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julio - agosto 2002
Nº 91/92

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estantería

NARRATIVA HISPÁNICA

LA PENUMBRA
INCONVENIENTE
Mauricio Montiel Figueiras
El Acantilado, Barcelona, 2001
344 págs., 18 €

Los diez cuentos que forman La penumbra inconveniente rompen con lo que nos tienen acostumbrados a esperar los cuentistas latinoamericanos. Para Cortázar el cuento debe ganar por KO, mientras que la novela gana por puntos. Mauricio Montiel Figueiras (Guadalajara, México, 1968) no está de acuerdo. Su libro es un sistema. En él, los cuentos generan el efecto pretendido por acumulación. Considerados en su individualidad, resultan oscuros o hasta parecen haber sido abandonados a medio camino, como "Departamento". Pero tras cerrar el libro, nos quedamos con un muy logrado juego de espejos, de ecos musicales. Y además con una ficción inquietante y perturbadora.

Éste es un libro de cuentos escrito para ser leído en orden. Montiel Figueiras dispone ciertos elementos importantes, como un portafolios, un cuadro de Edward Hopper o una marca de cigarrillos, y los va cargando de sentido conforme avanza el libro. Los ambientes que logra conseguir son claustrofóbicos, y en ellos estos objetos simbólicos iluminan el camino, le dan al lector el consuelo de reconocer algo que se ha visto antes. Montiel Figueiras nunca le da este consuelo a su personaje. Este hombre viaja a oscuras por su soledad, y por su ciudad, que no es sino una forma más extendida de la soledad. La palabra penumbra se repite tanto como la palabra Impala, marca de los cigarrillos, y como los rasgos de una mujer: unos pechos generosos, una gélida mirada azul y un nombre, María. Todos los temas de la soledad urbana, desde los números anónimos de teléfono hasta el onanismo, comunican el desasosiego terrible del libro. Guardadas las distancias, La penumbra inconveniente sería el libro que David Lynch hubiera escrito si escribiera.

Pero el juego de espejos se da a todo nivel. No sólo está en la repetición de motivos, también en la misma poética de la narración. El libro es presentado como una serie de apuntes encontrados por casualidad por la persona que lo firma, Mauricio Montiel Figueiras. Y en las primeras páginas, ya vemos que los apuntes contienen narraciones en primera persona de otro escritor que reflexiona, muchas veces, sobre lo que estará pensando un hombre que se parece mucho a él, y que está pintado en un cuadro de un pintor americano ­cuyo nombre empieza por "H" pero se le escapa a todos los narradores del libro. Así es como el escritor escribe sobre el escritor que imagina lo que su doble imagina, y así hasta el infinito. El barroquismo de la estructura se corresponde con el del estilo.

Al final el lector se queda con uno de los libros de relatos más trabajados de los últimos años. Montiel Figueiras es capaz de ser posmoderno sin dejar de preocuparse por la poesía. En esto, por lo menos, es inusual.
Eva Lipovsek

 

SOLOS EN LOS BARES DE NOCHE
Toni Montesinos
Mondadori, Barcelona, 2002
151 págs., 13 €

Dublín y Barcelona: dos ciudades para una sola huida. Diego, el protagonista de este debut en la novela ­que no en la literatura­ del también poeta y crítico Toni Montesinos (Barcelona, 1972), huye tras la estela de un telegrama que recibe en la primera página, desde un Dublín lluvioso a una Barcelona igualmente gris, para no lograr en ningún momento escapar de sí mismo, ni de su desamor, ni de su tristeza, ni de sus fantasmas, que le perseguirán bar tras bar, copa tras copa, hasta un sorprendente y brusco ajuste de cuentas con su vida, que coincide con el desenlace de la historia. Novela, sobre todo, de atmósferas, de cuidado y dilatado estilo, Solos en los bares de noche indaga en el terreno de esa soledad que no puede mitigar ni el alcoholismo. Dos asuntos ­soledad y alcoholismo­, por cierto, sobre los que se cimenta la obra entera de Toni Montesinos, desde su primer libro, El atlas de la memoria (publicado en Caracas, cosas del mercado editorial ibérico si de poesía se trata), pasando por Labor de melancoholismo ­el título es elocuente respecto a su contenido­ o La ciudad gris. Este último, publicado por el veterano sello El Toro de Barro, era ya un recorrido sentimental y literario por un Dublín también muy propicia para la soledad. Todo ello no hace sino apuntar a la coherencia que debe alentar la obra de cualquier escritor, tenga la edad que tenga, pero es más destacable en el caso de alguien que apenas roza los treinta años.

