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marzo
2001
Nº 75

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El qué, quién, cuándo,
dónde y cómo del periodismo
Arcadi Espada
La inquietud esencial del periodista es la existencia
de la verdad. Pero hoy en día, al aproximarse a ella, debe dejar
de lado la pregunta que antes parecía tan importante: el porqué.
Desde una controversia histórica que aún no termina, Espada
escribe acerca de los daños del relativismo y de los riesgos que
corre quien sostiene la contundencia de los hechos.
El otro día tuve que explicarle a un juez algo
terco este asunto elemental: que la verdad no tiene versiones. Si la verdad
tuviera versiones, él no podría trabajar. Estaría
bueno que tras firmar una cadena perpetua adujera: así dispongo,
según mi versión de las cosas. No acabé de razonárselo
como hubiera querido, porque pretendía encarcelarme y esta posibilidad
requería de toda mi atención y mi esfuerzo. Poco después,
en un periódico de la ciudad, un hombre realmente muy modesto sostenía
que en el periodismo la búsqueda de la verdad es propia de presuntuosos
y que la verdad misma es como las verduritas en juliana: de muchos colores
e inaprensible. Nada nuevo: hace muchos años que el periodismo,
en su humildad infinita, da cobijo a estos edificantes razonamientos.
Y a pesar de la costumbre, siempre derramo una furtiva lágrima
cuando los escucho: qué bonito oficio, y qué misericordioso,
el mío, dando por igual la palabra a la verdad y a la mentira,
al pequeño y al grande, al agudo y al romo. ¡Qué crisol
conmovedor! `[···]
Al pie de un hecho, el periodismo debe reunir todos los
detalles verdaderos que llegue a conocer sobre él. Incluso porqués.
Pero porqués que puedan transmutarse en qués, o en cómos.
Entre la explicación del derrumbe de una casa o del asesinato de
una adolescente gaditana hay muchas diferencias. Pero hay una, retórica,
importantísima: el porqué del derrumbe puede subsumirse
fácilmente en alguna otra pregunta. La facilidad es incluso gramatical.
Es decir, podemos escribir sin raspa: "El edificio cayó cuando
hizo explosión una bomba de dos kilos de dinamita". ¿Pero
cómo rehuir, físicamente, gramaticalmente, el por qué
al anotar la causa de que un adolescente mate a otra? ¿Cómo
responder a esa pregunta en cualquiera de las otras?
En los años sesenta del pasado siglo, después
de la publicación de A sangre fría, la obra más conocida
de Truman Capote, el periodismo se infectó de verosimilitud. Decidió
que en su competencia no entraba sólo lo que había ocurrido,
sino lo que no ocurrió, pero pudo ocurrir. La epidemia aún
dura. La aplicación de las técnicas novelísticas
al relato de hechos reales esa contradicción ontológica
ha contribuido al desguace del periodismo. También aquí
el relativismo ha impregnado e impregna el ambiente insistiendo en la
presuntamente muy delgada línea que separa la ficción de
la no ficción: si alguien se interesara por un oficio que ya parece
más bien pura melancolía, qué duda cabe de que la
búsqueda de una retórica de la veracidad sería uno
de sus objetivos primordiales. Pero si traigo esto a colación es
para observar cómo en la proliferación desacomplejada del
por qué periodístico se distingue la huella de la ficción
novelesca. Sólo en las ficciones todas las preguntas suelen tener
respuesta y todos los móviles de los personajes aparecen nitídamente
diferenciados. Es raro encontrar ficciones donde los actos de los personajes
no aparezcan justificados y diseccionados. El pacto con el lector obliga
a vincular cualquier acto con su móvil. Lo contrario sería
antieconómico. Una novela es un territorio simbólico en
todos sus gestos y cualquier símbolo, aun el más trivial,
ha de tener su explicación y su significado. Su porqué.
En el periodismo no hay símbolos. Cuando el periodismo
se hace simbólico, miente. Pasa de hablar de los hombres su
función a hablar de los tipos su ruina epistemológica.
Así crea mitos como la maldición de los Kennedy. Para explicar
la maldición bastaría explicar, como una tarde lo hizo Barbara
Probst, a qué velocidad conducen sus coches y sus avionetas de
pijos, y con qué desprecio. Todos los tipos, y qué decir
de los arquetipos, exhiben su porqué: aunque se trate de una maldición.
Mientras tanto, los hombres, protagonistas fantasmales del periodismo,
lo buscan, a veces muy desesperadamente, sin dar con él. El periodismo
no debe adentrarse nunca en esa intimidad. El periodismo fue creado para
dar cuenta de los hechos de los hombres, en su tiempo presente. De los
hechos ciertos, inexpugnables, solitarios. Esos minerales de donde arranca
la capa freática de la ambigüedad humana.
Arcadi Espada (Barcelona, 1957) ha publicado Contra Catalunya
(Flor del Viento, 1997) y Raval (Anagrama, 2000). Es periodista y profesor
de Periodismo en la UPF de Barcelona.
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