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septiembre 2002
Nº 93

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estantería

NARRATIVA HISPÁNICA

 

DOS MUJERES EN PRAGA
J. José Millás
Espasa, Madrid, 2002
Premio Primavera 2002
229 págs., 17,90 €

En la última novela de J. José Millás se confirman sus gestos habituales: ironía, retórica, juego. Y esto con la sobriedad periodística que le caracteriza. Dos mujeres en Praga, ganadora del Premio Primavera 2002, es la novela de cuatro personajes que se van enlazando como cuatro cordeles a medida que la trama avanza: Álvaro, escritor joven y acabado, Luz, mujer camaleónica, María José, adolescente que quiere escribir un libro zurdo y el narrador, periodista atormentado que acabará convirtiéndose en el protagonista.

La historia de estos cuatro personajes tiene un comienzo lineal. Luz entra en el taller literario donde trabaja Álvaro para que éste escriba su biografía. Una biografía que inventa en cada sesión. A partir de este principio, quizás demasiado literario, la historia cambia de rumbo y comienza a plegarse sobre sí misma. Casualidades casi inverosímiles provocan que la trama se repliegue intentando convocar otros matices menos lineales. Para hacer verosímil el destino extraño y ajeno de los personajes, Millás echa mano de una serie de juegos retóricos donde los fantasmas de cada personaje se entremezclan y retornan en un continuo replegamiento de la trama narrativa. El pasado, la falta de perspectivas, el tedio y la inutilidad de los personajes se arremolinan provocando finalmente que el narrador ­con el que vagamente se identifica Millás­ escriba la novela. En última instancia, siguiendo alguna de las líneas de la literatura más chic, la novela es la historia de la justificación del narrador como tal. Un narrador que al principio se muestra un tanto arbitrario, para después aparecer como el elemento imprescindible de la novela.

Lo mejor del libro es la habilidad retórica de Millás para justificar la equidistancia entre ficción y realidad, las coincidencias inverosímiles, los solapamientos de los personajes. El estilo periodístico y sobrio de Millás ayuda. Quizás sobren algunos achaques teóricos sobre el mundo de la literatura, enquistados de una manera un tanto gratuita: "solo existen dos escrituras: la del bastardo y la del legítimo" (pág. 112); así como varios fogonazos demasiado literarios: "como los árboles cuando se retira la niebla" (pág. 115), que chocan con el pulso sobrio del libro. Hay una constante duda en los personajes que es la metáfora de una duda más profunda: qué punto de ficción tiene lo real. La duda se resuelve con la novela misma: todo es, en definitiva, literatura. Lo que olvida Millás es que la vida no es literatura.
Joaquín Fortanet

 

LA HERMANA DE KATIA
Andrés Barba
Anagrama, Barcelona, 2001
177 págs., 11,72 €

Parece extraño encontrar en los tiempos que corren novelas afirmativas, y más aún que siéndolo resulten buenas. Y precisamente son su carácter afirmativo y su calidad las características que sobresalen en La hermana de Katia, obra con la que Andrés Barba (Madrid, 1975) resultó finalista en el XIX Premio Herralde de novela. En tercera persona, a través de la mirada incontaminada de un personaje del que nunca llegamos a conocer el nombre y que da título al libro, la hermana de Katia, accedemos a la sordidez de un microcosmos familiar redimido por la pureza y la extrema sensibilidad de una niña de catorce años. El desvelamiento de una realidad cotidiana y mísera así como la redención de los dolores y pecados que se generan en ella, es la misión existencial que el autor parece haber encomendado a esta adolescente algo retrasada que se afana día y noche por aliviar y justificar los comportamientos y los sufrimientos de su madre, prostituta, de su admirada hermana, stripper, y hasta del proselitista John, objeto de una delicada historia de amor frustrado que la niña no encuentra momento de compartir con nadie. La hermana de Katia es una lente límpida que en su callada, bondadosa y desinteresada peripecia nos recuerda a algunos personajes de Dostoievski, y en su capacidad extrema para destilar los sentimientos ajenos, aún sin comprender por completo lo que observa, a una de las voces ingenuas de El ruido y la furia, de Faulkner. Pero, yendo más allá, podemos imaginarla y escucharla casi como si se tratara de una de esas muchachas humildes y no demasiado bellas de las tablas de Vermeer, tras cuya actitud suspendida descubrimos inquietudes y misterios que se antojan insondables.

Ambientándola en un Madrid contemporáneo, el autor se empeña en presentar con sutil despojamiento estilístico esta historia de aparente sencillez que aúna crudeza y ternura, y lo hace con habilidad técnica notoria, tal como revela el crescendo de las últimas páginas. No obstante, hay que reseñar que las contadas ocasiones en que el narrador necesita ampliar su punto de vista, incluyendo de forma directa las voces de Katia y de su madre, restan unidad al conjunto de la novela.

