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mayo
2001
Nº 77

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entrevista
Ian Kershaw
"Sin Hitler, ¿el Holocausto habría tenido
lugar?''
Entrevista de Thomas Roman
Traducción de Josep Pradas
Ian Kershaw es profesor de Historia Moderna en la Universidad
de Sheffield y uno de los estudiosos más importantes, a nivel mundial,
sobre Hitler. Fue asesor histórico de la serie de la BBC The nazis.
A Warning from History (premio BAFTA a la mejor serie histórica).
Ediciones Península ha publicado al castellano los dos volúmenes
de su biografía sobre Hitler: Hitler: 1889-1936 (1999) y Hitler:
1936-1945 (2000).
Usted es conocido por sus trabajos sobre el nazismo,
pero su especialidad es la historia medieval. ¿Cómo se explica
esta reconversión?
No es algo que haya ocurrido de un día para otro,
sino de una forma más gradual. Todo empezó cuando me puse
a estudiar alemán, en 1970. Era más un hobby que otra cosa.
Pero tuve la suerte de contar con una buena profesora que me contagió
su entusiasmo por todo lo alemán, la política, la cultura,
la historia, la literatura. De manera que, a medida que progresaba en
la lengua, me di cuenta de que no quería ser un medievalista sino
emprender una investigación sobre la historia de Alemania. En 1972
tuve la ocasión de ir a Alemania para participar en un curso intensivo
en el Goethe Institut. Durante la estancia topé por azar, en la
barra de un café, con un viejo nazi. En medio de la conversación
me dijo: ''Ustedes, los ingleses, perdieron una ocasión. Debieron
haberse aliado con nosotros y juntos habríamos destruido a los
bolcheviques y dominado el mundo''. Me chocó tanto su comportamiento
que sentí la necesidad de saber qué había podido
pasar en Alemania en los años treinta. Ese fue otro gran momento
de mi reconversión. Después, en 1975, tuve la fortuna de
poder cambiar mi empleo de profesor de historia medieval por un puesto
de historia contemporánea. Poco después, Martin Broszat,
gran historiador alemán del periodo nazi, me invitó a integrarme
en su equipo para colaborar en un proyecto de historia social del nazismo.
Se puede decir que mi reconversión fue entonces completa.
¿Eso quiere decir que su estudio sobre Hitler
se inscribe en su interés general por el periodo nazi? ¿Cuándo
decidió comenzar esta biografía?
De hecho, hacia finales de los ochenta. Llevaba entonces
unos quince años trabajando sobre el periodo nazi. Sin embargo,
yo no diría que Hitler se inscribía lógicamente en
esta investigación. Lo que me interesaba al principio no era el
personaje del Führer, sino más bien comprender las actitudes
y los componentes de los alemanes, y los tipos de estructuras políticas
que habían modelado sus opiniones. Fue el estudio de las estructuras
lo que me condujo a Hitler. En aquel momento, el debate historiográfico
entre los llamados estructuralistas y los intencionalistas estaba en pleno
apogeo. La batalla que se estaba librando había agudizado mi interés
por este debate, y sobre todo por la cuestión del papel particular
que Hitler había jugado en Alemania. En 1987, el editor inglés
Longmann me pidió una obra sobre el carisma de Hitler (Hitler.
Essai sur le charisme en politique, Paris, Gallimard, 1995). No se trata
de una biografía, sino de un análisis del poder hitleriano.
Un año después, en 1988, la editorial Penguin me pidió
la biografía de Hitler. De entrada rechacé este encargo,
porque recordé que ya había muy buenos libros sobre el tema.
Pero, ya que en esa época trabajaba sobre Hitler y su poder, finalmente
acepté. De hecho el ensayo sobre el carisma del Führer me
ayudó a emprender después la biografía, dándome
una idea del tema y de cómo lo debía encarar. No se trataba
sólo de una enorme empresa, sino de presentar un trabajo que aportase
algo nuevo sobre la cuestión. Si no, ¿qué interés
podía tener? Mi ambición era escribir una biografía
de Hitler que llegase más lejos que todo lo escrito hasta entonces.
Para conseguirlo tuvo que recurrir a nuevas fuentes
de información. ¿En relación con las biografías
precedentes, qué nuevos documentos ha podido utilizar?
Este trabajo ha exigido efectivamente una intensa documentación,
y he logrado acceder a nuevos documentos. Desde el principio sabía
que esta obra no podía basarse en documentos inéditos, ya
que no queda por exhumar nada sensacional de la vida de Hitler. Se trataba
sobre todo de profundizar en lo ya conocido. Sin embargo, una nueva fuente
me ha servido de mucho en mi trabajo: la colección completa de
los diarios de Goebbels, descubierta en Moscú en 1990, y conservada
en el Instituto de Historia Contemporánea de Munich. Este documento
es muy importante si se tiene en cuenta lo cerca que estaba Goebbels de
Hitler. Su diario es un comentario cotidiano de los pensamientos, hechos
y gestos de Hitler. Fue para mí la fuente más importante.
Además de este diario, utilicé otros materiales para aclarar
ciertos aspectos o ciertos momentos de la vida de Hitler, tales como cartas
suyas de los años veinte, que se conservan también en Moscú,
o incluso informes de sus últimos días, que pueden consultarse
en Londres y también en un pequeño centro de documentación
cerca de Berchtesgaden, donde yo encontré referencias posteriores
a la guerra escritas por el ayudante y el mayordomo de Hitler, relativas
a las últimas horas del Führer.
