que colocándolo en la frente, quita el hipo. Según
la tradición transilvana, soñar con perejil significa una
desgracia pasajera, y en cualquier parte donde la evolución tecnológica
incluye el uso de la parrilla, conocido es su efecto milagroso sobre las
setas si se lo combina con un poquito de ajo bien picado.
En este momento cuesta adivinar cuál de las referidas
cualidades del petroselinum hortense trascenderá la, por el momento,
concluida guerra de Perejil. Confiemos en que haya sido una desgracia
pasajera, convengamos en que nos ha quitado el hipo, y sepamos que la
perejilización de la política internacional constituye un
hito en el renacimiento del nacionalismo español.
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