Andrés Barba ha recurrido a los inocentes para recordarnos que la esperanza está a menudo en manos de los que no suelen tener voz, de los que sin ser listos, guapos ni ricos, poseen la llave del destino: los normales de este mundo.
Ana Sousa

 

RUEDA DEL TIEMPO
Manuel Talens
Tusquets, Barcelona, 2001
179 págs., 11€

Teniendo en cuenta que existen diversos modos de afrontar el género de la narración breve ­aquellos en los que prima fondo sobre forma, los que se basan en lo sorpresivo de un final inesperado o los que parten de una anécdota cotidiana­, nos encontramos con que muchos de los dieciséis relatos de este volumen presentan una forma inusual. Esto trasluce una intención clara del autor de ponderar un mensaje concreto sobre un estilo narrativo. Así parece confirmarse en un epílogo al lector donde Manuel Talens (Granada, 1948) explica la razón o intención de cada texto, hecho éste que no deja de resultar un artilugio, cuanto menos sorpresivo y en gran medida innecesario, en un todo hecho de partes que debiera, por sí solo, tener un sentido unitario.

Para no quedarse en reflexiones sobre caprichos de escritor, hay que decir que el eje de unión de los relatos no está en el estilo, sino en la caracterización de los personajes: en la soledad, en la búsqueda de un pasado perdido y la aceptación de la vida como un discurrir inevitable en donde importan poco las metas, quizás por haberse aceptado su inutilidad. Rondan en torno a los protagonistas sentimientos de desamparo, idealización amorosa, derrota o venganza, enmarcados en contextos temporales correspondientes ­éstos sí, muy recurrentes en nuestra narrativa­ a la España del pasado siglo.

La pretensión de originalidad del autor en algunos textos de anecdótica brevedad, como "La lucha interminable", "Art is a gun" o "Epitafio para caminantes", más propios de un volumen de aforismos, junto con la insuficiente carcasa argumental, hacen que algunos relatos resulten insuficientes, a causa de un fondo y una forma que en conjunción no les beneficia ni les hace atractivos. Lamentablemente, la pretensión del autor se impone y eclipsa un contenido que se limita exclusivamente a justificarla. Y esto, hablando de narraciones breves, siempre resulta escaso.

El autor da muestras de notable destreza y pulso narrativo cuando, partiendo de una historia tradicional, por sencilla que sea, hilvana otros excelentes relatos. Éste es el caso de "Fin de viaje", el relato más largo (59 páginas), o de los más breves, como "El hoyuelo" y "Odisea", que presentan una apariencia más compacta y satisfactorio.
Fernando Cobo

 

LA MUERTE BLANCA
Eugenia Rico
Planeta, Barcelona, 2002
Premio Azorín de Novela 2002
196 págs., 15,5€

A pesar de haber publicado la novela Los amantes tristes, también en Planeta, hay que decir que estamos ante una nueva narradora cargada de fuerza de la que seguro el tiempo dará mucho que hablar. No es corriente encontrase con una joven escritora tan alejada de los postulados literarios de sus coetáneos generacionales, autores de novelas plagadas de conflictos, metáforas urbanas, y sexo, mucho sexo. Como si fuesen condiciones suficientes para alzarse con un premio. Es posible que a juicio de algún lector, o de algún jurado, sean éstas condiciones necesarias (personalmente lo dudo), aunque aun aceptando esta premisa, hay que concluir que nunca serán suficientes.

Eugenia Rico ha escrito una novela arriesgada, un relato estremecedor en el que mezcla por igual sufrimiento con crueldad, remordimiento con consuelo, penitencia con perdón. Una particular bajada a los infiernos en la que nada ni nadie queda ileso, aparte de algún que otro personaje colateral. Porque incluso el personaje central, su hermano fallecido "cuando aún no había descubierto el amor", expía por boca suya los piadosos pecados de juventud, y en la que sin buscar responsabilidades ni eximir de culpas a terceros, descubre el lado humano de una historia trágica y cruel hasta la extenuación. Eugenia Rico ha ganado el Azorín con una novela artesana, esto es, con pocos ingredientes, pero lo suficientemente aderezada de especias como para dulcificar un amargo sabor. Construida como uno de esos puzzles de nuestra infancia, o como ese Exin Castillos al que hace mención en un momento dado, es fácil reconocer en ella episodios vividos por todos. La catarsis a la que se entrega desde el primer capítulo tiene su punto culminante cuando la protagonista, de camino a la Universidad para su examen de selectividad, no sabe qué responder a la pregunta de su hermano: "¿Y si no la sacas, qué te pasa?" (pág. 137). El tiempo y la desdicha serán los encargados de responderle.