Retomando el debate estructuralismo / intencionalismo,
usted se sitúa claramente como estructuralista frente a eso que
se ha llamado hitlerocentrismo. Dicho esto, tras la lectura de los dos
volúmenes de esta biografía se dibuja una evolución
en la distribución de los papeles. En Hubris (subtítulo
del primer volumen) se insiste sobre el carácter ''accidental''
de la llegada al poder de Hitler, que será menos el fruto del ''triunfo
de la voluntad'', como él se atrevía a decir, que la consecuencia
de un contexto histórico y social particular que Hitler habría
aprovechado brillantemente. En el segundo volumen, Nemesis, se muestra
que el poder de Hitler, una vez asentado, crece sin parar hasta el punto
de hacer del dictador un objeto de culto sin el cual la historia de Alemania
no habría sido la misma. Entonces, ¿no habría existido
Hitler sin un contexto singular, ni un iii Reich sin Hitler?
Exactamente. Tras la aparición del primer volumen,
insistí sobre el hecho de que Hitler fue absolutamente indispensable
en el proceso histórico que condujo a Alemania de una derrota a
otra. Su papel en los momentos cruciales fue decisivo en esta historia.
Hitler no podría ser reemplazado por cualquiera sin alterar la
historia. Sin Hitler, ¿habríamos tenido el mismo tipo de
estado policial actuando sin tener en cuenta los derechos? Sin Hitler,
¿el Holocausto habría tenido lugar? La respuesta a esta
preguntas es que probablemente no. Resulta totalmente apropiado que el
primer volumen muestre cómo Hitler es fruto de un contexto, de
una sociedad, mientras que el segundo describa la utilización de
esta misma sociedad por un hombre convertido en dictador. Esos dos momentos
marcan un proceso. El primer volumen finaliza con la configuración
de una forma de poder muy personalista, un Estado moderno personificado
en esta autoridad carismática. Este carisma, uniendo a Hitler con
todos los alemanes, conduce después, poco a poco, a la pulverización
de toda forma de poder fuera del suyo. El culto al Führer tuvo dos
efectos principales: primero, que la fe en Hitler sirvió para debilitar
toda posible oposición; segundo, lo que yo llamo ''trabajar en
la dirección del Führer'', es decir, la adaptación
de los alemanes a la visión del mundo propuesta por el dictador.
La ideología exaltada de Hitler se encarnó, sin que él
interviniese directamente, en objetivos realizables... y realizados. La
sacralización del poder y su intensa personificación hizo
que, conforme a ese proceso, los alemanes siguieran a Hitler hasta su
destrucción.
Usted dice que Hubris, esa voluntad de poder, conduce
a la Nemesis, la destrucción, destrucción del otro y también
de sí mismo. ¿El suicidio de Hitler en mayo de 1945 se inscribe
en la lógica del sistema que el mismo había puesto en marcha?
Creo que el suicidio y la autodestrucción son parte
integral del personaje. Hitler advirtió a su entorno muchas veces
sobre esta eventualidad. Tenía un perfil de prima dona y resolvía
las crisis, ya en los años veinte, mediante salidas extremas, por
el todo o nada. No se comprometía, ni aceptaba un posible término
medio. Evidentemente no tenía previsto poner fin a sus días,
pero el tipo de visión tan dualista que le animaba, ya desde el
Mein Kampf, explica que una vez desencadenada la guerra no había
otra alternativa al triunfo que la destrucción total y el suicidio.
Naturalmente, su objetivo era la victoria, la dominación. Pero
a medida que sus esperanzas se desvanecían, y falto de soluciones
políticas, no quedaba más que la destrucción. De
hecho creo que la destrucción deriva de la arrogancia del poder,
de la Hubris hitleriana. Cuando se gobierna un país, se implica
en una política a toda una nación, se invaden territorios
para provocar una guerra con las potencias occidentales, después
con Rusia y después con Estados Unidos, en cierta forma se está
llamando a la destrucción, porque después de eso no hay
un punto de retorno. A la histeria hitleriana y a la lógica que
imprimió sobre Alemania, hay que añadir un elemento histórico
determinante para Hitler y los alemanes. El fantasma de 1918 sobrevolaba
todavía en los años cuarenta. La vergüenza nacional
nacida de la derrota y de la paz de Versailles había dejado, veinte
años después, profundas cicatrices. Para Hitler, el escenario
de 1918 no debía repetirse, no estaba dispuesto a una nueva capitulación.
Pero cuando la victoria ya no es posible, ¿qué otra cosa
puede hacerse?
¿Qué balance final saca usted de esta
biografía?
Para mí, desde el punto de vista histórico,
lo más importante ha sido mostrar hasta qué punto Hitler
será sin duda recordado como la figura más importante del
siglo xx. La Guerra Fría, los genocidios más recientes,
el trauma que aquellos terribles años provocan aún, todo
ello remite a Hitler. La lección más importante que se deriva
del estudio de este personaje es que la democracia no es un regalo, sino
una adquisición que carece de garantía, que es frágil,
mortal. Olvidarlo supone condenar a muerte a la democracia, como ocurrió
con la república de Weimar en los años veinte.
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