Que una buena novela es mucho más que su anécdota resulta una verdad demasiado sabida. Aquí, además de la trama que apunta Montesinos, sólo simple en apariencia, tropieza el lector con algunos hallazgos felices: algunos secundarios inolvidables, como los tréboles o como la camarera de cierto bar barcelonés, que esconde además una sorpresa en el punto de vista; la descripción de los locales nocturnos irlandeses y catalanes en los que el protagonista lleva a cabo todas sus búsquedas; el intimismo de esa geografía de la soledad disfrazada de otros peregrinajes, su crudeza, su verdad y su hondo lirismo. En definitiva, Montesinos nos recuerda una gran verdad: nunca seremos capaces de huir de nosotros mismos. Ni de nuestras obsesiones, vitales y literarias.
Care Santos

 

UN MUNDO SECRETO
Juan Manuel Villalba
Pre-Textos, Valencia, 2002
95 págs., 9,02€

Un mundo secreto es un valioso libro de cuentos. Decía Octavio Paz que la poesía tiene que ser seca, para que cruja. Y los diez relatos del poeta malagueño Juan Manuel Villalba (1964) se leen como diez poemas crujientes. Villalba, con un estilo franco, sin excesos verbales, consigue llevar al lector por los rincones de un inquietante mundo secreto. Es un mundo conocido, que no se ve si no se mira. Los cuentos recopilados en este libro, como en el cine de Atom Egoyan o Víctor Erice, conducen la mirada hacia universos cotidianos con limpieza narrativa y evocación poética.

Juan Manuel Villalba construye un encuentro con la fatalidad. Los dos primeros relatos tienen protagonistas caninos, Pisón y Bobó, que funden sus almas perrunas con la desdicha de sus amos. En otro, un narrador de seis años, ignorante de su enfermedad, relata una visita al médico: "Pienso: no es un ser humano, es un muñeco; es un ingenio mecánico con voluntad y autonomía propia. Pienso: ¿cuántos habrá entre nosotros?" En "Un mundo secreto", el pequeño relato del que el libro toma el título, el protagonista, en su soledad, se preocupa por la soledad de los alimentos de su frigorífico "en la oscuridad helada que los rodea". Unos niños descubren un torpedo en "Bajo la arena" y quieren dirigirlo contra un petrolero varado. Un poeta adolescente escribe sobre el dolor, el amor y la muerte y descubre, como en una revelación, que su prometedora carrera literaria está acabada. Un soñador solitario anhela montar una empresa llamada "Leña a domicilio" en la que se aceptarían todo tipo de venganzas, palizas, chantajes e intimidaciones varias.