La obra está dotada de una suerte de verosimilitud de escaso reflejo en la narrativa española reciente. La muerte del hermano personifica el comienzo de una nueva vida, el salvavidas de toda una familia que ni entiende ni quiere entender el porqué de la crueldad de su destino. Estamos ante una de las obras más duras y desasosegantes de cuantas se hallan escrito en los últimos años, una novela cargada de fatalismo pero en la que es posible intuir, muy levemente, que todo fallecimiento encierra una entronización de mayor calado.
José Luis García Fernández

 

LO QUE SÉ DE TI
Fernando García Calderón.
Destino, Barcelona, 2002
251 págs., 15€

Esta novela, la tercera de Fernando García Calderón (Sevilla, 1969), ganador del Ateneo Ciudad de Valladolid en 1999 con El hombre más perseguido, narra las peripecias vitales de Adán Vernio, ingeniero sin vocación, a ritmo de ajedrez. Lo que sé de ti no pretende ser más que eso, una partida de ajedrez desgranada como cúmulo de estrategias y movimientos en el vacío, una partida de ajedrez perdida de antemano. La nomenclatura de los capítulos da fe de ello: Ce4-22-Axb3 ó bxa4-30-Tf8.

Pero, en realidad, Lo que sé de ti es también una novela de aventuras no exenta de cierta lubricidad: García Calderón nos cuenta la caída en desgracia, el descarrilamiento existencial de Vernio, un posmoderno antihéroe urbano. Este individuo respetable, casi inofensivo, se hunde en un mundo sórdido de espejos y zozobras tras el abandono de su esposa Celia. La simultánea historia de amor con otras dos mujeres, demonios del mismo nombre, marcará su condena definitiva, la pérdida definitiva de su alma.

Afirmo que se trata de una novela de aventuras, y no de amor, por la sencilla razón de que los personajes femeninos no son más que máscaras, estereotipos, que cumplen una función puramente simbólica. Aunque la novela gire en torno al amor, e incluso en torno al sexo, es de desamor y de soledad de lo que se nos habla. Lo que sé de ti es una novela sobre la soledad, sobre cómo en el mundo toda ilusión de compañía es eso, pura ilusión, juego de fantoches en la nada.

Pero el gran protagonista de esta novela es el lenguaje, un lenguaje ritmado, lujurioso que, a veces, por desgracia, se desboca y se vuelve demasiado palabrero ahogando la voluntad durísima, casi centroeuropea, del autor. Rinde García Calderón homenaje a dos escritores igualmente febriles, Thomas Bernhard y Bruno Schulz. En la misma línea, se situó Stephan Zweig, autor de una novela ajedrecística sin parangón.

Lo más interesante es esto, la confirmación de un autor con voz propia y el resurgimiento de la novela pesimista, de aroma centroeuropeo, que gira en torno al silencio de Dios y al sin sentido tragicómico de la vida, novela de la peripecia del alma, de la condena y de la salvación, novela de la caída en picado a los abismos.
Blanca Riestra

 

El SENTIDO DE LA VIDA
Marcelo Damiani
Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2001
170 págs.

El sentido de la vida es un juego con el que su autor, Marcelo Damiani (Córdoba, Argentina, 1969), defiende una literatura de sentido puramente lúdico. Se recoge una vez más el tópico del manuscrito hallado: tras la muerte del guionista David Revel, varias personas, entre ellas un tal Marcelo Damiani, editan los materiales escritos por el difunto (cuentos, poemas, guiones y episodios biográficos agrupados bajo el título de El sentido de la vida) y no dejan de marcar con sus comentarios subjetivos la naturaleza del libro. Así, la vida de Revel se convierte en una especie de texto comentado y contradictorio, distorsionado continuamente por la mirada de cada narrador.

El juego de El sentido de la vida es el choque entre las múltiples versiones de los hechos. Cada capítulo interpreta y reinventa el anterior, de forma que un narrador puede revelarse como una fuente desautorizada unas cuantas páginas más tarde. El resultado de esta confusión intencionada es un mundo irreal o, mejor dicho, un mundo imposible más allá del propio libro. Se narran, por ejemplo, distintas muertes de un mismo personaje, dejando al lector la decisión sobre cuál ha sido la real. Al final todas las instancias narrativas se yuxtaponen sobre un mismo plano: sueños, deseos, premoniciones... En ese aspecto, El sentido de la vida es pura literatura e imaginación, un texto endogámico que gira obsesivamente alrededor de la vida de su protagonista-autor, David Revel.

Uno de los logros de El sentido de la vida, por otra parte, es conjugar la unidad del libro como juego literario con el interés intrínseco de cada capítulo, que conserva siempre una cierta autonomía en su trama. Algunos capítulos pueden leerse también como cuentos sueltos y breves.

El sentido de la vida, en definitiva, es una larga sucesión de guiños literarios. De vez en cuando, alguno de ellos nos hace creer que estamos leyendo las reflexiones de Damiani sobre su propia obra. Un capítulo, por ejemplo, se cierra con la siguiente frase: "De hecho, una persona jugando a conquistar el sentido de la vida es tal vez la mejor definición que se me ocurre para este libro."
Jordi Marti