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marzo 2001
Nº 75

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El Espejo de la CrÍtica

Jaime Bayly y 'Los amigos que perdí'

Entorno a cualquiera de las narraciones de Bayly la crítica construye siempre un mito de autobiograficidad que resulta el centro de cualquier apreciación. Este carácter confesivo, potenciado y bien aprovechado por el autor, hace que el peruano sea criticado en sí, analizado como texto, o como actante, al que se le suponen unas dotes ilimitadas y en crecimimento. Se evita así cualquier tentación de duda crítica. Nadie se atrevería a destripar una confesión más que hurgando en su oportunidad, y en eso Bayly es impecable. Rodeado de una caterva de hexegetas mudos y contemplativos que insisten en la veracidad de sus oportunas fábulas, es tan potente como insultante. Ante tal efecto se recomienda la indiferencia a los lectores, que no la incredulidad, que en el fondo no es relevante.

Bárbara Vázquez
Focus libros

Jaime Bayly en Los amigos que perdí quiere transmitir todo ese universo de los sentimientos, en concreto el de la amistad, o más, el de la soledad que se siente cuando se carece de amigos [...] en este sentido, considero a Los amigos que perdí uno de los libros más humanos que se hayan escrito últimamente. Y lo es porque muestra una serie de sentimientos cotidianos, ordinarios, de la vida de todos los días. Nos habla de situaciones que podemos vivir todos en cualquier momento de nuestra existencia; las muestra y las comparte con el lector. No olvida ningún detalle y consigue engancharnos desde la primera hasta la última página, porque Bayly ha sabido llegar hasta nosotros de la forma más sencilla posible: abriendo el corazón de su personaje, hasta tal punto que, lejos de compadecernos de Manuel y de su soledad, alcanza la novela un estado perturbadoramente bello gracias a su humor, ironía y cierta dosis de ternura.

Además, sin ser a ciencia cierta autobiográfica [...] Bayly le ha dado un toque muy personal e intimista que refuerza el interés del lector por su íntegra lectura. Quizás debido a que el hombre es curioso por naturaleza, o puede que se deba al morbo que proporciona hacer algo prohibido ­pues esta novela nos da la posibilidad legal de leer correspondencia ajena­, la historia engancha porque es un compendio de cinco cartas íntimas que el protagonista escribe a sus amigos [...].

Se trata de una extraña y hermosa novela de un gran escritor, que, considerado como uno de los más indiscutibles representantes de la nueva narrativa latinoamericana, va confirmando libro tras libro su instinto artístico y su extraordinario talento narrativo.

Ester Astudillo
Lateral

Una vez más, el escritor peruano no consigue sorprender con su última creación, Los amigos que perdí. Una vez más, el resultado es una obra teñida de pretendido autobiografismo ­pretendido por cuanto constituye la autobiografía del narrador, que sólo marginalmente, o casualmente, o esporádicamente, siempre espuriamente coincide con la del autor. [...] Las imposturas descritas a lo largo del relato constituyen ya lugares comunes en las novelas de juventud tanto como en las novelas del propio Bayly: la arrogancia de la inexperiencia, el desboque de los sentidos en el despuntar de la sexualidad, la traición de la amistad, la subyugación a la belleza material, el excesivo apego a lo crematístico, la facilidad del olvido. Bayly ha hablado de ellas en más de una ocasión y vuelve a repetirse ahora con un libro entretenido pero caracterizado por insidiosos epítetos sexuales que hacen de él, quizá deliberadamente, un producto característico de un autor joven, como joven es también el alter ego que dicta las susodichas cartas. En definitiva, autor y narrador casi se confunden, no sin exigir cierta complicidad por parte del lector, para relatar con tino la tragicomedia que supone el ingreso en la inevitable, pero siempre demasiado pronta, madurez.

