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mayo
2001
Nº 77

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el
espejo de la crítica
Luis Magrinyà y 'Los dos Luises'
Para la crítica, Luis Magrinyà (Palma
de Mallorca, 1960) es "uno de los más interesantes cultivadores
del relato largo". En efecto, sus dos libros de relatos Los
aéreos y Belinda y el monstruo lo habían situado ya
como un autor de semiculto; su paso a la novela era esperado con atención,
y su silencio de cuatro años fue respetado como la cualidad de
un autor responsable y genuinamente ambicioso. Los dos Luises, novela
ganadora del xviii Premio Herralde, apareció entonces para confirmar
la inusual exigencia de su prosa y la agudeza de sus lecturas, pero distó
mucho de ser recibida con admiración unánime por la crítica.
Se coincidió en reiterar las cualidades formales de la novela;
se coincidió en señalar su densidad, que para algunos fue
digresión y para otros fárrago. Aquí consta esa disparidad.
Rafael Conte
ABC Cultural
De lo que se trata aquí es de construir una sátira
o fábula "(in)moral" a la filosófica manera de
un volteriano Candide escrito con el falso costumbrismo de Henry James,
o como si Jane Austen estuviera otra vez entre nosotros con su habitual
elegante perfidia y sorna narrativa, hasta utilizando los buenos modos,
modales y maneras de nuestro más acendrado y efímero postmodernismo.
[...]
Quizás esta novela es sobre todo un análisis
feroz de la imposibilidad de la verdad y de su contraria, la mentira,
el triunfo de una dialéctica enfrentada a su propia esterilidad
y autodestrucción. [...]
No es una novela perfecta, pues tiene sus puntos flacos,
algún personaje (la graciosa "Zéphir") no es más
que un frontón para el héroe, algún episodio sobra
como el de los amigos en busca de drogas y otros se desvanecen
sin saber por qué, como la misteriosa madre dolorida del camarero
justiciero. [...] Pero todo ello lo salva este libro excepcional con su
propuesta absoluta de extender el suspenso a todo lo demás: el
trabajo es una trampa, el prestigio otra, el mundo está vacío,
la cultura nunca podrá serlo del todo, y nuestra mejor metáfora
es que todo es teatro, el plagio nos resume todo muy bien y nosotros en
él.
Ignacio Echevarría
Babelia
El rebuscado artificio narrativo escogido por Magrinyà
contribuye a destacar, con sus acusados contrastes, la ejemplaridad de
la historia, pero da la impresión de que su peculiar modo de hacerlo
trae como consecuencia una rebaja de sus alcances, por un lado distraídos
con los equívocos destellos de roman à clef que irradia
la obra, y por otro desactivados hasta cierto punto por el distanciamiento
confortable que al lector le produce una caricatura por la que no se siente
concernido. Y es que, al centrarse la fábula en un medio tan periférico
com es en la actualidad el teatral, tratado además con maneras
tan extremadas, tan deliberadamente anticuadas, se produce un extraño
efecto de cosa de otros tiempos, y así es a tal punto que el pitido
de un teléfono móvil, a la altura de la página 73,
produce un auténtico sobresalto. [...]
El narrador y protagonista de Los dos Luises es un hombre
sin cualidades [...]. El hecho de que, además de narrador, sea
depositario de la moralidad de la historia, hace que sobre la misma actúen
dos centros de gravedad, no siempre bien conciliados, por cuanto la voz
narradora por un lado, y la materia narrada, por otro, se construyen con
distintos niveles de esquematismo y por tanto de verosimilitud. [...]
Inteligente y divertida, además de oportuna y excitante,
Los dos Luises consolida, así, pero no dilata, ni trastoca tampoco,
la expectativa acumulada sobre quien se cuenta sin duda entre los mejores
escritores de la narrativa española actual.
Ramón González Férriz
Lateral
Esta novela remite a propósito a ese tipo de literatura
que divide por igual sus querencias entre el conflicto moral, la prosa
impoluta y el sarcasmo. Gracias a ello, la obra queda fácilmente
emparentada con una tradición muy culta a la que, sin embargo,
no es fácil entrar sin riesgo. No quiero decir con ello que Los
dos Luises no sea una novela muy apreciable. Lo que sucede es que, en
ocasiones, su vena más especulativa no encuentra apoyos en una
narración demasiado regular e inmutable. Es como si su narrador
[...] se hubiera olvidado de dotar a sus acciones de un contenido que
fuera más allá de lo más propiamente ensayístico,
lo cual no tiene por qué ser negativo pero sí multiplica
por mucho el riesgo a que el lector, si no es paciente, pierda el aliento.