Un mundo secreto acaba con dos estupendos microrrelatos agrupados bajo un único título: "Dos niños raros". En el primero, un niño busca el sentido de Dios, que cree haber encontrado en un museo de ciencias naturales: "Ahora cree comprender la belleza gratuita de las cosas." En el segundo, el otro niño raro intenta descubrir en el suelo el meridiano que ha visto en los mapas.
Carles Vilches

 

EL PAPA LUNA
Jesús Maeso de la Torre
Edhasa, Barcelona, 2002
638 págs., 25€

Decía Flaubert, en el proceso de escribir Salambó, que el novelista histórico debe conjurar dos peligros: que el pedestal sea excesivo para su personaje, o que el personaje sea excesivo para el pedestal. Es decir: que la ambientación devore a los personajes y no nos deje verlos, o que, pecando por el otro extremo, no sea capaz de sustentarlos. Jesús Maeso de la Torre evita ambos peligros en El Papa Luna. Benedictus XIII y el Cisma de Occidente, la tercera novela histórica que publica y en la que intenta desentrañar el carácter de una época ­la convulsa Europa de los siglos xiv y xv, con el Cisma de Occidente como hito fundamental­ y la personalidad del pontífice aragonés Pedro de Luna, uno de los seis antipapas de la Iglesia.

El Papa Luna es una ambiciosa obra de ficción salpicada de asesinatos, enigmas y contubernios de las potencias de Europa, donde Jesús Maeso, un fabulador de tramas prodigiosas, vuelve a demostrar cómo utilizar un exquisito y rico lenguaje para contar una trama modélica con la que logra mostrarnos el lado humano del Papa Luna, aunque quizá el novelista sea propenso a recargar las frases, los párrafos, lo que actúa un poco a modo de obstáculo para el desarrollo de las historias. El autor andaluz, nacido en Úbeda aunque residente en Cádiz desde hace más de treinta años, consigue además algo muy difícil: hablar desde dentro y desde fuera del personaje principal a la vez, todo ello en un marco idóneo para construir una metáfora sobre la identidad del individuo que oscila perpetuamente entre el yin y el yang, entre lo bueno y lo malo. Con todos estos ingredientes, Jesús Maeso ha montado una novela de género más que estimable dirigida a un público mayoritario, aunque capaz de complacer también a los exigentes.

Hay libros que se leen de un tirón y que nos apasionan, pero que luego se olvidan sin dejar rastro. El Papa Luna pertenece a la categoría de los libros que crecen en nuestro interior y nos van cambiando de un modo misterioso, porque nos hacen más ricos en experiencia y conocimiento, e incluso, un poco mejores de lo que éramos, si eso es posible.
Daniel Heredia

 

LA ALAMBRADA
José Marzo
Bassarai, Vitoria-Gasteiz, 2002
120 págs., 10 €

A lo largo de su obra, José Marzo (Madrid, 1967) se ha preocupado por la condición humana: el lugar que ocupa el hombre en el mundo, sus ilusiones, sus deseos, sus frustaciones, su compromiso con la realidad. El caso de La alambrada no es una excepción. Mediante el postrer diálogo entre Emilio, enfermo de un cáncer que está a punto de devorarlo, y su sobrino Ángel en la habitación de un hospital, el autor nos acerca al pensamiento del enfermo, a su mirada sobre el mundo, entre cínica y compasiva, y a las vivencias que cambiaron su vida. Se trata de una especie de diálogo platónico, en el cual el discípulo, Ángel, ejerce de mero frontón dialéctico de los pensamientos del maestro, Emilio. A la manera de un Cinco horas con Mario pero con un protagonista que aún nos puede hablar, podemos vislumbrar lo mas íntimo, la esencia de un hombre, el material con el cual se ha formado a lo largo de su existencia.

El escenario es casi inexistente, de reminiscencias teatrales: una cama, una silla, una ventana y una cortina que separa a los dos secundarios que aparecen en contadas ocasiones: el también enfermo compañero de habitación, y su incansable mujer que lo vela. Así mismo, la preeminencia de la forma dialogada nos permite contemplar a unos personajes encima de un teatro imaginario escuchando las últimas palabras del moribundo que, frente a la muerte, se desnuda de hipocresías y de miedos, y cuenta a su sobrino ­al lector­ todo lo que lleva dentro: el amor inconfesado e imposible por su cuñada y madre de Ángel, su visión hedonista de la vida, su ideología, entre desencantada y realista respecto a los grandes proyectos de las izquierdas en el siglo xx, y sobre todo su manera de afrontar la muerte. Sin ningún temor, con valentía, mirándola cara a cara, pero con rabia e impotencia porque el tiempo se le acaba y ya no puede disfrutar del regalo de la vida.