A.V.
Leer

El peruano Bayly se dio a conocer hace unos años de modo impetuoso: varios títulos en poco tiempo y un perfil atractivo para los medios, con un consciente cultivo de una personalidad que lo acercaba a sus personajes. Éstos se caracterizaban por ser noctámbulos, pijos, consumidores de drogas y alcohol y sexualmente polimorfos. Parecía difícil eludir la comparación de estos personajes con otro peruano de ficción, el Santiago de Conversación en la Catedral; y la distancia era sideral. Sin salir del todo de este mundo, Bayly ­con un tono irónico, tierno, salpicado de humor­ se muestra ahora más serio y maduro. Quizá sea ésta su mejor novela. Los devaneos de unos tipos apenas salidos de la adoslescencia se sustituyen por una de las primeras pérdidas que trae la vida. [...] Ha puesto sus indudables dotes de narrador al servicio de un asunto de mayor enjundia que los que tenía acostumbrados.

Miguel García-Posada
El País

Este iconismo autobiográfico no es gratuito, sea o no decisión consciente del autor, pues emerge del propio texto y no obedece, por tanto, a ninguna interpretación forzada. [...] El no oculto designio de buena parte de su obra conduce a Bayly y a sus editores a subrayar estos niveles de significación.

Las cinco cartas que integran Los amigos que perdí confirman al hábil narrador que es el escritor peruano y vuelven a tirar por elevación contra determinado tejido social, aunque posiblemente con menos intensidad que en las anteriores obras. El protagonista aparece quizá más matizado que los precedentes, que de todas maneras no eran idénticos, y las cinco historias interrelacionadas, están contadas con un ritmo eficaz, de manera que la actitud monologante esencial no las convierta en meras efusiones personales. Lo mejor es, como siempre, el estilo, que se pliega ahora a las exigencias del género epistolar, mas es igual de vivo que en ocasiones previas, con su marcada y brillante atención a lo coloquial y su rigurosa sabiduría en los cambios de ritmo.

Pero me parece que hay algo que no se logra, o se malogra, en esta novela, que es a mi juicio inferior a Yo amo a mi mami, espléndido cuadro de una sociedad alienada y posiblemente la mejor suya hasta ahora por diversas razones, entre ellas la creación de personajes perdurables. Quizá tal malogramiento se deba a que el hilo conductor que enhebra las cartas carece de una verdadera finalidad novelesca y no consigue trazar un mundo autosuficiente, que se explique en sus propios términos. Quedan, eso sí, las señales ­bisexualidad libre, marginación, cocainomanía­ con las que Bayly se dirige a su público. No es la primera vez que lamentamos esta limitación de horizontes en un escritor tan dotado. Esperemos que sea la última. Las muy acreditadas facultades del autor permiten ser optimistas.

Diego Gándara
Radar libros

Jaime Bayly era un escritor más o menos conocido que había publicado dos libros de prolija factura [...] y la fallida novela Fue ayer y no me acuerdo. Pese a eso, su narrativa estaba eclipsada por la construcción de una imagen ambivalente ­fagocitada por el propio Bayly­ sobre su condición sexual y por su pose de provocador irónico e irreverente, de niño malcriado que utiliza todos los medios que tiene a su alcance para llamar la atención y hacerse famoso. Los amigos que perdí, quinta novela de Bayly, viene a confirmar su madurez y algo que ya se sospechaba en sus inicios: el peruano es un narrador exquisito, con un oído atento para captar la jerga de la calle y al que no le molesta ubicarse como personaje central de sus novelas para disparar su arsenal lingüístico contra la burguesía limeña y, al mismo tiempo, seguir alimentando esa imagen de escritor maldito y de enfant terrible de las letras latinoamericanas.

Publicada primero en Internet, Los amigos que perdí es un compendio de sus anteriores novelas. [...] Con el género epistolar como sustento de la novela, Bayly logra, desde el primer capítulo, el tono intimista que marcará el desarrollo de la historia. [...] Bayly, como en sus novelas anteriores, despliega todo su ingenio a través de diálogos de irónica coloquialidad. El relato, por momentos, asume la forma de un monólogo interior donde el narrador va construyendo su visión particular de la burguesía peruana y describe el mundillo gay (que tantos réditos le ha dado).

La escritura es fluída; su riqueza verbal posee destellos de intensa belleza.

El mea culpa de Manuel, sin embargo, no suena demasiado creíble.

A pesar de que se hace responsable de sus errores, no duda en lanzar reproches y quejas a los destinatarios de sus cartas y hacerlos responsables de su soledad.