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marzo 2001
Nº 75

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foco lateral

pablo d'ors

'El estreno', 'Las ideas puras'
La parodia como interpretación

mihály dés

Entre los lectores están los que siempre quieren leer lo mismo (sea una novela histórica de un solo patrón, sea una obra invariablemente experimental) y los que de cada libro esperan una sorpresa, una renovación. El primer grupo lo tiene relativamente fácil, y el segundo, cual un depresivo maníaco, pasa de momentos hiperactivos, saltando de un libro al otro, a períodos de tedio sostenido durante los cuales no encuentra nada nuevo a su antojo. Empieza a leer, hojea, pero una vez comprendido el juego, la estrategia o la intención, abandona la lectura, incluso cuando se trata de una obra medianamente buena, de cierta enjundia y de un autor de renombre. Precisamente, lo que le interesa no es el juego (aunque esté bien construido y la temática sea interesante), sino una experiencia diferente y esencial, aquella que no se puede prever desde las primeras páginas. El primer grupo espera cumplir sus expectativas, el segundo sueña con superarlas y desea encontrar una inteligencia superior o, al menos, distinta a la suya.

El primer tipo de lector jamás va a llegar a las obras de Pablo d'Ors (Madrid, 1963), y el segundo encuentra en sus libros una auténtica revelación. Porque desde la irrupción del apátrida Roberto Bolaño hace algunos años, no ha habido mayor novedad en la narrativa española, ni un planteamiento literario más original. No se imaginen ustedes ninguna meritoria pero fatigosa experimentación, ni mucho menos una literatura programáticamente ilegible. La prosa de Pablo d'Ors es ágil y divertida, emplea una estructura más bien lineal, tiene muchas historias que contar y sus personajes, a menudo escritores y pensadores conocidos, son tan extraños como fascinantes. Pero ¿qué es, entonces tan novedoso y diferente en este autor, además de que con treinta y siete años ha publicado sus dos primeras obras, de las cuales el volumen de cuentos El estreno se convirtió en un libro de referencia, y la novela Las ideas puras ha quedado finalista en el último Premio Herralde?

Un teólogo que narra

La radical novedad que aporta Pablo d'Ors está en la riqueza de sus ideas, en la originalidad de sus historias y en su diferente manera de mirar y, por tanto, narrar. ¿Tiene que ver esto con que sea el nieto de Eugenio d'Ors, el incómodo e ignorado Xènius; que se haya doctorado en Teología en Roma, cursado filosofía en Viena, literatura checa en Praga y vivido en Nueva York; que comparta el trabajo de profesor universitario con el de capellán en la Autónoma de Madrid; que haya escrito su tesis doctoral sobre la teología de la experiencia literaria? Seguramente, en tanto todo auténtico logro ­véase en la página tres la cita de Elias Canetti que utilizamos de epígrafe­ es lateral.

Tres son las dimensiones en las que se muestran los textos hasta ahora publicados de este teólogo narrador: en la primera aparece una curiosa historia por lo general relacionada con un conocido escritor o pensador; en la segunda, tenemos la parodia de este mismo autor; y en la tercera, esta parodia constituye una suerte de hermeneútica, una interpretación de dicho autor o problema intelectual. Las tres dimensiones son presentes a la vez desde la primerísima línea, pero las historias funcionan también autónomamente, ironía incluida, en caso de que, por falta de referencias, el lector no puede seguir la parte paródica.

Ningún relato ilustra mejor esta peculiar multidimensionalidad que "La amante eslovaca". Por una parte, tenemos una maliciosa historia sobre Milan Kundera, invitado a dar una conferencia en Bratislava. Llega con la certeza de ser el autor estrella, pero ¡hélas!, con nocturnidad y alevosía, las organizadoras invitaron también a Günter Grass, y lo que es peor, la ponencia del alemán tiene mucho más éxito que la suya. Y como si fuera poco, cuando Kundera se acuesta con la anfitriona, poco tiempo le quedará para vanagloriarse de su conquista, ya que dicha señora le informará en breve que desde hace muchos años se dedica a coleccionar trofeos sexuales procedentes de escritores

famosos...

Éste es el marco del relato que ofrece un plus en forma de parodia literaria a todos aquellos lectores que hayan leído algo del escritor checo, a su vez que da claves de interpretación a los que están interesados en su obra. Ocurre que Kundera es uno de los autores que trato en mis clases, y puedo decirles que en ningún ensayo dedicado a su obra he encontrado tantas ideas sugerentes sobre él como en este cuento lúdico. La misma riqueza hermeneútica se encuentra en sus singulares interpretaciones/retratos de Bernhard, Pessoa o Goethe.

