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marzo 2001
Nº 75

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estantería

ANIMAL TROPICAL Pedro Juan Gutiérrez
Anagrama, Barcelona, 2000, 294 págs., 2.500 ptas.

No cabe duda de que la finalidad de Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, presumiblemente La Habana, 1950) es confundir al lector. Así, en Animal tropical ­como ya sucedía en los cuentos de Trilogía sucia de La Habana­ se narran las peripecias (la inmensa mayoría destinadas a copar la cima del sexo) de un tipo que tiene su nombre, su misma edad, su mismo pasado y, por si fuera poco, también es autor de la Trilogía antes mencionada. Ficción y realidad se rozan. Gutiérrez reinventa la experiencia y, evidentemente, la modifica. Y todo ello para consolidar su yo.

La jugada le hubiera salido perfecta a PJG si Henry Miller (o Bukowski, o el propio Marcel Duchamp) hubieran nacido ayer, y mucho me temo que no es el caso. O sea, que PJG no aporta nada novedosamente nuevo. Es divertido y sexualmente inteligente, eso sí. Pero no es innovador.

Animal tropical consta de tres capítulos. En el primero y en el último la acompañante de PJ es Gloria, prostituta de Centro Habana cuya mayor ilusión es mantener a PJ a costa de los guiris que pagan sus servicios y que éste le recompense con hijos y protección. A su vez, Gloria va a ser la protagonista de Mucho corazón, novela que PJ pretende escribir y para cuya elaboración toma notas de su relación real con Gloria. (Otro guiño a Miller).

El capítulo segundo, algo así como una nouvelle, constituye la historia de PJ con Agneta, La amante sueca que tras leer la Trilogía sucia se encapricha con su autor y lo mantiene seis meses en su apartamento de Estocolmo. Tanto Agneta como Gloria sucumben ante el poderío fálico de PJ, experto en prolongar orgasmos templando despacio.

Interesa el contraste entre Gloria y Agneta, representantes de dos mundos y dos formas de amar completamente opuestos. Gloria es violenta y salvaje, grita como una histérica por el vecindario, va cargada de pulseras baratas y prepara frijoles con arroz. Agneta es ordenada, precavida y silenciosa, demasiado para el animal tropical, quien después de atiborrarse de salmón sueco acabará regresando a La Habana para que Gloria le confiese: "Nadie era tan delicado como tú, que me meas la cara, me das con el látigo, me escupes en la boca...".

Escrita de modo visceral en slang habanero, en la misma linea de Trilogía y El rey de la Habana y con enorme sabor a trópicos y a mujeres, Animal tropical ha sido galardonada con el Premio Alfonso García-Ramos de Novela 2000.
Eusebi Lahoz

INVENCIÓN DE LA HABANA Emma Álvarez-Tabío Albo
Casiopea, Barcelona, 2000, 384 págs., 3.800 ptas.

Desde el célebre poema "London", de William Blake, hasta hoy, miles de textos han explorado la relación de amor-odio que la literatura moderna ha establecido con la urbe. Una ciudad que gana realidad en el momento que los escritores la retratan en su convulsa evolución histórica, en su complejidad social y humana. Una ciudad que incrementa su ficcionalidad en el momento que los literatos la poseen con sus metáforas y con sus personajes. Es decir: la literatura fotografía la metrópolis en la misma medida en que la inventa; dice sus verdades al tiempo que miente sobre ella.

Sobre esa tesis construye Emma Álvarez-Tabío Albo su análisis de La Habana, sin duda una de las urbes contemporáneas más apasionantes. Desde la ciudad criolla, la ideada por las primeras novelas cubanas, hasta la ciudad campamento de Sarduy y Cabrera Infante, el libro consiste en un itinerario por cuatro invenciones más, que remiten a la obra de los autores que han hecho de los barrios habaneros una obsesión narrativa. Los tres principales inventores a nadie sorprenderán: Carpentier, Lezama Lima y Piñera. Con las páginas de todos ellos, la autora teje un tapiz cuyos hilos proceden de diferentes campos del saber: la arquitectura, el periodismo, el urbanismo, la música...

Invención de La Habana es un ensayo imprescindible, tanto por su exhaustividad como por su vocación multidisciplinar. Al mismo tiempo es, sin duda, un rara avis dentro del panorama crítico hispánico, mucho menos dado que el anglosajón al análisis de la representación literaria de las metrópolis. Sin embargo, hay que decir que es un libro erudito y, por tanto, difícil para cualquier lector ajeno al tema tratado. Por otro lado, sería interesante que Álvarez-Tabío Albo continuara con el análisis que plantea en estas páginas. Sin duda, examinar la obra de los escritores que en los años noventa han situado sus escenas en el Malecón o en el Barrio Chino conduciría a otras conclusiones interesantes. Las historias que se solapan en la narrativa de Antón Arrufat, o la suciedad denigrante que emana de las novelas de Pedro Juan Gutiérrez podrían dar lugar a una séptima invención de La Habana, que, en ningún caso, sería la última.
Jorge Carrión

ANIMALITOS DE DIOS Lázaro Covadlo
Mondadori, Barcelona, 2000, 160 págs., 1.500 ptas.