Además, la introducción de un elemento vagamente mítico
puede llegar a despistar, pues no acaba de verse su utilidad en una novela
seca y poco dada a elucubraciones [...].
Los dos Luises es, en suma, una novela cuidadosamente
montada y excepcionalmente interesante. Lo cual no significa que sea una
novela excepcional.
Jordi Gracia
El Periódico
Los dos Luises, esta extensa novela ganadora del último
Premio Herralde, no consigue atrapar el interés de un lector presuntamente
sensible a [los] materiales técnicos. [...] Todo es excesivamente
lento, quizás porque es anodino.
[...] Lo más atractivo que hay en la novela se
dilapida. Como sucede en la tradición anglosajona que Magrinyà
conoce bien, el secreto de este libro dependía de la voz del narrador
y la particular mirada escéptica que ofrece sobre el mundo. Es
un ser pusilánime y convencido de la vacuidad universal de todo,
pero, en general, de la insensatez del trabajo entendido como forma de
ser o sentirse útil. La pasividad general y la desmotivación
del personaje lo hacen innegablemente atractivo [...]. Pero se diluye,
se difumina y pierde vigor esa voz empantanada en el relato de naderías
y conversaciones o episodios sin gracia y, sobre todo, previsibles, sobre
las bambalinas del teatro, los estrenos, las vanidades de los autores.
Ésa es la voz que hubiera querido ver mandando en un relato más
corto y despojado de cosas superfluas. Ya sé que Magrinyà
ha hecho lo que quería hacer, una novela titulada Los dos Luises,
pero es justo el resultado lo que lleva a la nostalgia de la brevedad
tensa que pudo haber y no hay.
Santos Alonso
Revista de Libros
Mediante una aparente sencillez en el transcurso de la
acción y un tratamiento clásico de la linealidad narrativa,
Magrinyà ha escrito una historia que comparte los caracteres de
las grandes obras, ya que desarrolla una trama sin dobleces ni sorpresas
argumentales, pero abre como contrapartida una rica bifurcación
del sentido. El lector no se siente obligado en ningún momento
a descubrir pistas recónditas, ni ve forzada su atención
en la transcripción de claves inesperadas, ni está pendiente
de lo que pasará después; antes al contrario, se deja llevar
sin prisas por el ritmo equilibrado de una prosa densa cuya sintaxis envolvente
le va proporcionando unas perspectivas diferentes a las que expresan los
hechos narrados. [] Magrinyà [] ha transformado el folletín
costumbrista en una fábula intemporal sobre el poder y la arbitrariedad
de la cultura, tanto desde el punto de vista individual como colectivo.
[]
Con gran dominio del discurso narrativo y logístico,
que encuentra en todo momento la palabra precisa y el remanso sintáctico
propicio para la reflexión y el análisis, la novela rehúye
las visiones unívocas y las soluciones explícitas, y en
lugar de completar círculos temáticos, abre numerosas puertas
a la interpretación y a la implicación del lector.
Juan A. Masoliver Ródenas
La Vanguardia
Lo mejor que podemos sospechar aquí es que Magrinyà
se ha apresurado: todo lo que había de madurez en sus dos libros
de relatos lo hay aquí de sorprendente inmadurez. El primer error
del libro está en su farragoso prólogo, en el que se nos
explica lo que deberíamos entender leyendo la novela. Las quince
páginas de conceptualización no hacen más que confundirnos.
Tal vez Magrinyà nos pide que le leamos en clave
paródica, pero no sabemos muy bien dónde está el
blanco de su parodia, y cuando lo sabemos, tenemos la sensación
de que nada merecía ser parodiado.
Novela sin sensualidad y sin sentimientos. Con personajes
que nunca llegan a ser personas. Con aburridas e inocuas percepciones
del narrador sobre el proceso y las razones de su escritura.
Hay sin duda una actitud posmodernista, pero que fracasa
estrepitosamente en un escenario posmodernista. Si el lector regresa,
y de veras se lo aconsejo, a los relatos de Luis Magrinyà, entenderá
mi decepción. Y la compartirá.
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