Este procedimiento, que está entre la fabulación pseudoerudita de Borges y el pastiche de los posmodernistas americanos, se realiza con un sarcasmo inusual en un teológo, se plasma en unas narraciones de intenso latido erótico, inesperado en un capellán, y con una mordacidad que desmonta nuestra concepción de la piedad cristiana. Lo único que asienta cómodamente aquí es la voz neurótico-obsesiva de la mayoría de sus narradores. Es algo muy peculiar. Se basa en frecuentes repeticiones en el discurso, en un esfuerzo maniático de formular las cosas con exactitud, método que en un principio no es más que un recurso de la ironía. Pero hay allí una construcción magistral, una dosificación, gracias a la cual esas recurrencias se convierten en el motor del relato y en la esencia del personaje. Así, en el extraordinario "El sobrino de Bernhard" ­la historia de un hombre que se obsesiona con el autor austríaco­ mediante esta escritura a la vez pulcra y cómicamente repetitiva, se revela la metamorfosis de una manía al principio creativa en una paranoia destructiva. Humor y crueldad van a la par en la obra de d'Ors.

En otro cuento antológico, el que da título al volumen y en el que el narrador juega ser el autor mismo, esa voz neurótica llega a registros que más bien son habituales en Woody Allen. Esta impresión viene a ser reforzada por el punto de partida del relato: un dramaturgo novel tiene serias dificultades en entrar al estreno de su propia obra.

Neurótico perdido es también el protagonista de la novela Las ideas puras, una de las obras más insólitas de la narrativa española jamás escrita, aun cuando temáticamente se puede emparentar, y ya lo ha hecho la crítica, con Lolita de Nabokov y La bien plantada de Eugenio d'Ors. Ciertamente, la obra narra la obsesión de un hombre maduro por una lolita. Pero con una variante muy singular. Dicho hombre es profesor de filosofía en una escuela secundaria; se trata de una persona que tenía excepcionales posibilidades profesionales en su juventud, pero renunció a su carrera, aunque no a la ambición intelectual. Vive escindido e impostado entre las personalidades de Platón (que es como le llaman sus alumnos) y de Wittgenstein (su filósofo preferido) y también a sus alumnos les da nombres de filósofos. Por lo demás, tiene casi cincuenta años, frente a los dieciseis de su bienamada y sus conocimientos carnales apenas superan a los de su lolita. Siempre ha vivido en y para el mundo de las ideas purísimas y, hélo aquí, con todas sus almas y cuerpos (como Platón, Wittgenstein y profesor de filosofía) está locamente enamorado de una lindísima mocosa.

La fórmula es parecida a la de los cuentos, por tanto, tenemos una gran y loca historia de amor, una brillante parodia de actitudes intelectuales y una irónica relectura de la historia de las ideas. Toda esta mezcla da un libro extraño, excesivo, inteligente y apasionado. Una fantasía en que el autor no se molesta ni por un momento en dar apariencias de realismo. La acción se desarrolla en una Alemania inventada que no tiene mayor papel en la obra y en un instituto que sólo importa como referencia amorosa y filosófica (por el nombre de los alumnos). Se trata de una fábula que viene a ilustrar, desde una óptica posmoderna, la eterna lucha entre praxis y teoría, vida y obra, cuerpo y espíritu.

La pornografía de las ideas

La desesperada contienda del neurótico y lucidísimo protagonista entre este conflicto y sus múltiples personalidades tiene tintes realmente cómicos. Supremo ejemplo ofrece la escena en que la caprichosa lolita le exige al maestro babeante despotricar contra sus amados filósofos y el buen hombre tiene que violar sus principios, negar su credo, hacer un esfuerzo descomunal para pronunciar estos insultos que, para horror suyo, le salen cada vez más fluidos y placenteros. La malicia que ya era característica de los relatos resulta aquí directamente festiva. Se percibe un auténtico goce en sacar lo grotesco de las situaciones ­en descubrir el Mal, sería tal vez más adecuado decir­ que recuerda a autores como Bruno Schulz o Virgilio Piñera.

Es posible que no sea siempre fácil seguir la desbordada fantasía, la pirotécnica intelectual y la inagotable capacidad dialéctica del protagonista que, como un niño glotón, absorbe ideas e identidades (incluso, como el Orlando de Virginia Woolf, llegará a cambiar edades) y se ríe de ellas como si de un chiste verde se tratara... Es posible y, sin embargo, vale la pena porque, una vez retomado el hilo, el lector será recompensado con creces. El premio es un libro impresionantemente rico de ideas y registros, que constituye una especie de tratado pornográfico de las ideas, una poética teología del deseo. Realmente una revelación.