Extraños personajes y, en no escasas ocasiones, insólitas historias que derivan en desenlaces no menos inesperados. Esta parece ser la tónica de Lázaro Covadlo. El singularísimo escritor argentino, desde hace años afincado en Barcelona, no deja de regalarnos con unos mundos excéntricos que, en su periplo hispano, empezaron a ser publicados por primera vez en Agujeros negros (1997). A ese volumen de cuentos siguieron novelas como Conversación con el monstruo, Remington Rand y La casa de Patrick Childers.

En Animalitos de Dios, el lector encontrará héteros de toda índole. El libro se abre con la historia de un profesor recién jubilado que, en el preciso momento en que intenta suicidarse, es asaltado por unos delincuentes, y concluye con la del mendigo Antonio Medina, quien se convierte en santón vegetariano tras una conversación con Nietzsche. Entre una y otra, sobriedad en el arte narrativo y destilación de un humus que combina ironía cáustica y sorpresa para presentar una amplia gama de protagonistas desclasados y marginales donde los haya. Entre otros, el de un militar argentino obsesionado por la lluvia de los cuerpos desnudos de aquellos a quienes asesinó; el de Cayetano Amaral, originario de Jujuy, y la corte de místicos y míticos monstruos que lo acompañan en su viaje a Buenos Aires; el de Florencio Glasgaard, un meticuloso profesor que anota todas las acciones en un dietario personal, y el de su esposa Anabel Camargo, una novelista que acabará traicionándolo por ser, precisamente, fiel a sus consejos de literalidad; el del novio que se ve despechado por una mujer que no ha sabido desprenderse de su fijación por un oso de peluche. Ninguno tiene desperdicio.

Los cuentos reunidos en torno al título Animalitos de Dios no parecen, en principio, guardar relación con la primera recopilación ni, mucho menos, con las novelas; sin embargo, todos los relatos comparten la marca de unas presencias procedentes de un imaginario tan singular como heterogéneo. Las influencias (en absoluto temidas) enraizan, entre otros, en Borges y Cortázar; en la narrativa anglosajona, en general, y en la norteamericana, en particular; en la novela negra, el jazz y el cine también norteamericano. Las realizaciones descansan en la firmeza de una escritura que es capaz de cristalizar la voluntad de hacer desvanecer, en primer lugar, las denominaciones genéricas y, en segundo, a fuer de introducir delirios y visiones como formas de conocimiento de la condición humana, la distancia entre realidad y ficción.
Karmen Ochando

LAS MARAVILLAS DE MI VIDA Javier Salinas
Madrid, Alianza, 2000, 355 págs., 2.375 ptas.

Desde hace ya unos años, y a raíz de algunas exitosas (comercialmente) óperas primas de jóvenes autores, se han producido numerosos textos de patrón y estilo muy similar, con una fórmula reiterante: subordinación total del fondo a la forma, elección de la primera persona y el monólogo de carácter coloquial y un especial gusto por lo escatológico, el gag instantáneo y la repetición constante de secuencias de marcado carácter visual en una pretensión (en la mayoría de los casos de resultado erróneo) de dar originalidad, frescura y desfachatez al texto.

La primera novela de Javier Salinas (Bilbao, 1972) es un arriesgado ­y en ese sentido plausible­, intento de conjunción de estos elementos mencionados con ciertos procesos experimentales de elaboración narrativa que entroncan, por la forma, con el diario personal, el monólogo cómico-circense e incluso un clarísimo happening o perfomance literario en donde no hay pauta alguna e interviene incluso el lector-espectador. Cuesta creer sin embargo que esta intencionada falta de rigor sea la causa de diversas cacofonías o solecismos tales como "porque, además, lo que les estaba contando de que lo que van a leer ahora no lo han leído jamás, es cierto" o "no se apresuren y no saquen consecuencias precipitadas". Con esta suerte de ingredientes, el autor nos va narrando sucesos concretos de su vida: su nacimiento en un avión, su más reciente desengaño amoroso... introduciendo al tiempo en el texto reflexiones y opiniones personales sobre temas tan dispares como la masturbación, la perdida de su sex appeal o los motivos de Franco y Hitler para comenzar sus respectivas guerras.

La ilusión de originalidad con que se empieza a leer la novela nos permite un goce instantáneo que se extingue al tiempo que llega ­no sabemos muy bien si creer que de forma chistosa o sincera­, la justificación, la disculpa autocrítica del narrador por habernos aburrido. Verdadera lástima en un texto donde el pulso narrativo trasluce a un autor capacitado para mucho más, vencido en esta primera novela por sus pretendidas virtudes estilísticas.
Fernando Cobo

LA MUJER DE WAKEFIELD Eduardo Berti
Tusquets, Barcelona, 2000, 247 págs., 2.000 ptas.