Con su lenguaje simple, su estructura sencilla pero efectiva y su prosa ágil y fluida, la novela se lee en una exhalación, y cumple su objetivo: mostrar el repaso a la existencia de un hombre que, ante la muerte y en el repaso a su vida, no se arrepiente de nada y se dice que, si le diesen la oportunidad, volvería a hacer lo mismo.

En ocasiones lo dicho por Emilio adolece de los lugares comunes de una cierta contracultura, como si el autor pusiese en su boca el manual del progre desengañado pero lúcido, y con ciertos pasajes con aire a manual de lugares comunes de lo alternativo. Pese a todo, el conjunto no carece de interés y permite abrigar buenas expectativas por próximas obras del autor.
Esdres Jaruchik Naveiras

 

LOS AIRES DIFÍCILES
Almudena Grandes
Tusquets, Barcelona, 2002
593 págs., 21,15 €

Emprender la lectura de una novela de seiscientas páginas empieza con un ejercicio de valentía y un acto de fe: hay que confiar en que el esfuerzo merecerá la pena. Esta reflexión tan simple es necesaria ante la mayoría de las novelas del siglo xix, novelas de excesos narrativos y descriptivos que enlazan las vidas de varias generaciones que se explican unas a otras. Y en esta línea está la última obra de Almudena Grandes, Los aires difíciles, una pretendida renovación de la novela decimonónica. Ésta es la historia de dos madrileños que se encuentran en la costa gaditana dispuestos a empezar una nueva vida (articulada por una asistenta común): son Juan ­un Abel cainizado que acaba de perder a su hermano y a la cuñada con la que siempre le engañó­ y Sara ­una nueva Desheredada de origen obrero e "infancia prestada", que se enriquece a costa de estafar a su madrina­. Son dos lobos en piel de cordero, dos resentidos que han alcanzado "la paz" después de la venganza y que quedan lejos de aquellos personajes maniqueos de antes: ahora los buenos roban y matan y hasta el malo más malo tiene su corazoncito: "Nadie lloraría nunca a Damián como aquel hombre brusco y robusto que no sabía llorar."

Pero si bien la autora construye personajes de tal entidad, el determinismo (otro inconfundible de la novela del xix y que hoy suena a anacronismo) restringe su libertad: así, sus antepasados conducen de alguna forma su futuro (determinismo biológico) y los vientos condicionan su comportamiento (determinismo ambiental). Unas limitaciones que se crecen en el terreno de lo social: Damián, el hermano de Juan, nunca dejará de ser un "nuevo rico" mientras que Sara está condenada a seguir la estela de su profesora de mecanografía y su rol de amante del jefe: "La sensación de que sus cartas estaban echadas, de que su vida había sido escrita por la mano de otro desde antes de su nacimiento, fue pocas veces tan intensa como entonces." Bajo el "síndrome de la señorita Sevilla", Sara sólo podrá burlar su destino de mujer obrera con un fraude. Y esto sí supone una auténtica renovación de la moral del xix que, ni por asomo, podría premiar con una casita en la playa a una maestra de la "cultura del pelotazo".

Los aires difíciles es una novela irregular que combina pasajes memorables por su agilidad y concisión con largas divagaciones que, en muchas ocasiones, no añaden gran cosa ni a la historia, ni a la construcción de los personajes ni a la del mundo en el que viven. Esto y ciertos toques tremendistas disfrazados de realidad social (cainismo, drogadicción, maltrato familiar y accidentes de tráfico) confieren a la novela un aire folletinesco más propio de cualquier novelita del xix que de una reescritura de ésta cien años después.
Ana Lorén Blasco