En la Inglaterra de la revolución industrial, en un mundo muy semejante al que pudiera ser el de Mrs. Dalloway, discurre la acción de la novela de Berti. Un mundo burgués si no pletórico de riquezas, sí de comodidades. En él la mujer que da título al libro va a tener que ingeniárselas para sobrevivir, guardar las apariencias y mantenerse a flote tras la desaparición de su marido, que aún no sabe deliberada. El Sr. Wakefield, ofuscado por una vida inane e insatisfactoria, decide, en efecto, abandonar el hogar conyugal para habitar esa otra vida furtiva y peregrina que no sabe de planes, horarios ni rutina, y de la cual ignora si regresará jamás. Desde su nueva perspectiva y escondido tras una identidad usurpada pero anónima, contempla la que fuera su casa familiar y a su esposa, que paciente y serena, sobrelleva la ausencia del esposo desaparecido. De hecho, el centro del relato es la Sra. Wakefield, quien, fortuitamente, descubre a su marido en el pobre andrajoso y demacrado que, vigilante, observa la mansión familiar, a su propio cónyuge y a la que fuera su vida, burguesa, anodina y desesperanzada. En un ejercicio de dignidad, paciencia, serenidad y respeto, la Sra. Wakefield sobrevive en su viudedad sobrevenida, tolerando la decisión del prófugo aunque deseosa del restablecimiento de la normalidad. Habrán de pasar veinte años antes de que esto ocurra, y por bien poco tiempo.

Berti ha sido diestro al crear un excelente relato a partir del cuento "Wakefield", de Nathaniel Hawthorne, cambiando la óptica y centrándolo en el personaje femenino, que cual Penélope moderna, teje que teje la materia de sus sueños frustrados, calmadamente y sin histrionismos. El guiño al lector no es evidente hasta el último capítulo, en que el autor deja abierta la puerta a nuevas reelaboraciones y exploraciones de la narración desde perspectivas diversas. Esperaremos impacientes.
Ester Astudillo

EL QUE ESPERA Andrés Neuman
Anagrama, Barcelona, 2000,144 págs., 1.520 ptas

Andrés Neuman presenta bajo el título El que espera una colección de cuentos en la línea fantástica y surreal de los mejores autores hispanoamericanos. Para ello se sirve de la brevedad en la estructura y la ambigüedad en el contenido. El término microcuento es la clave que sostiene la declaración de principios que el autor coloca al final de la obra, en la que expone con detalle las razones de uso de esta técnica. El propósito de estos relatos es sorprender, desorientar y sumir en la búsqueda imposible de un final cerrado, la perplejidad del lector es tan grande que el epílogo-manifiesto con el que topa al final del libro acaba por confundirlo del todo.

¿Por qué no colocar el manifiesto al principio de la obra? En un abuso de la técnica de la sorpresa y de la interacción, Neuman peca de ingenuo al depositar todas sus esperanzas en el factor cuanto-más-raro-tanto-más-atrayente, sin detenerse a pensar que el común de los mortales en ocasiones necesita de la sencillez y de la claridad para el reposo de su mente castigada. Velocidad, condensación y forma fragmentaria aparecen como las características que los tiempos modernos comparten con estos cuentos vertiginosos, que más parecen instantáneas malogradas por las prisas del revelado. Por desgracia, Neuman se equivoca al vaticinar un éxito seguro a este tipo de relato, cuando la sofisticación ha dejado de crear expectativas en un público acostumbrado en exceso a este tipo de juegos.

No hay duda de que el microcuento es fruto de una técnica estudiada ni es casualidad de que este joven escritor quedara finalista en el XVII Premio Herralde con la novela Bariloche. Ahora bien, El que espera tendrá que aguardar para obtener el reconocimiento que debería otorgársele, de manera que el público de a pie pueda saborear plenamente el secreto no desvelado de estas pequeñas preciosidades.
Maribel Díaz

CAZADORES DE TIGRES Aingeru Epaltza
Xordica, Zaragoza, 1999, 121 págs., 1.400 ptas.

Es esta ya la quinta novela de Aingeru Epaltza (la segunda traducida al castellano), autor de cierto renombre en la zona de habla euskera y que, como suele ocurrir en casos similares, es prácticamente un desconocido fuera de ese ámbito.

Se trata de una novela corta ­únicamente 121 páginas­ aunque esta parquedad cuantitativa no se corresponde con una merma de calidad literaria. Al contrario, estamos ante una obra de calado, a la vez sencilla y profunda, por cuanto se ocupa, ejemplificando en las peripecias de un padre y un hijo, de las terribles consecuencias de la guerra civil. Más devastadoras, si cabe, en el bando de los perdedores, que es el suyo.

Tenemos dos argumentos que son dos vidas separadas: la del padre en el exilio americano, y la del hijo, en el exilio interior. Asistimos a secuencias narrativas que se van alternando, situadas temporalmente en un caluroso día de 1944. El lector, sutilmente, va comprendiendo que las dos tramas convergen en una: nada más (y nada menos) que un día en la vida de los supervivientes de la posguerra. El lenguaje, sencillo y depurado, y el estilo levemente poético, encajan perfectamente con la historia, terrible pero llena de ternura y compasión por las gentes sencillas que vivieron en tiempos tan duros.

Sin duda alguna, Cazadores de Tigres es un grato descubrimiento para el lector en castellano.
Esdres Jaurich